No defraudó. Miguel Poveda, el cantaor flamenco que no es gitano ni andaluz y que canta como ningún profesional lo hace hoy, vino ayer a mi pueblo para embelesar a los 400 aficionados que le aplaudieron a rabiar. Poveda es el resultado de sumar talento y estudio contumaz. Hace tiempo que referí aquí aquel episodio del año 2000 en el que este cantaor de Badalona (Barcelona) aterrizó en la casa de la Cultura de mi pueblo para cantar ante cuarenta cabales y un servidor lo presentó, más nervioso por aquel entonces que el propio cantaor, al que no conocía nadie aún. Ahora la fama ya lo ha cubierto de gloria. Tiene el aplauso antes de arrancar. Pero es que arranca bien y modula mejor y afina que da gusto. Maneja sus voces, sordas y sonoras, como una máquina perfecta. Y cuando uno se rebusca por dentro los duendes que despierta su grito musical los encuentra flotando sobre un imaginario charco con limones.
Miguel Poveda ganó la Lámpara Minera del concurso de La Unión (Murcia) en 1993 y desde entonces no ha parado de subir. En fama y en calidad cantaora. Ahora vive en Sevilla, habla como se habla en la Baja Andalucía y confiesa que Jerez es la ciudad en la que nunca duerme. Es educado, responsable, vocaliza y está en el mundo como ciudadano; características que lo convierten en un flamenco atípico. Sin embargo, es el modelo del nuevo flamenco que soñaron quienes, amándolo tanto, lo sintieron siempre en las injustas periferias de las industrias culturales. Poveda ha empezado a poner las cosas en su sitio, a marcar el compás por derecho y con todos los derechos de este siglo XXI. Viva Poveda.
1 comentario:
Hace poco, no cabía un alma en Las Tendillas escuchando a Miguel Poveda, que dió un recital inolvidable en la noche blanca del flamenco.
Un abrazo
Manuel
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