El periodista británico afincado ya en Nueva York Harold Evans, ex director de The Times Sunday y de The Times, aparece hoy en El País entrevistado por Juan Cruz como un maestro del periodismo. Relata investigaciones que llevaron a sus publicaciones a alcanzar un prestigio internacional que todavía palpita en el corazón de quienes sentimos esta profesión como un estímulo absolutamente vital. De sus palabras, me quedo con las siguientes:
"En cuanto el objetivo sea financiero y no periodístico el periódico decae y se cae. En cuanto se empieza a destruir el contenido periodístico del diario no hay la más mínima posibilidad de éxito. Imagínese: se compra una orquesta, y lo primero que hace es deshacerse de los violonchelos, total, para lo que sirven; y después se deshace de los timbales... ¡Y luego te pones a tocar a Beethoven y no te sale! Beethoven no suena del mismo modo sin los timbales o sin los violonchelos, de igual manera que un periódico no suena a periódico cuando ha perdido a su equipo internacional o a sus corresponsales".
Es lo mismo que ha repetido mil veces otro maestro del periodismo en Andalucía, Antonio Ramos Espejo, de manera más lírica y ajustada aún: "Los reporteros tienen que conquistar el alma de las redacciones a los ejectivos".
Me entristece pensar que, en una dimensión más chapucera y bajuna a estas declaraciones que suenan como titulares dignos de esculpirse en oro, existen otros profesionales dedicados a hacerle el juego al poder, escondidos en los pliegues de la chaqueta de cualquier politicucho para mantener el nivel de vida que su profesionalidad jamás le permitiría, maestros en el arte del disimulo, avergonzados de sí mismos y creadores de una fantasía periodística en la que nunca creyeron. Están condenados a mirar siempre de reojo.
Nos queda un consuelo histórico: tiene que haber de todo en la viña del Señor.
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