domingo, 12 de julio de 2009

Poemas del tiempo

Aunque todavía no me lo creo, me he refrenado el ritmo de trabajo y ando viviendo desde hace días un verano como el de la gente con vacaciones, aburguesada y lenta, con desayunos sin prisas y largas horas con pijama. Esto me está permitiendo leer, en el sofá de casa o frente al mar, dependiendo de donde me arrastre el oleaje suave de este estado sabatino. Tras haber terminado la biografía novelada de Juan Belmonte que comenté aquí hará un mes –el resto no me ha defraudado, todo lo contrario– he seguido con novelas de autores más o menos actuales, como Saber perder, del cineasta reconvertido en escritor David Trueba, que publica Anagrama. Me está gustando, tal vez porque es una de esas novelas de personajes entrelazados en las que uno puede recrearse también en el lenguaje y no sólo en las mil hazañas que se cuentan en una página como acostumbran algunos best sellers insufribles. Pero lo que más me ha sorprendido ha sido el descubrimiento de un autor que conocía como columnista de periódicos pero no como maestro de la poesía: el malagueño Manuel Alcántara (1928). Este malagueño de toda la vida ha escrito, y no exagero, casi 20.000 artículos y columnas periodísticos y desde hace años lo sigo de vez en cuando en el grupo Joly (Diario de Sevilla y sus derivados). Lo que nunca imaginé es que fuera al mismo tiempo un poeta machadiano de los que se entiende a sí mismo en el verso conciso y sabio que escribe para sí y para los demás, para que todos nos entendamos mejor. Tengo una antología suya que recoge lo mejor de su producción poética de entre los años 1955 y 2004. De lo que he leído, me apetece compartir con los lectores de este blog este "Soneto para pedir tiempo al tiempo":

El tiempo es un camino para andarme.
(No te engañes. Morir, ay, para ver. Te
quedarás solo, a solas con tu suerte).
Yo me he echado a morir para vengarme.

Porque sé que no debo entusiasmarme
con cosas que se acaban en la muerte,
estoy soñando. Cuando me despierte,
no sé si habré hecho bien en despartarme.

El tiempo, con su escaso presupuesto,
se nos va a cada paso, mientras arde
como una rama seca todo esto.

Siempre un reloj aprieta, nos ahoga,
nos coge por el cuello un día y tarde
o temprano nos cuelga de una soga.


Este poema, de sorprendente madurez, está incluido en su segundo poemario, El embarcadero, de 1958. Tenía entonces Alcántara sólo 30 años. Curiosamente, los que voy a cumplir yo a la vuelta del estío. A mí, sin embargo, no me parecen pocos.

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