No soy muy partidario de ese dogma manriqueño de que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero tampoco estoy de acuerdo con esa otra certeza del optimismo radical por la que siempre avanzamos a mejor. De modo que en esta transición involuntaria que no termina y que indiscutiblemente estamos atravesando no tengo más remedio que advertir el contraste entre la pérdida irreparable de figuras paradigmáticas en la Transición que en esta era escribimos con mayúsculas y la absoluta falta de líderes comprometidos de veras que sufrimos cuando precisamente nos harían más falta. En las últimas 24 horas, mientras la matraca de esta Europa que ya nos esperanza poco continúa apostando por la asfixia como falsa solución a la crisis -a pesar de ver a las claras los resultados infructuosos en pacientes anteriores como Portugal o Grecia-, se van por muy distintas razones dos pesos pesados de la política nacional: Esperanza Aguirre y Santiago Carrillo. La primera para vivir mejor, según dice. El segundo porque la vida se le ha apagado, según ha demostrado hasta el último suspiro de sus 97 años. El contraste entre el ala más liberal del PP y el eurocomunismo consagrado no puede dejarnos indemnes. Y es más que curioso que ambos se hayan ido en el mismo instante. Insisto: una por conveniencias personales -aunque no las sepamos exactamente- y otro porque el corazón no le daba para más, después de haberse dejado el alma y todas sus reflexiones por este país que tan ingrato ha sido con él, y mientras la derecha más dura pone el disco rayado de la inconclusa historia de Paracuellos para aportar una indecente banda sonora a su duelo.
La crisis, ya lo sabíamos, no es solo económica o social, sino también institucional. No hay una institución que no esté hoy en crisis: la Política, la Justicia, la Monarquía, la Banca, el Periodismo, la Educación... Y mientras nos hacen falta líderes que imaginen salidas, lo que crecen, en cambio, son inútiles de la cosa pública que bien incendian bien enfangan.
El mismo día que se van estos líderes nacionales, nos gusten más o menos, nos enteramos en la civilizada Francia de dos asuntos dignos de estudio: mientras la justicia del país galo ordena a la revista Closer que entregue las fotos que le sacó a la futura reina británica en topless, en un ejercicio nacional de mojigatería insufrible en aras de la protección del honor y con una severidad impropia contra la libertad de expresión, justamente para defender esa libertad de expresión otra revista francesa, la satírica Charlie Hebdo anuncia a bombo y platillo que dentro de unas horas publicará viñetas de Mahoma, lo que previsiblemente provocará una nueva oleada de protestas e incluso atentados contra vidas humanas por parte de la radicalidad islámica que ya viene haciendo de las suyas en las embajadas estadounidenses por esta misma razón.
La lectura más objetiva posible es que importa muchísimo más la incomodidad que a una señora de la nobleza británica le puedan causar unas fotos de ella misma tomando el sol en la playa que la más que probable matanza de unos salvajes islamistas a saber de qué inocentes esta vez con la excusa perfecta de que han burlado el honor de su profeta. Cuando más sentido del pragmatismo a nivel global nos haría falta, insisto, nos ponemos los supuestamente superiores occidentales muy exquisitos con nuestras libertades.
La libertad de expresión es una conquista humana que alcanza toda su razón de ser cuando las necesidades básicas se han visto cubiertas. Yo mismo, por no ir más lejos, quiero tener libertad de expresión una vez que se me garantiza vivir, comer, dormir en paz, amar en libertad... ¿Para qué querría la libertad de expresión si me faltaran estas necesidades evidentes? Pues ahora resulta que cuando está en juego la vida de muchas personas porque existen aún radicales que no son capaces de entender lo que nosotros ya entendemos, hay civilizados de sobra que son capaces de llegar a donde haga falta no para garantizar la vida de todos, sino la libertad propia y caprichosa de ridiculizar otras religiones o creencias bajo la sacrosanta excusa de la libertad de expresión. Perdón: pero para eso no se inventó o defendió la libertad de expresión, arrancada precisamente a costa de muchas vidas humanas a tantas salvajes dictaduras. Le tendrían que haber preguntado a Santiago Carrillo, pero se ha muerto esta tarde. Podríamos preguntárselo todavía a Esperanza Aguirre, que ahora tendrá mucho más tiempo libre. Aunque entre ambas respuestas no habría color. No me extraña el crecimiento de la desconfianza global. ¿Quién va a arreglar esto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario