Desde siempre viví con gallinas en casa. En la mía o en la de mi abuela. Y desde pequeño me produjeron desconfianza sus ojos en lados opuestos de la cara, su mirada oblicua, su condición de aves sin vuelo, su falta de horizonte vital, entre el canto madrugador del gallo y su recogida vespertina encima de un palo. Yo nunca vi tan dantesco espectáculo, pero mi madre solía contar que mi abuela le cortó el pescuezo a más de una y que, sin cabeza, seguía corriendo sobre las tapias del corral, como le ocurren a los rabos de lagartija cuando los chiquillos hacíamos de las nuestras, antes de que llegaran los chismes esos que hoy los tienen tan embelesados que creen que la leche la produce el Mercadona.
Hoy me he acordado de las gallinas y toda su gramática doméstica al oír las triunfalistas declaraciones de los de siempre porque el paro ha bajado en 31 personas. Me gustaría saber quiénes son, porque no dejaría de tener cierto regusto arqueológico rastrear entre los millones de españoles las caras concretas de esas 31 personas que protagonizan hoy, sin rostro, en medio del frío maremágnum estadístico que unos manejan a favor y otros en contra, el canto altanero de un gobierno que, como todos los que pare esta época penumbrosa, se agarra a un hierro ardiendo. Como esta mañana no vi la prensa, conocí el dato porque un paisano lo puso en facebook, y pensé de inmediato que era una cifra local. Cuando vi la misma cifra -que me es familiar porque es el típico número de alumnos en cualquier clase, ahora que los profesores empezamos a manejar listas de aulas- en un periódico nacional, se me cayeron los palos del sombrajo. Seguí pensando que le faltaban ceros, hasta que lo confirmé en los periódicos afines al gobierno, que son divertidísimos en celebraciones de este calado. 31 personas han salido de la fosa oscura del desempleo en todo el país. Dicen los empresarios -los que han diseñado la nueva reforma laboral- que es un dato esperanzador. Para ellos, lo será. Para los miles de jóvenes emigrados que, según el gobierno, son aventureros, no lo será tanto.
Luego sale el Instituto Nacional de Estadística (INE) confirmando que "toda la creación de empleo" -supongo que se refieren a esa aula de 31 afortunados- se debe al 'efecto verano'. Pero da igual; el gobierno sigue sacando pecho, pues el que no se consuela es porque no quiere. Menos da una piedra.
De todas formas, a mí, de natural desconfiado, me chirría cruzar datos como que hay 31 personas menos en toda España en el paro con que la afiliación a la Seguridad Social desciende en casi 100.000 personas o con que el trabajo a tiempo parcial -ya saben, esa fórmula de 'da gracias que estás trabajando'- bate récord gracias a la reforma laboral que ya saben quiénes idearon. Pero eso es seguramente porque, como dicen los economistas que saben de verdad, yo tiendo a mezclar churras con merinas. Y ahí debe de radicar mi error, o mi desconfianza, o mi condición de hombre de poca fe.
El caso es que cuando he oído que estamos remontando el vuelo no he podido evitar acordarme del vuelo rasante de las gallinas en el corral, cuyos ojos contrapuestos ven cada cual lo que les da la gana: el uno mira hacia la izquierda y el otro hacia la derecha. Hacia adelante, sólo el pico en busca del alpiste. ¿Cómo era aquello que decía Esperanza Aguirre? Pitas, pitas... Qué señora tan campechana, como el Rey.
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