sábado, 25 de julio de 2009

El novelista David Trueba


David Trueba, director de cine y guionista, ha ganado este año el Premio de la Crítica con su tercera y última novela, Saber perder, de la que ya apunté por aquí hace unos días que la leía con el interés de un libro poblado de perdedores reales, es decir, de antihéroes de la actualidad. Ya la he terminado y se me ha quedado un sabor agridulce en la retina y en el pecho, después de transitar por ese paréntesis vital que Trueba ofrece de cuatro o cinco personajes ajustados al molde intransigente del mundo de hoy, con todas sus miserias cruelmente expuestas. Como su cine, también su novelística está nutrida de personajes paradigmáticos en cuyo vaciado cabrían muchas personas que pululan por tu barrio o por tu televisión. Creo que ése es el mayor mérito de Saber perder, que constantemente tiene uno la sensación de reconocer en ciertos personajes secundarios y anécdotas varias realidades concretas de la semana pasada.

La novela pivota sobre cuatro personajes principales relacionados de la siguiente manera: Sylvia es una adolescente prematuramente decepcionada con su estrecho círculo vital y es hija de Lorenzo, fracasado cuarentón al que su mujer abandona por un ejecutivo de éxito y al que persigue la conciencia fatal de un asesinato irresoluto. El abuelo de Sylvia y padre de Lorenzo, a su vez, es Leandro, un viejo encerrado en el último torbellino de la enfermedad terminal de su esposa y la llamarada autodestructiva del sexo viciado. Al margen de esta familia, está Ariel Burano, argentino recién llegado y estrella del fútbol que juega en un equipo de Madrid y que, por accidente, conoce a Sylvia para hacerla saltar de invitada a un mundo paralelo y vacío, lleno de excentricidades al lado mismo de la afición aborregada que todos conocemos.

Estos cuatro personajes activan a otros cuantos en una novela que, como el cine, va ofreciéndonos alternativamente secuencias en la vida de todos ellos, sin pretensiones redentoras ni finales alucinantes, sino como notaria literaria de un fragmento al azar, representativo de la incomunicación que sufre el ser humano postmoderno en el que, más o menos, cualquiera de nosotros se ha convertido ya.

Saber perder nos ofrece lecciones sin moralina acerca del amor, la amistad, el matrimonio, la televisión, el fútbol, la publicidad, la inmigración, el mercado laboral, la educación, el sexo, el arte, la vejez, la culpa, la religión, el periodismo y la trascendencia a corto plazo que toda persona busca incansablemente, a pesar de tantos pesares, en este mundo ramplón pero irrepetible para cada cual. Recomiendo la novela, que se lee bien a pesar de su más de 500 páginas, pero con un purgante o cáscara sobre nuestras sensibilidades. Absténganse, pues, quienes pasen por una mala racha.

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