lunes, 13 de julio de 2009

Panegírico de la talega y la papa


Ha empezado la cuenta atrás contra la bolsa de plástico. En 2006 se habló del tema, de la nube plástica que cada ciudadano forma en su cocina cuando llega de hacer la compra mensual, del coste ecológico de cada plástico y de la factura mediambiental que les espera a las futuras generaciones, pero la bronca se la llevó el viento, zizagueando por los basureros morales de las empresas que se dedican en nuestro país a hacer bolsas de plástico. Un negocio al que cuesta 12 euros cada millar de bolsas, de media. España es precisamente el primer productor europeo de estas bolsas que tan alegremente nos ofrecen en el súper, con autopubli pintada. Si uno llena el carro hasta arriba, necesita más de una docena de bolsas para traer la compra en el coche. Y he dicho uno, no el centenar de clientes que puede acompañarlo a uno cada vez que hace su tourné por las calles de esa ciudadela de la alimentación, el consumismo y el caprichito. Ya han ajustado las cifras: España genera 10.500 millones de estas bolsas volanderas al año; y cada español usa una media de 238. La inmensa mayoría de ellas terminan asfixiando tortugas marinas o contaminando el campo durante un siglo. No sirven para otra cosa, pues ni siquiera se ajustan al cubo de la basura.

Irlanda experimentó la reducción de su consumo hace unos años cobrando 15 céntimos de euro por cada una, cinco veces más de lo que cobra hoy la cadena Dia. La medida hizo que descendiera su uso hasta en un 90%, lo cual pareció un logro radical. Sin embargo, la utilización de las bolsitas volvió a aumentar en cuanto se acostumbraron los bolsillos, que a todo se acostumbran. Así que las voces ecologistas, cada vez más atronadoras, han conseguido que por fin se conciencien gobiernos, ciudadanos y hasta empresas. Una de ellas, viéndolas venir, ha dado con lo que parece ser la tecla: bolsas de almidón de patata. Ya las utilizan, por ejemplo, en Alcampo. Al parecer, una vez en la basura se degradan por completo en tres meses. Nuestro gobierno tiene ya en su poder el borrador de un plan que pretende aniquilar la bolsa de plástico de la faz de España antes de 2011. O sea, ya.

Como parece que el odio a la bolsita no tiene marcha atrás, a uno se le ocurre proponer, para las compras no masivas, reivindicar la memoria de la histórica talega que no sólo sirve para el pan. La talega. El vocablo procede del árabe y tanto su significante como su significado han sido aprehendidos por nuestros abuelos con toda la gracia del buen yantar, hasta el punto de que la talega ha conseguido la digna metonimización de provisión de víveres. Era fundamental para los antiguos jornaleros del sol a sol llevar la talega, aunque algunos la trajesen intacta para el regocijo de sus churumbeles al atardecer. Cosas del hambre.

Las abuelas de antes, incluida la mía, tenían por lo general un par de talegas: una pasiva, para el pan de retén en casa y otra activa, más decentita para la compra. Yo vi a la mía remendarlas en su máquina Singer. Ahora que asistimos a otro relumbrón estético del Cuéntame no estaría de más que nos hiciésemos con una talega para la compra diaria. Para la del mes, ya vendrá en nuestro auxilio el almidón de patata. Ya revolucionó la alimentación en los Siglos de Oro como contenido, cuando desembarcó de allende el Atlántico. Ahora la volverá a revolucionar como continente. Dios bendiga a la papa.

  • Este artículo aparece asimismo en el nº 1.964 del semanario Cambio16

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