Estoy leyendo estos días, a salto de mata pero con entusiasmo singular, la biografía novelada que el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944) escribió sobre su paisano el torero Juan Belmonte, el hijo de un quincallero pobre de Triana que se alzó sobre su miseria a base de capotazos nocturnos a las vacas y que terminó encumbrado a la categoría de mito por el pueblo mismo. Juan, que acabaría suicidándose de un escopetazo en su finca de Utrera cuando ya rondaba los setenta y llevaba décadas retirado, era un hombre de pocas palabras. De modo que es fácil advertir que el proceso de elaboración de esta biografía que se lee como una novela consistió en cuatro comentarios sueltos del Pasmo y de una imaginación portentosa y aupada en la verosimilitud, el antirretoricismo y el sentido común que le sobraba al reportero.
Aunque ni siquiera he llegado aún a la mitad del libro, ya tengo un par de cosas más claras que nunca, a saber: que el nuevo periodismo que vendieron décadas después los norteamericanos liderados por Tom Wolfe como la alquimia genial de unos cuantos de los suyos había sido inventado al menos medio siglo antes en nuestro país, y no sólo por Chaves Nogales; y que mis razones para ser antitaurino no son tan descabelladas. Para ambas cosas no hace falta más que sumergirse en la lectura de Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas.
La aventura vital de Belmonte, enclenque chiquillo en la calle San Jacinto que terminará por revolucionar el toreo y por partir en dos la historia misma de la tauromaquia, es la aventura de un antihéroe de novela moderna, de un Lázaro hambriento que constata en efecto que "más cornás da el hambre", como sentenció un colega. Belmonte es protagonista en carne propia de la falta de oportunidades, de la miseria, de la desgracia, del desamparo, pero también del tesón, de la voluntad, de la imaginación y del coraje para triunfar. Si no hubiera sido torero, habría encontrado el éxito en otra parcela, porque desde su tierna infancia se enfrenta a la insoportable realidad prosaica que se empeña en aniquilarlo. Él mismo confiesa, en la década de los años treinta del pasado siglo, que en su infancia los niños jugaban al toro como luego lo hacían al fútbol.
Son inolvidables las páginas de Chaves Nogales en las que cuenta el primer recuerdo del niño Juanito, la muerte del Espartero, un torero de principios de siglo al que mata un toro; su insaciable sed de aventuras en lecturas interminables; su periplo desde Triana a Cádiz, bajo soles maleducados, dehesas interminables y gente inmisericorde; o sus primeros intentos de sobresalir por encima de ridículos señoritos que pisoteaban a torerillos cuya dignidad era más grande que sus cuerpecillos vapuleados por los cuernos.
Hoy me van a traer las Obras Completas de Chaves Nogales. Continuaré.
Aunque ni siquiera he llegado aún a la mitad del libro, ya tengo un par de cosas más claras que nunca, a saber: que el nuevo periodismo que vendieron décadas después los norteamericanos liderados por Tom Wolfe como la alquimia genial de unos cuantos de los suyos había sido inventado al menos medio siglo antes en nuestro país, y no sólo por Chaves Nogales; y que mis razones para ser antitaurino no son tan descabelladas. Para ambas cosas no hace falta más que sumergirse en la lectura de Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas.
La aventura vital de Belmonte, enclenque chiquillo en la calle San Jacinto que terminará por revolucionar el toreo y por partir en dos la historia misma de la tauromaquia, es la aventura de un antihéroe de novela moderna, de un Lázaro hambriento que constata en efecto que "más cornás da el hambre", como sentenció un colega. Belmonte es protagonista en carne propia de la falta de oportunidades, de la miseria, de la desgracia, del desamparo, pero también del tesón, de la voluntad, de la imaginación y del coraje para triunfar. Si no hubiera sido torero, habría encontrado el éxito en otra parcela, porque desde su tierna infancia se enfrenta a la insoportable realidad prosaica que se empeña en aniquilarlo. Él mismo confiesa, en la década de los años treinta del pasado siglo, que en su infancia los niños jugaban al toro como luego lo hacían al fútbol.
Son inolvidables las páginas de Chaves Nogales en las que cuenta el primer recuerdo del niño Juanito, la muerte del Espartero, un torero de principios de siglo al que mata un toro; su insaciable sed de aventuras en lecturas interminables; su periplo desde Triana a Cádiz, bajo soles maleducados, dehesas interminables y gente inmisericorde; o sus primeros intentos de sobresalir por encima de ridículos señoritos que pisoteaban a torerillos cuya dignidad era más grande que sus cuerpecillos vapuleados por los cuernos.
Hoy me van a traer las Obras Completas de Chaves Nogales. Continuaré.
5 comentarios:
Siga disfrutando usted de la lectura de Chaves Nogales, amigo, y haga de tripas corazón para seguir sufriendo con la insufrible historia del toreo. ¡Malditos criminales!
Espero que no hayas visto las dichosas imágenes del caballo "Pata Negra" corneado en Las Ventas. Yo me tropecé con ellas en el informativo y lo pasé muy mal.
Un abrazo
El libro de Chaves (Nogales) está bien. Lo leí hace años y me gustó. Lo curioso es que me lo recomendó un amigo taurófilo que aducía justamente las mismas razones que tú, pero para ser aficionado, claro. Cosas veredes...
Escribir que te van a traer las obras de Chaves (Nogales) ha sido tu perdición. Me tienes que prestar el volumen donde viene el viaje a la "Rusia sovietista", creo que lo titula. ;)
Un abrazo,
Creo que te refieres, Jesús, al gran reportaje novelado "El maestro Juan Martínez que estuvo allí", aunque también hay otras obras referidas a su período de 1917 por la Rusia roja.... Son una delicia, aunque sólo les he echado un vistazo todavía...
Dalo por descontado.
Es verdad, es que hay otro libro de otro personaje de la época que puso en el título eso de "sovietista", no recuerdo quién....
¡Ah! ¡Ya! Fernando de los Ríos. Esto de la internete es como una gigantesca chuleta metida dentro de una caja (el ordenador). :)
Jesús
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