jueves, 21 de agosto de 2014

Para viejos

Volví una y otra vez sobre una fotografía en la que se nos veía a ambos sobre unas rocas prominentes. Nosotros, escuálidos como dos tontorrones dejándose fotografiar, en aquella época en que a nadie se le ocurría sacar un móvil para ello. Conil, verano del 97. Volví sobre la foto porque él me dijo que había puesto unos cuantos kilos de más, lo cual era evidente, pero la evidenciadora imagen lo evidenciaba más, tal vez dolorosa, tal vez objetivamente.

Hace unos días volvimos a vernos, en otra playa cercana, sin rocas, sin camping, sin tantos sueños propios, sino delegados en los críos; con más kilos los dos, con un piso él recién adquirido, como esa burguesía que detestaba Gil de Biedma formando parte de ella. 

Hablamos del trabajo, de las inmobiliarias, de los demás, como las personas mayores. 

Al cabo del día, me duché, subí al coche, tomé la autopista, regresé al hogar. Y me recorrió un escalofrío al recordar aquel atardecer remoto en que nosotros, los de antes, saltamos al arcén desde un autobús de Los Amarillos que casi no se paró volviendo de Conil. Nosotros, los de antes, media vida después, recordando juntos sin decirnos nada aquel atardecer en que subimos el puente, por la loma, andrajosos, para entrar en el pueblo como náufragos de la juventud. 


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