lunes, 1 de diciembre de 2008

El último viaje de Carmen de Santacruz

Mucho antes de adoptar la rimbombante etiqueta de Carmen de Santacruz, esta anciana de 83 años llegó al mundo con el nombre sonoro y perfumado de Carmen Rosa Murube. Nació en Los Palacios y Villafranca (Sevilla), en el seno de la familia de los Murube, que por entonces quemaba los últimos cartuchos de su celebridad cortijera con el aroma solo de su apellido. En 1926, ser hija natural de una viuda se pagaba caro. Pero Carmen Rosa emprendió rápidamente el vuelo para viajar por los escenarios de todo el mundo. Ahora quiere volver para morir.

La próxima edición del festival flamenco de La Mistela que se celebra en su pueblo natal planea rendirle homenaje. El Ayuntamiento intenta traer a la anciana Carmen Rosa, que vive desde hace años en Madrid, para que protagonice una de las veladas flamencas, tal vez la primera, en la que se proyectará el documental sobre su vida elaborado por su propio hijo, de nombre griego y apellido palaciego: Dimitri Murube. El documental narra la vida y hazañas de una mujer que empezó siendo hija natural de una viuda en un pueblecito que orillaba las marismas del Guadalquivir, que partió hacia Sevilla con su madre clandestina, que aprendió el baile clásico en tres meses y que con 14 años debutó como bailarina solista en el Alcázar sevillano en el marco de un homenaje realizado al yerno de Mussolini. A partir de entonces, la niña se convertiría en Carmen de Santa Cruz. “Mi familia no permitió que yo me pusiese mi auténtico apellido, porque entonces tener una artista en la familia era un deshonor”, recuerda ahora esta reina de la danza española que fue embajadora nacional durante la época franquista por más de media Europa, América y hasta Oriente Medio, y cuyo nombre ahora no dice nada en España. “Después de 40 años, he vuelto a abrir mis baúles”, dice, y añade: “Yo había enterrado el baile como si fuera un muerto muy querido, pero muerto”.

La apertura del baúl de los recuerdos ha sido filmada por su hijo y en el documental resultante, de título Azuquíbiri. Las castañuelas de la libertad, puede contemplarse a una lozana bailarina que comparte cartel y escenario con una desconocida Lola Flores, que protagoniza el ballet de películas con Imperio Argentina, como en Goyescas (de Benito Perojo en 1942), con Estrellita Castro, como en La Patria Chica (de Fernando Delgado en 1943), o con otras muchas estrellas del panorama cinematográfico italiano, como ocurre en Balocchi e Profumi, de Natale Montillo en 1953, y que a la vuelta de muy pocos años se convierte no sólo en compañera de artistas como Vicente Escudero o Gila, sino en una figura imprescindible del music hall europeo, presentándose en locales míticos como el Open Gate romano, el Moulin Rouge parisino o el teatro Chatelet.
En el otoño de la década de los sesenta, Carmen de Santacruz, cada vez más Carmen Rosa de nuevo, llega a Estados Unidos para, retirada del espectáculo, dedicarle más tiempo a su hijo. Ahora recuerda aquel prodigio que la había marcado desde el embarazo de su propia madre, viuda, que para la época era igual de grave que ser soltera y con barriga: “El médico me dijo que estaba embarazada, y yo le contesté que era imposible, que sólo era una bailarina. Entonces él me cortó: ‘Pero también es usted una mujer”.

Aquel hijo surgido del vendaval mítico de su trayectoria, Dimitri, es el que ahora también ha contactado con Los Palacios y Villafranca, su primera raíz, para comprar un nicho en el cementerio en que descansará su madre cuando le llegue la hora del viaje definitivo.
  • Este reportaje, resumido, lo publico también en El Correo de Andalucía (1/12/2008).

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