La mayor injusticia en esta vida consiste en aplicarles tan dispares varas de medir a seres que nacieron del mismo modo pero que el tiempo y las circunstancias se han encargado de que vivan y mueran de formas muy diferentes. Por ejemplificar, imagínense qué oportunidades de mierda les dio la vida a esos cientos de niños sirios que murieron en el acto, o peor, que tardaron horas o días en morir por las heridas espantosas de cualquier bomba de tres al cuarto. Y fíjense en cuántas oportunidades lleva ya arrojadas a la papelera porque se sabe con muchas más Bachar el Asad, al que ahora le exigen los amos del mundo que entregue las armas en cierto plazo pero nadie le habla de un juicio por genocidio y mucho menos de un tiro definitivo por donde usted está pensando. No, con toda probabilidad los veremos a todos con las manos juntas y mirando a cámara, degustando unos canapés a continuación, mientras otros gusanos se estarán dando un festín con la carne tierna y muerta de aquellos cementerios.
Imagínense qué oportunidades de mierda les ha dado la vida a los miles de chavales de clase media y baja que alguna vez soñaron no ya con triunfar, sino con vivir de algún deporte al que le entregaron seriamente su vida a costa de los sacrificios de sus padres, que no se fueron jamás de vacaciones con tal de que el niño o la niña tuviera para el autobús y el bocadillo tras el entrenamiento. Y fíjense cuántas oportunidades ha tenido esa entelequia del Madrid Olímpico cuyos millones de euros nadie sabrá nunca quién se llevó de verdad, aunque desde luego no fue Ronaldo, la estrella del nuevo pan y circo que al convertirse en el mejor futbolista (y por tanto deportista) pagado de la historia del mundo aún le sobra cinismo para decir que el dinero no es lo más importante. Claro que no.
Imagínense cuántos males remediarían en nuestra Andalucía miserable de hoy los millones y millones de euros que se llevó hace un rato el desagüe insaciable de los falsos ERE, mientras la nueva presidenta que nos han anunciado, a la que con toda la lógica del mundo apellidan la ere-dera -así sin hache, como les gusta provocar a la nueva camada de pseudopedagogos que encontraron el filón perfecto por el espontáneo Sur-, dice ahora que el caso de los ERE le causa dolor y vergüenza. Claro que sí.
Ya sé que imaginando casos concretos y relacionándolos con casos específicos corro el riesgo de hacer demagogia. Por eso no sigo; porque la vida es un camino de rosas para algunos porque otros cargaron con todas las espinas. Y me encomiendo al consejo paternal con el que comienza la novela de El Gran Gatsby: "Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú". Lo más doloroso es que quienes consiguieron todas las oportunidades del mundo se olvidaron de criticar a nadie. Están en otra onda, por favor.
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