viernes, 16 de enero de 2009

El chiste y el mal ángel (II)

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el DRAE español, no recoge la palabra "malage" tal y como un servidor la escribió aquí hace tres días, sino con jota de jamón; es decir, "malaje", lo cual no sólo refuerza mi explicación de la otra vez sino que contribuye graciosamente a ella. Cuando alguien dice que una persona tiene "aje", aspirando un poco esta jota andaluza que nunca termina de parecerse a la rotunda que aprendimos en el Micho 1, quiere expresar que tiene algo de duende, de gracia (en la acepción latina de "gratia", de "don"), o sea, de talento o genio. Además, esa gracia (angelical, de ángel, "age" o "aje") parece difuminada por su entera persona, de modo que no se dice que alguien posea ese "buen aje" (buen ángel) por una virtud específica, sino por el conjunto de sus virtudes visibles, públicas o socializables. En definitiva, porque cae bien. Pero el uso de este ancestral "buen ángel" que alguien pueda tener o no ha sido tan oral (y poco escrito y oficializado), que cuando los académicos lo han puesto sobre el papel recordando la fonética andaluza, lo han escrito con ese fonema velar con el que escribimos "jirafa" (a pesar de venir del italiano "giraffa") o "jirón" (que viene del francés "girón"). La jota siempre nos caído mejor que la ge, tal vez porque las jotas nos simpatizan más con su puntito y las ges nos parecen más cursis, como una letrita gatuna que nos hiciera una genuflexión. Ni que decir tiene que algo de esto debió de pensar (o sentir) nuestro poeta de Moguer Juan Ramón, que no sólo universalizó su Jiménez con J sino todas las palabras que contuvieran ese jiji de la risa en su interior. El autor de Platero desterró de su escritura todas las ges y prefirió todas las jotas. Por algo sería.

Reconduzco, que me voy por los cerros de Úbeda (por donde anda Sierra Mágina, con ge, qué gracia). Resulta que la Nebrera, Motserrat, Montse para los amigos y para su web particular, ha pedido disculpas a los andaluces pero no a Magdalena Álvarez, la ministra de Fomento, por haberla llamado "cosa", haberle dicho que "no sabe hablar" y que es "una chula". Quién da más. A los andaluces les pide perdón después de haber asegurado que cuando habló del acento andaluz ininteligible de la ministra no se refería al acento de los andaluces, sino solamente al de la ministra. Entonces, digo yo, ¿por qué nos pide perdón ahora? ¿A cuento de qué? ¿Mala conciencia o estrategia del partido al que no le cogía el teléfono cuando la llamaron para reprenderla o avisarle de que tenía abierto un expediente? En fin, incoherencias de políticos, que viene de polis pero que nada tiene que ver con políglota.

Los políticos creen saber de todo, como nos ocurre muchas veces a los periodistas. Así que meten la pata o la gamba cada dos por tres. Hoy he leído en un periódico que Montserrat Nebrera ha acusado ahora a Magdalena Álvarez de tener "muy mala sintaxis", lo cual me ha vuelto a sorprender bastante no porque la ministra tenga, por el contrario, buena sintaxis, sino porque la película me está pareciendo ya una continuación de mis clases de lengua. A mis alumnos les referí hoy todo el episodio, lo cual me sirvió para sorprenderme nuevamente de que los jóvenes no se enteran de nada, al menos de estas guerras absurdas entre profesionales de la política de los que ellos pasan mogollón.

Así que Nebrera, una desconocida hasta hace una semana para mí; que según tengo entendido ha perdido las batallitas dentro de su propio partido y que todavía no ha salido de su Cataluña vital desde que la parieron allí –su abuela era de Baeza (Jaén, al lado de Úbeda, la de los cerros por los que se está yendo todo esto)–, Nebrera, decía, nos ha ilustrado en los últimos días (con malaje, ahora lo escribo académicamente) sobre acento, tono y sintaxis.

La mujer no tiene ni pajolera idea de ninguno de estos conceptos. Por eso se está armando un lío del que ya no podrá salir a menos que su partido tenga compasión de ella. Si tanto le interesa el tema, podría ponerse a estudiarlos, y descubrir que lo que ella debería haber dicho desde el principio es que no le gustaba el idiolecto de la ministra. Idiolecto, sí, su habla particularísima. El habla de la ministra. Porque el acento ni es un acento político ni es un acento personal. El acento es un concepto geográfico, que nos une a todos los andaluces de por aquí cerca, de Andalucía occidental, más o menos. Y por eso cuando dijo que era un "acento chulesco" –¡luego cambió acento por tono!, con lo que incurría en nuevas incorrecciones, pero ahora musicales– nos englobaba como chulos a todos los que tenemos este acento andaluz. Y eso era un insulto a un pueblo histórico.

Compadezcámosnos de esta señora. Además de malaje (con toda la fuerza de la jota), es ignorante y arrogante, pues se valora demasiado a sí misma, tal vez porque nadie le ha dicho a la cara lo poquísimo que sabe. De eso, según el sabio Sócrates, no tiene ella la culpa. No sé si la tendrá Aznar, que cambió milagrosamente de idiolecto cuando sus chulas amistades con Bush –que ya se va– y todo el mundo se rió de su acento tejano. "Acento", se dijo en la tele. Aquello la confundió. Y desde entonces anda confundida, como Dinio. Personajillos pasajeros.

  • Este artículo aparece también en el número 1.940 del semanario Cambio16.

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