Mi madre sufrió un aborto antes de tenerme a mí. Cada vez que me lo ha contado he sufrido yo un tambaleo identitario, un contradictorio sentimiento entre la pena y la alegría, tal vez producido por la mezcla de la sensibilidad heredada, el escalofrío por ese tiempo sin tiempo justamente anterior a mí y el egoísmo de saberme aquí porque otro embrión anterior a mi persona fracasó por los laberintos de la concepción. Mi madre se quedó embarazada inmediatamente después, de modo que de no haber sufrido aquella interrupción involuntaria de su embarazo, otra persona sería su hijo, mi hermano virtual, el hijo de un padre mío que, en ese caso, no lo sería. Un lío genético que hubiera impedido, sin embargo, que yo me estuviera haciendo este lío lingüístico aquí y ahora. El caso es que mi madre abortó, y nací yo. De modo que, de alguna manera, heme aquí gracias a un aborto. Suena raro, feo, inmoral decir eso, pero supongo que a mucha gente le habrá ocurrido, eso de estar aquí gracias a un aborto, con la misma intensidad que las campañas antiabortistas formulan ese tópico de que fulanito está aquí porque su mamá decidió no abortar. La verdad, como todo, siempre tiene varias caras. Como los políticos, que al menos tienen dos: una en la campaña electoral y otra en la poltrona del gobierno.
Este que aguantamos, el del PP surgido de aquellas tinieblas zapateriles por las que nos deslizamos hacia el barrizal de crisis en que seguimos embarrados, tiene la cara de sacarse de la manga de su sotana invisible una ley imprescindible para el conjunto de la nación: una versión cuéntame de la ley del aborto, un remake de la ley de 1985 pero más en blanco y negro, como le gusta a Gallardón, que nos recuerda la promesa electoral de su partido como si, en rigor, quisiera recordarles a los suyos que las promesas están para cumplirlas, después de haber incumplido todas las demás.
No
seré yo quien haga apología del aborto. Tener dos hijos a los que uno vio sonreír y crecer desde las primeras ecografías te elimina cualquier atisbo de objetividad. Pero entre las hipócritas
claves de esta nueva ley más papista que el papa llama la atención, por ejemplo, eso
de que "las clínicas no podrán anunciarse". Existir y trabajar, sí.
Anunciarse, no por dios. Quienes tienen dinero para abortar no necesitan
anuncios... ya saben dónde está el tajo. Así que el aborto seguirá practicándose pero sin necesidad de publicidad. Es lo que tiene el negocio seguro. Que le pregunten a las farmacias o a los vendedores de lápidas. Mi suegro, tan pragmático y abrupto, siempre dice que, con dinero, se llega a todas partes. Podría concluirse que te abren todas las puertas, incluso el postigo antes de nacer. Y eso lo sabe el PP, que no renuncia a las rentables clínicas abortistas sino al mal gusto de su cantinela publicitaria, al soniquete del aborto para todos. Habrá que tener cierta clase para abortar, qué carajo.
De esta nueva ley imprescindible para salvaguardar los derechos del concebido llama igualmente la atención que se elimine el supuesto de malformación fetal. La anomalía fetal se admitirá sólo si es incompatible con la vida. Es decir, que mientras aquello lata, aquello debe nacer. Otra cosa es que se tenga dinero para asistir a una de esas clínicas que no se publicitan por mal gusto. Pero para ir a esas clínicas no hace falta discutir ni legislar, sino tener dinero y punto.
Ahora, las únicas excepciones para abortar son la violación y el peligro de muerte para la madre. Es curioso. A mí me lo parece. Porque siempre he supuesto que este aferramiento a la defensa de la vida desde el minuto cero de la concepción enraíza en una mirada religiosa. De modo que se considera que incluso un feto malformado tiene derecho a la vida. ¿Y un feto perfectamente formado producto de una violación no? ¿Cuál es el criterio para defender a capa y sotana el derecho a la vida de cualquier ser vivo concebido, venga como venga a la vida, y no por el mero hecho de que el fecundador lo hiciera a la fuerza? ¿Cuál es el criterio, en el segundo supuesto, para no defender a capa y sotana el derecho a la vida del que va a nacer y sí el derecho a la vida de su madre, cuando cualquier madre daría la vida por su hijo?
Difíciles preguntas, desde luego. De mí, que no legislo, no esperen una respuesta. Me he limitado a buscar "aborto" en el diccionario: "Interrupción del embarazo por causas naturales o deliberadamente provocadas", dice el DRAE. Y añade: "Puede constituir eventualmente un delito". En el adverbio "eventualmente" está el drama. El gobierno anterior hablaba, alegremente, de abortar como un derecho. El gobierno actual habla, penosamente, de abortar como un delito. Creo que las mujeres que se vean ante la tesitura de tal pesadilla habrán sobrepasado los límites de las alegrías o las penas. Y a mí me aterra esa eventualidad del diccionario; que la vida en potencia siga los cauces, tan vulgarmente, de las eventualidades políticas. Qué asco.
2 comentarios:
interesante reflexión sobre un tema tan delicado como éste.
Aprovecho para desearte una Feliz Navidad, acompañado de tus seres queridos.
Feliz Navidad también para ti, querida Dori. Que lo pases bien estos días y que tengas un próspero 2014!! Nos vemos.
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