lunes, 16 de abril de 2012

Los cuernos de la Monarquía

No crean, por el título que le he colocado a este constructivo artículo, que mi intención sea la de menospreciar a tan distinguida institución, tan valorada históricamente entre los españoles, quienes, al contrario de sus vecinos franceses, verbigracia, que acabaron cortándoles el cuello a sus majestades -las suyas, digo-, siempre reservaron grandilocuentes apelativos para esta casta de la sangre azul como el Católico o el Deseado. Los cuernos en los que pienso, por tanto, no pueden ser sino de venerable osamenta y de distinguida raigambre en los muy nobles ejemplares de la caza mayor; piénsese en ciervos, búfalos o elefantes, pues aunque estos últimos enseñan más bien sus colmillos, la largueza de cada uno lo asemeja -a cada lado de tan majestuosa trompa- a dos palaciegos cuernos de marfil. Y sabido es que reyes y principitos -especialmente los nuestros, tan ibéricos- pierden pie por soltar tiritos, bien en Soria bien en Botsuana, por citar dos puntos geográficos tan bellos como peregrinos.

De dominio público es también la acepción que la cornamenta presenta, semánticamente hablando, en esa metáfora popular que ha dado en significar 'infidelidad'. E igualmente será de dominio público que esta acepción no se ajusta para nada a nuestra felicísima Familia Real, cuyos miembros en matrimonio inconforme han optado por el divorcio, como dicta su moderna condición de realeza ajustada a los tiempos en que vive. Hasta aquí, que sepamos a ciencia cierta, todo bien, pues, en cualquier caso, quien sintió sobre su cabeza la sombra de ciertos cuernos, con no mirar hacia arriba ni mirarse en el espejo, tuvo bastante. Pero -y aquí viene el fondo de mi hipótesis-, pero... ¿qué ocurre ahora que la propia monarquía como tal, ella solita y sin ayuda de nadie, parece ponerse los cuernos a sí misma? Y entiéndaseme: ¿qué ocurre ahora que la propia monarquía se traiciona a sí misma?

Pues lo primero que se me ocurre es que los partidos republicanos van a tomarse más días de descanso porque van a descubrir que tampoco hace falta trabajar tanto, fundamentalmente porque contra una institución de tal calibre como esta de la que hablamos nadie como ella sola para aniquilarse, desde dentro, desde el interior de sus hijos, nietos y yernazos. A la vista está -según vemos fotos que parecen de safaris de los 40, de la caza en La Mancha de los 50 o de los gansters de los 60- que esta familia sustentada en La Zarzuela por el gesto oportuno del patriarca un 23 de febrero de hace 30 años está, sin embargo, haciendo todo lo que está en sus manos -y en sus pies- para convertirse en los últimos mohicanos de una era en la que el rey había dejado de ser precisamente el mejor guerrero, el más inteligente y el más dotado, y que simplemente era monarca no ya por la gracia de Dios o por la gracia de la herencia y la costumbre, sino por el artificio de las carambolas históricas diseñadas por un dictador cualquiera, francamente.

En la historia social de esta monarquía nuestra ya tan longeva, hubo décadas -los 80 y los 90- en que la monotonía y la rumorología blanca en torno a los reyes los dejó sobrevivir cómodamente para cumplir con su sesión estival de fotos en el yate y el discurso de Nochebuena. Ni siquiera la soltería del Príncipe primero ni su boda con una plebeya guapa después hicieron tambalear nada. Ni la persistencia de la mayoría de la Casa en traer niñas antes que niños a una nación donde el rumor de la ley sálica nos sigue poniendo nerviosos, sobre todo a una Constitución como la nuestra, rauda para modificarse en asuntos monetarios pero no de género real. Pero fue cumplir Su Majestad una edad, y precipitarse todo. De su mutismo de cuadro empolvado salió preguntándole a Hugo Chávez que por qué no se callaba en una cumbre iberoamericana en 2007. A partir de ahí, su mujer la Reina publica un libro en que censura la homosexualidad, su hija Elena se divorcia, su yerno Iñaki se convierte en el gran Presunto de España, su nieto se pega un tiro en el pie y él ahora, para no ser menos, se parte una cadera en la Conchinchina, revelando no tanto que mate animalitos en peligro de extinción o que despiertan simpatía en esta parte del mundo tiernamente civilizado, sino que nos hemos enterado de que lo hace sólo porque hubo un accidente, y accidentalmente descubrimos lo que con total seguridad es bastante habitual. Nos enteramos el 14 de abril, el día señalaíto de la II República Española. Y ese mismo día tenemos la certidumbre irrevocable de que ni su yerno irá a la cárcel ni su nieto será interrogado sobre qué hacía con una pistolita con 13 años ni él ha tenido que esperar 12 horas para ser intervenido por un equipo médico de lujo mientras el resto de españoles no sólo tiene que esperar muchos años para lo mismo, sino que jamás aspiran siquiera a ser intervenidos porque nuestro inteligente sistema sanitario -ese al que ahora le quitan 7.000 millones de euros porque la cosa está muy mal- se encarga de esperar hasta que el enfermo está para el arrastre y ya no merecen la pena las prótesis.

Los cuernos de la Monarquía no son suyos, como se ve, sino de los bichos que caza por diversión mientras nuestra sociedad descubre que, como pasa siempre en asuntos de cornamenta seria, en toda Europa y hasta en Botsuana lo saben todo y el cabrón, en cambio, es el último que se entera. Los últimos que nos enteramos.


Este artículo se publica asimismo en las ediciones digital e impresa de Cambio16.

1 comentario:

Manuel dijo...

Creo que el rey se ha ganado ya una merecida jubilación... Y que por edad (y mala puntería) deberían controlarle las pistolas.