En Valencia capital, patria chica del petardeo musical, de las fallas melódicas y las tracas armónicas, el Ayuntamiento que preside Rita Barberá ha multado con 700 euros a una mujer que hacía ruido en la calle con un violín. Lo tocaba; interpretaba partituras sin autorización en mitad de la rúa, pero está visto que las interpretaciones sonoras cambian en el reino mimado de la trama Gürtel, pues entre ruido y música hay una relación nada clara que algunos, como es obvio, confunden dramáticamente. No se puede tocar el violín así como así, sin licencia comprada o sacada, sin caja B, sin contratos o amistades. Qué se creía esta mujer.
El asunto tendría su gracia en otras circunstancias, pero hablamos de Valencia, de multas y de arte callejero, que son cosas demasiado serias. Por la capital mediterránea y buena parte de su comunidad se han filtrado las dádivas más sonoras –pues suenan mucho aunque no bien– del llamado 'caso Gürtel', que traducido del alemán significaría 'caso Correa'. No sabe uno si el interés de los investigadores de Garzón por la fonética alemana se debe a la necesidad de tapar el apellido sin culpa del empresario Francisco o a una asociación inconsciente entre la dureza de las acusaciones y el acento germano. El caso es que el caso Correa o Gürtel, sostenido sobre muchos miles de euros sin destino limpio, sigue sin resolver después de que la investigación se abriera en febrero de 2009, el mismo mes en que la violinista de Valencia fue pillada haciendo ruido en plena calle. Es natural la rapidez de la multa contra la violinista si se tiene en cuenta, en cambio, la silenciosa tarea de los gürtelianos, que han actuado siempre sin banda sonora y de puertas para adentro.
Está claro que Valencia vive un segundo Renacimiento. La multa a esa violinista sin licencia, que sería calderilla para los gürtelianos, lo confirma a la luz de la historia de nuestro Mediterráneo sinfónico. Cuando en el primer Renacimiento había trovadores italianos que tocaban el violín, la exquisita créme de la créme se revolvía contra el instrumento y su sonido. El benjamín de la familia de las cuerdas no contaba con el más mínimo prestigio. Y hubo que esperar al Barroco para que algún iluminado como Claudio Monteverdi descubriera en el violín todas las posibilidades de sus calidades sonoras. Tantas encuentra, que lo usa para complementar las voces corales en su célebre ópera Orfeo, en 1607. A partir de entonces, el prestigio del violín empezó a crecer, paralelo y simultáneo a las oscuridades del Barroco. Quattrocentos años después, y con la pátina de luz que Sorolla regaló a su tierra, el Ayuntamiento valenciano se muestra alérgico a esas oscuridades violinísticas y entusiasta, en cambio, con las claridades sonoras de sus petardos; de sus explosivos, quiere uno decir. Así que la multa de 700 euros corta me parece. Por aquí las multas a quienes incordian la melodía feliz del bienestar siempre suman más ceros.
El asunto tendría su gracia en otras circunstancias, pero hablamos de Valencia, de multas y de arte callejero, que son cosas demasiado serias. Por la capital mediterránea y buena parte de su comunidad se han filtrado las dádivas más sonoras –pues suenan mucho aunque no bien– del llamado 'caso Gürtel', que traducido del alemán significaría 'caso Correa'. No sabe uno si el interés de los investigadores de Garzón por la fonética alemana se debe a la necesidad de tapar el apellido sin culpa del empresario Francisco o a una asociación inconsciente entre la dureza de las acusaciones y el acento germano. El caso es que el caso Correa o Gürtel, sostenido sobre muchos miles de euros sin destino limpio, sigue sin resolver después de que la investigación se abriera en febrero de 2009, el mismo mes en que la violinista de Valencia fue pillada haciendo ruido en plena calle. Es natural la rapidez de la multa contra la violinista si se tiene en cuenta, en cambio, la silenciosa tarea de los gürtelianos, que han actuado siempre sin banda sonora y de puertas para adentro.
Está claro que Valencia vive un segundo Renacimiento. La multa a esa violinista sin licencia, que sería calderilla para los gürtelianos, lo confirma a la luz de la historia de nuestro Mediterráneo sinfónico. Cuando en el primer Renacimiento había trovadores italianos que tocaban el violín, la exquisita créme de la créme se revolvía contra el instrumento y su sonido. El benjamín de la familia de las cuerdas no contaba con el más mínimo prestigio. Y hubo que esperar al Barroco para que algún iluminado como Claudio Monteverdi descubriera en el violín todas las posibilidades de sus calidades sonoras. Tantas encuentra, que lo usa para complementar las voces corales en su célebre ópera Orfeo, en 1607. A partir de entonces, el prestigio del violín empezó a crecer, paralelo y simultáneo a las oscuridades del Barroco. Quattrocentos años después, y con la pátina de luz que Sorolla regaló a su tierra, el Ayuntamiento valenciano se muestra alérgico a esas oscuridades violinísticas y entusiasta, en cambio, con las claridades sonoras de sus petardos; de sus explosivos, quiere uno decir. Así que la multa de 700 euros corta me parece. Por aquí las multas a quienes incordian la melodía feliz del bienestar siempre suman más ceros.
- Este artículo aparece asimismo en el nº 1.967 del semanario Cambio16.
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