martes, 2 de abril de 2013

No somos pardillos, pero como si lo fuéramos

A diario, y conforme cumplo meses -no digo años por pura cuestión de vértigo-, constato cómo los poderes fácticos de este mundo nuestro que se nos antoja cada día más pequeño -y no sólo por cuestión de aviones, sino de simplismo del malo- toman al pueblo -al llano, por no decir plano- por una panda de pardillos que, en el fondo -aunque en la forma se note cada vez menos-, no somos para nada. No lo somos, pardillos, quiero decir, pero como si lo fuéramos. Y en un debate personal que a mí me quita el sueño muy a menudo, el de la verosimilitud, es algo que admiro profundamente. Me explico: literariamente, estoy siempre preocupado por que lo que escribo sea verosímil para que el lector se reconozca en el mundo posible que yo pueda concebir. Es, con mucho, mi mayor preocupación cuando me pongo a escribir. Pues bien, cada vez más compruebo cómo ese pudor que yo siento por la verosimilitud, o porque se me note la inverosimilitud, es un pudor cada vez más mío, más personal o tal vez debiera decir más del pueblo y menos de esos poderes fácticos a los que me venía refiriendo. Por no salirnos del tiesto, veo series de televisión que en un solo anuncio prometen diecisite tramas imposibles para el siguiente capítulo, y tan panchos. Luego salen los índices de audiencia y millones de gente la siguen, y encantados además. Lo mismo con esa literatura barata de cuarentonas reprimidas que ahora descubren el erotismo o el porno ramplón. Yo alucino, pero comprendo que si funciona, funciona. 

Y aunque alucine, por eso comprendo el ecosistema de las televisiones, de los responsables públicos, de los políticos y del resto de mandamases que mandan aunque sea en la cofradía de su barrio. Con comprender quiero decir que me hago cargo de que si la gente traga, pues traga y punto. Y como todo en la vida, supongo que será cosa de costumbre, de práctica, de mucho ensayo y poco error. Era Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, quien patentó aquello de "repite una mentira mil veces y terminará por convertirse en verdad", ¿no? Pues más o menos. No es cuestión de verdad o de talento, sino de insistencia y cabezonería. El cansino es el que vence. Al menos a corto plazo. Pero es que la gente, con tanto recorte, tiende ya a entender la vida a corto plazo. Y ahí radica, creo yo, el problema fundamental.

¿Cómo se entiende, si no, que personajes públicos de todo signo e índole se agarren al hierro ardiendo de la ficción que imaginan sin preocuparse tanto, como un servidor, de la verosimilitud? Estoy por suponer que soy yo el que tengo un complejo de la verosimilitud que acaso quedara pasado de moda. Sin entrar en el fondo de los asuntos, pongamos ejemplos recientes: ¿Cómo es posible que el presidente gallego, Feijóo, con ese nombre de ilustradísimo de los que ya ni se estudian en el cole, diga con cara de persona decente que en el año 1996 aún no sabía a qué se dedicaba el pirata Marcial Dorado cuando la prensa -especialmente la gallega, claro- venía informando de sus detenciones y trapicheos desde el año 90? ¿Cómo es posible que el presidente andaluz no supiera nada de los ERE fraudulentos que no le han costado ni siquiera el puesto cuando por la Junta hasta el gato del último despacho había oído algo de sobrecitos y repartos, dentro y fuera de las tabernas? Y hablando de sobres -ahora que la epístola cayó tanto con el triunfo del whatsapp-, ¿cómo es posible que Rajoy tampoco supiera nada de los de Bárcenas cuando el tipo llevaba más de una década dirigiendo la orquesta financiera del partido que gobernaba y que estaba llamado a volver a gobernar? ¿Cómo es posible que tampoco los sindicalistas andaluces supieran nada de los ERE de mentira cuando uno ellos de verdad, de nombre Juan Lanzas, dirigía tanto con tan espléndida generosidad que allí nadie se quejaba, como Lázaro cuando lo de las uvas del ciego, que callaba, claro, porque él comía de tres en tres?

Ya no son horas de seguir estrujándose el cerebro, pero como la inspiración me llama a seguir novelando y vuelve a afectarme mi complejo de verosimilitud, llego a la siguiente impúdica conclusión disyuntiva: o aquí los mandamases son ases de la ficción convincente o aquí el resto del pueblo, y me incluyo, somos todos gilipollas.








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