Lo decían las encuestas, pero como fallan más que el caballo del malo, ni Barak Obama se lo ha creído hasta hace un rato, cuando ha visto que casi doblaba en votos a su adversario, el republicano McCain.
Tras patearse un país de casi 400 millones de personas de todos los colores, desde los tiempos remotos de su Chicago adolescente, Obama ha conseguido ser el primer presidente negro de EEUU. Ahora empiezan los matices; no es negro del todo. No, chocolate con leche. Es posible que mañana, o dentro de un par de años, se le aclare aún más la piel. Pero el caso es que un negro preside ahora el país más poderoso de la Tierra, y no porque sea negro, sino porque se llama Obama, porque ha construido una marca personal que todos se pelean por colgarse en la solapa y porque sus adversarios (me refiero también al tito Bush) la han cagado tanto, tanto, que lo han erigido como única alternativa.
Al hilo de las críticas al racismo estadounidense, ese país multicolor, uno podría plantearse cuándo en España vamos a tener un presidente moro o chino o rumano. Algunos se echan a temblar de sólo pensarlo, pero todo llegará. Y será presidente de todos los españoles, incluso de los que se llenan la boca con la palabra patria y sus derivados.
En cualquier caso, el nuevo presidente norteamericano es un melón por abrir. No va a acabar con el hambre, la estupidez ni la crisis. Aunque ya ha insuflado un soplo de esperanza, que no es poco en los tiempos que corren. Ojalá que el predicado cambio sea para mejor y Obama no se convierta en el presidente que más defraude en la historia. Las expectativas están ya creadas. Ahora le toca a él. Tiene gracia que, en rigor, todavía no haya empezado.
Tras patearse un país de casi 400 millones de personas de todos los colores, desde los tiempos remotos de su Chicago adolescente, Obama ha conseguido ser el primer presidente negro de EEUU. Ahora empiezan los matices; no es negro del todo. No, chocolate con leche. Es posible que mañana, o dentro de un par de años, se le aclare aún más la piel. Pero el caso es que un negro preside ahora el país más poderoso de la Tierra, y no porque sea negro, sino porque se llama Obama, porque ha construido una marca personal que todos se pelean por colgarse en la solapa y porque sus adversarios (me refiero también al tito Bush) la han cagado tanto, tanto, que lo han erigido como única alternativa.
Al hilo de las críticas al racismo estadounidense, ese país multicolor, uno podría plantearse cuándo en España vamos a tener un presidente moro o chino o rumano. Algunos se echan a temblar de sólo pensarlo, pero todo llegará. Y será presidente de todos los españoles, incluso de los que se llenan la boca con la palabra patria y sus derivados.
En cualquier caso, el nuevo presidente norteamericano es un melón por abrir. No va a acabar con el hambre, la estupidez ni la crisis. Aunque ya ha insuflado un soplo de esperanza, que no es poco en los tiempos que corren. Ojalá que el predicado cambio sea para mejor y Obama no se convierta en el presidente que más defraude en la historia. Las expectativas están ya creadas. Ahora le toca a él. Tiene gracia que, en rigor, todavía no haya empezado.
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