Conforme los andaluces nos hicimos mayores de edad, una vez conquistada la autonomía y consolidado este sistema mejor o peor llamado democrático, muchos paisanos lúcidos se encargaron de revisar todas las elucubraciones y poéticas milagrosas que nos habían construido desde fuera o a destiempo, y desde luego sin habernos preguntado. Por eso una de las primeras conspiraciones intelectuales en caer en desgracia, pese a su prestigio hasta entonces, fue la Teoría de Andalucía que Ortega y Gasset publicó en el providencial año de 1927 en forma de libro después de haberla ventilado en los periódicos para regocijo de los pensadores de entonces. Según el filósofo madrileño, mientras otros pueblos siguen manteniendo sus peculiaridades nacionales en otros lugares ajenos a su tierra, los andaluces dejan de ser andaluces "porque ser andaluz es convivir con la tierra andaluza, responder a sus gracias cósmicas, ser dócil a sus inspiraciones atmosféricas", lo que venía a significar, en román paladino, que la tópica indolencia del andaluz -entre otras esencias- la explica, sencillamente, la tierra maravillosa que pisamos. Desde luego a muchísimos inspirados poetas de la época -incluido Lorca-, cuyas realidades vitales sobrevolaban más la ficción y la invención creadora que la penuria cotidiana, estas ideas -perfectos ingredientes del tópico- les venían que ni pintadas. Y por eso, en su momento, tuvieron tanto éxito las comedias idiotas de los Álvarez Quintero y hasta los gitanos alumbrados por la luna del Romancero de Federico. No seré yo quien minusvalore las obras literarias de estos grandes andaluces -cada cual en su sitio-, pero sí quien insista -y no es la primera vez- en el necesario discernimiento conceptual entre el simbolismo artístico y la dura realidad tridimensional. Y si el gitano lorquiano había acudido a su pluma para enarbolar la epopeya que al pueblo andaluz le faltaba y no para que nadie asimilase a Antoñito el Camborio con ningún ciudadano andaluz real de raza gitana, también la muerte en la plaza de Ignacio Sánchez Mejías le inspiró al granadino una de las mejores elegías en lengua española y no precisamente porque el trasfondo del poema fuera una trágica corrida de toros, sino porque la lírica demostraba en tal ocasión hasta dónde un hombre, con palabras, puede mostrar el dolor por la pérdida ineluctable de otro hombre. En este sentido podríamos entender aún que Lorca dijese en su última entrevista que el toreo era la fiesta más culta que había entonces en el mundo. Lorca era fundamentalmente poeta y, como tal, tenía un pensamiento y un decir simbólicos que tenía mucho más que ver el titular, el teatro y el verso inspirado que con la realidad de carne y hueso. Por eso, casi un siglo después, la brecha abierta entre Literatura y Realidad es directamente proporcional a la altura intelectual entre Lorca y cualquiera de estos patéticos toreros que afilan el mentón ejerciendo de carniceros.
Pese a las carnicerías que la sensibilidad general de hace un siglo soportaba, ni Belmonte ni Joselito el Gallo ni Manolete son comparables a los toreros actuales. Y no ya porque aquellos estuvieran imbuidos por un ambiente de insensibilidad hacia otros seres vivos; o porque, teniendo en cuenta eso precisamente, sus hazañas de hombres hechos a sí mismos no sean comparables con sus zoquetes colegas de hoy; o porque los toros de entonces estuviesen más cercanos al ideal mítico de fiera por desbravar y con cuernos de veras; sino, principalmente, porque aquellos tuvieron artistas literarios, pictóricos o cinematográficos que catapultaron sus miserables realidades a la condición legendaria del blanco y negro y los de hoy carecen absolutamente de artistas de renombre dispuestos a convertirlos en leyenda. Hace años escribí un artículo ejemplificando esta idea con la mafia y los asesinos en serie, que también tuvieron -e incluso persisten- artistas de la literatura y el cine -escritores y cineastas- encantados de convertirlos en materia artística y no por ello a nadie le dio por pensar que los gángsters y los asesinos son artistas.
La práctica del toreo, tal y como la conocemos hoy -y sin jugar a ejercicios rescatadores del milenario mito del tauro-, agotó en menos de dos siglos la soportabilidad del ser humano verdaderamente civilizado. Y por eso las plazas se cierran, se vacían o se pudren sin necesidad de que algunos políticos quieran adelantar el civismo y la sensibilidad por vía parlamentaria. De hecho, allá donde se ha hecho de esta manera, como en Canarias, Cataluña o el País Vasco, la tauromaquia había muerto mucho antes por una simple cuestión económica y de nula o ridícula afición. Y por eso las leyes de protección animal adolecían de un resquemor anexo o de un vacío interno por lo que se refería al negocio de los toros mientras que se ponían muy rigurosas con los pájaros, los ratones o los mosquitos. Y por eso es difícil encontrar en las escuelas que algún niño -hijo, aun incoscientemente, de la sensibilidad humanística propia del siglo XXI- esté de acuerdo con la barbarie de matar a un animal en la plaza con la hipócrita excusa de convertir una carnicería a todas luces en sucedáneo de arte a toda sombra. Y por eso, mientras la crisis nos elimina canales verdaderamente instructivos como La 2 de Canal Sur, que vuelvan los toros a TVE1 no es -como tratan torpemente de justificar sus responsables- ni una estrategia para recuperar audiencia ni una concesión a los aficionados españoles, que caben todos en un pueblo, sino una maquiavélica estrategia ideológica de demostrar con el arma comunicativa más potente que tiene el partido del Gobierno que esta realidad sucia y desencantada que todos soportamos va a empezar a tener desde hoy la banda sonora y la estampa sangrienta que a ellos les encanta. Nos guste a la mayoría o no.
Mi hijo se va a levantar de un momento a otro de la siesta, y temo que con tanto zaping acabe descubriendo la barbarie que retransmite en directo la cadena que pagamos todos. Temo, sobre todo, que me pregunte por qué le hacen pupa a ese animal. Porque no se me ocurre la respuesta. Y un padre, en un país civilizado, debería tener respuestas civilizadas para su niño preguntón.
2 comentarios:
Pues ya sabes, Álvaro, cuando estén retransmitiendo por La 1 el escarnio de los matavacas fachones, ni zapping ni nada: televisor apagado durante esas horas y a otros menesteres más didácticos, que falta les hace a estos impúberes del siglo XXI.
Ayer me acordé de ti y de este artículo que escribiste. Lo que vamos a ver en televisión española es básicamente lo que veo en telemadrid (las pocas veces que aguanto mas de 5 minutos viendo esa cadena, sobre todo los informativos). De vez en cuando lo pongo a ver como dicen algunas noticias así importantes y ayer lo puse a ver como decían lo de "la Espe". El caso es que terminé viendo la sección de toros de los informativos. Si, has leido bien, una sección de toros como si de deportes se tratara en los informativos, jajaja.
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