domingo, 4 de mayo de 2008

Einstein y las biografías amarillas




Uno puede explicar en clase mil veces que Larra fue el primer periodista moderno y que publicó sus artículos en un Madrid viciado, etc.; o que las teorías de la ficción se resumen en El Quijote de Cervantes porque el novelista superpuso varias capas de ficcionalidad desde el relato de Cide Hamete Benengeli hasta la presunta traducción que tiene en sus manos el lector, por no citar la pícara locura de un Alonso Quijano que en realidad juega a hacerse el loco para vivir otra vida, etc. Uno puede explicar todas las teorías y todos los contenidos interesantes que quiera, pero al final, en el examen, todo el mundo se acordará de que Larra se pegó un tiro con 28 años y de que Cervantes estuvo encarcelado varias veces y murió pobre. Y eso se explica por nuestra tendencia innata al amarillismo. Sólo así se explica que las mal llamadas revistas del corazón -no hablan de cardiología ni del amor-romántico, sino de las conveniadas relaciones amorosas en el espectáculo capitalista de postficción- vendan tanto cada semana. A los chavales se les queda antes el nombre de Isabel Freyre, cruel dama portuguesa que rechazaba a Garcilaso, que la maravilla concentrada de su égloga tercera; del mismo modo que sus madres saben mucho más de Camila Párker o de Letizia Ortiz que de sus respectivos cónyuges reales. Existe una pulsión por enredar en los bajos instintos, tal vez en el denominador común que nos iguala a príncipes y canallas en este teatro del mundo que ya pintó Calderón. Al margen de teorías positivistas y de la extendida telebasura, pareciera que nuestro cerebro estuviera especialmente capacitado para el relato anclado en las miserias de eros y tánathos que llegan a resumirlo todo en esta vida.



En este sentido, no debiera extrañar que, pese a no haberse popularizado todavía las teorías de Albert Einstein (1879-1955), el científico más importante del siglo XX, y pese a no conocerse después de casi un siglo su ecuación de la energía resultado de multiplicar la masa por la velocidad de la luz al cuadrado, hayan surgido dos biografías que se ocupan especialmente de que tuvo no sé cuántas amantes, de que abandonó a su mujer y probablemente la maltrató y de que tuvo una relación ambigua con sus dos hijos. Estos datos, en cambio, harán subir el nivel de ventas como la espuma. ¿A quién le interesan sus teorías o el hecho de que, ya nacionalizado estadounidense en 1940, lograra salvar a muchísimos judíos de la barbarie nazi? Como ya se lamentara nuestro Unamuno en aquella época de Einstein precisamente, seguimos pensando en que inventen ellos. Ellos, extraña tercera del plural.




2 comentarios:

Fae dijo...

Al hilo de esta cuestión, veo cierto paralelismo la entrada con el desnudo de la sobrina de Rouco Varela. Me explico: nada mejor que llamar la atención de los demás con los más miserable. A ver quién defiende mejor la doble moral de la iglesia que enseñando tetillas. Poco falta para que nos descubran qué hace otro famoso de puertas para adentro. Pero como es lo que gusta...

Anónimo dijo...

Ciertamente es más fácil vender historias sobre nuestra podredumbre que sobre nuestros logros. Y catalogamos a las personas según nuestro criterio siempre subjetivo, no por su obra. Un escritor, por ejemplo, puede ser fantástico -su obra, me refiero-, pero si su carácter o su vida no entran dentro de nuestros parámetros, su labor, su gran trabajo no nos servirá de mucho, y lo repudiaremos por no ser como nosotros. Pero la paradoja es que nos gusta conocer, saber de las inseguridades de los demás, reflejadas muchas veces en sucias biografías o lamentables reportajes.Y es cierto que, al final, recordamos más la anécdota -y si es cruel mejor- antes que cualquier excelencia, intelectual o física, del protagonista. Si no, que se lo pregunten a Ronaldinho...