La Conferencia Episcopal Española, esa institución obispal que rige los destinos de la Iglesia en nuestro país con creciente fervor político, ha declarado que "muchos cristianos no conocen a Dios". Claro que no. Empezando por ellos mismos, por los responsables de esa institución, conocida en siglas como CEE, se ve claramente que Dios -la supremacía de lo Bueno, lo Bello y lo Cierto- está un tanto alejado de sus estrados. Pero los obispos nunca hacen verdadera autocrítica, tal vez porque arrancaron hace demasiado tiempo aquel pasaje evangélico en el que Cristo hablaba de la mota en el ojo del vecino que uno siempre ve, a diferencia de la viga propia. También es posible que muchos de estos cristianos institucionales, orondos e importantes, hayan olvidado aquella pregunta elemental de Jesús: ¿Cómo puede un ciego guiar a otro ciego?
Pero los obispos importantes de esta España nuestra no van por ahí, ni mucho menos. Les echan la culpa, claro, al Gobierno, a las familias y a la sociedad en general. Ellos no tienen ninguna culpa porque ellos son los elegidos. Tampoco quiero recordar ahora el pasaje del fariseo en el templo que daba gracias al Altísimo por no ser como el publicano que rezaba en un rincón sombrío... Ellos están en posesión de la verdad absoluta y el mundo, mundano por definición, se descarría cada vez más. En definitiva, tenemos una Iglesia salvífica, heredera del mensaje de Cristo, y un mundo cada vez más perverso en el que es difícil sembrar, iluminar o salar.
Sencillamente, discrepo. Discrepo bastante, a pesar de pertenecer a la Iglesia de la que hablo.
Esta Iglesia mía -esta Iglesia nuestra- debería hacer dos cosas fundamentales para ganar credibilidad (y sal eficiente) en el mundo que le ha tocado en suerte: la primera, hacer autocrítica, con naturalidad y sano juicio; la segunda, ser más humilde, mucho más humilde, casi tanto como Jesús de Nazaret.
Mientras estas dos premisas no se den, la Iglesia seguirá siendo una importante institución tan mundana como otras, pues sólo lo de aquí abajo, y siempre con intereses puramente mundanos, parece interesarle. Y ese no es el Camino hacia la Vida Eterna, entiéndaseme este término en el sentido que se quiera.
Yo no vislumbro a Dios en las masificadas celebraciones de la BBC que tanto interesan a la Santa Madre. Las Bodas, Bautizos y Comuniones se siguen celebrando como churros, irrespetuosamente no sólo durante los instantes de los propios sacramentos, sino en la trascendencia que ha de exigirse después. Las parejas se casan en la Iglesia porque otro decorado similar sería costosísimo. Los niños se bautizan porque sus padres no tienen ganas de perder rutina o porque sus abuelas temen un castigo bíblico procedente de sus confusas supersticiones. Algunas siguen argumentantando que el niño no puede quedarse morito. Ya ven. Y de las primeras comuniones, esa antesala festiva y social de los casamientos, con barra libre incluida, mejor no hablamos.
Tampoco vislumbro a Dios ni a su Espíritu en las masificadas fiestas religiosas que terminan siendo un negocio redondo para todos. Podría ejemplificar con la arenosa fe del camino rociero o con el esotérico ímpetu del camino santiaguero, qué más da, por no referirme a la pasión plástica de la semana apasionada de los pasos de multimillonarios presupuestos, con mantillas y capataces como guindas...
Y, en fin, tampoco veo a Dios entre quienes se autoconsideran los nuevos elegidos, despreciativos del vulgo, presuntuosos y próximos al neoconservadurismo por el que pretenden subir no sólo en la escala social, sino en la escala celestial. Estos son, fundamentalmente, seguidores de Escrivá de Balaguer y de Kiko Argüello. El primero, hecho santo por el procedimiento burgués de toda la vida. El segundo, todavía cuentista de éxito a pesar de sus evidentes incongruencias. La Iglesia vaticana -que es como decir la Iglesia que importa y pinta-, que ha perdido a la masa medieval, se refugia y apoya hoy en estos dos grupos poderosos, como antaño lo ha venido haciendo en otros.
Ahora que el mundo crece y crece, los obispos españoles repasan con sus temblorosos índices la larga lista de cristianos apuntados y reflexionan sobre la calidad de sus prácticas religiosas. Y se ponen nerviosos. Ahora sacarán una carta pastoral para azuzar a Zapatero o demandarán al Santo Padre una encíclica cañera.
Como siempre. Y el mundo gira.