Ni Orson Welles ni George Orwell (cuya combinación nominal parece un trabalenguas o una onomatopeya literaria) imaginaron nunca que el big brother de sus utópicos pensamientos llegaría a infestar la programación televisiva del siglo XXI hasta el punto que ya estamos viendo y sufriendo. Hoy, no existe cadena que se precie que no haga gala de su particular gran hermano. No sólo Telecinco, que se atrevió primero con el título y el formato más descarado y literal, sino todas las demás, especialmente la cadena de Prisa que salió al mercado con todo su boato de letra infantiloide y parrilla intelectualoide. Me refiero a Cuatro, la cadena par (simpar) que va de guay y reproduce, sin embargo, lo peor de las otras. No hay más que sintonizarla para darse uno de bruces con mentecatos mensajes de listillos que predican constantemente las rarezas de nuestra época como paradigmas de estilo de vida. Yo estoy harto, y eso que no veo nada, de los "coach" que teledirigen a un montón de gente, dentro y fuera de la pantalla, sobre la educación de sus hijos o el deporte que han de practicar. Es un coñazo insufrible. Pero la cosa parece que funciona desde el punto de vista de las audiencias, que hoy es lo que importa en este negocio de las pantallas.
Lo último, después de tanto callejero falsamente intrépido y tanto baile de academia donde lo de menos es el baile y lo de más es el moquerío en primer plano, es el programa que se anuncia con el título impactantemente ridículo de "Madres adolescentes". Otro puchero con los mismos ingredientes pero en distinta olla. Lo de siempre. Encerramos a cuatro (o seis) desgraciadas durante unas semanas (o meses), previa selección explosiva de personalidades chispeantemente chocantes, y a grabar, que seguro que surge el drama. Se trata, sibilinamente, de jugar con los más bajos instintos del ser humano para hacer televisión. La receta es la misma del Gran Hermano (T5), el Operación Triunfo (TVE) o el A bailar (Cuatro), por citar algunos ejemplos. Salvo en el primer caso, donde la receta es simple como el agua clara puesta a hervir, en el resto de los programas (?) se parte de un leit motiv que deja de serlo para dar paso al lagrimeo fácil, al enamoramiento barato y a la pose de cartón.
Ahora la cadena de Prisa ha descubierto el filón de la supuesta vida en vivo y lo va a desgastar hasta el final. Por eso apuesta por estas madres que deberían estar en el instituto, por los granjeros tristes que buscan hembra y por otros especímenes humanos que no encuentran su lugar en el mundo y lo buscan frente a la cámara. Es doloroso comprobar que hay cerebritos de la tele que aprovechan estas circunstancias sociales para sacar rendimiento económico. Y lo más triste es que no se paren a reflexionar sobre las consecuencias psicosociales que producen en los más débiles: jovenzuelos y gentes sin formación. Seguramente pensarán, con frío criterio capitalista, que si no se aprovechan ellos, lo harán otros.
Es la malvada excusa de toda la vida para hacer el mal. La excusa de los narcos y de los chuloputas. La histórica excusa del ser humano para salvar su conciencia.
La única salida es la constante educación, la machacona insistencia en el juicio crítico. Pero tampoco los currículos educativos, saturados de chucherías, ayudan a conseguirlo. Por eso uno encuentra difícil convencer a los alumnos de que las tías con tetas de plástico, los condes con cerebro de mosquito y los líderes de esas casas donde se bosteza en la cama frente a la cámara del rincón son escoria de esta sociedad transitoria. Pero, ¿qué cuenta le van a echar uno si cuando salen van derechitos a la lechuga mustia del McDonald?
A lo mejor la crisis del ladrillo termina por purificarlo todo. Quién sabe.