lunes, 28 de julio de 2008

Crisis de provecho


Nunca hay mal que por bien no venga. No sólo lo dice un refrán, sino que se demuestra a diario. Con la cantinela de la crisis, cuyo compás no ha cogido el gobierno hasta que se ha visto la soga el cuello y todos los titulares clarísimos, incluso los de los medios amigos, hay también sectores que se han visto beneficiados. Y no me refiero al de algunos empresarios de particular sabor, como el productor de pipas sevillano Antonio Reyes, que, desde su fábrica de Sanlúcar la Mayor, aseguraba este fin de semana, con más razón que un santo, que cuando no hay jamón ni gambas, se comen más pipas y punto. No, no me refiero a él, sino a otros muchos empresarios que aprovechan la coyuntura para soltar lastre de contratos ahora que parece comprensible hacerlo, aunque en sus casos no esté justificado con los balances sobre la mesa. Y también a una oposición política que apunta ahora con sus bayonetas viperinas al acorralado gobierno, a pesar de que en sus respectivos programas electorales tampoco había previsión del batacazo económico, por lo que cabría suponer que, de gobernarnos el PP o cualquier otro, estaríamos en las mismas. Ni más ni menos. ¿De quién es la culpa, entonces?


¡¿La culpa es algo?!, gritaba un tío mío cuando yo me desesperaba de que me la echasen injustamente en los juegos infantiles. Ahora la culpa es sinuosa, compleja y laberíntica. Se le echa la culpa al gobierno, que es lo más sencillo, como hacía el viejo Carrascal de las corbatas tremendas con Felipe González Márquez, ¿se acuerdan? La culpa, tan bíblica ella.


El caso es que desde comienzos de 2007 se veía venir la crisis; la explosión de la burbuja inmobiliaria, o sea. Pero, unos porque querían repetir en el gobierno y otros porque deseaban conquistar La Moncloa, nadie hizo demasiados aspavientos, salvo Mariano Rajoy, que enseñaba aquellas ridículas gráficas como trabajitos escolares, con la subida del pan y la leche que ya todos sabíamos.


La principal razón de la crisis es que el personal se pasó tres pueblos en el sector de la construcción para ponerse las botas hasta las ingles, hasta construir en demasía y vender a precios desorbitados. Como los albañiles y sus derivados ganaban jornales de más de 120 euros, aquí todo el mundo creía vivir en el país de Jauja, con hipotecas centenarias y carros de ricachones. Y como todo los cuentos tienen un final, a éste del ladrillo le sobrevino en forma de agujita rompeburburjitas. De sopetón. Y de sopetón miramos al gobierno, que es al que hay que echarle las culpas de todo, y así nos quedamos tan panchos y más tranquilitos.


Pero no nos engañemos, que somos muy viejos ya, por favor. Ahora toca ajo y agua. Y durante todo el año 2009, ya lo sabíamos antes de que lo dijera Solbes, que no tiene varita mágica, aunque sí cara de mago.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando existe una Constitución que otorga unos derechos a los ciudadanos y un Ejecutivo que no se preocupa por cumplirla, entonces es normal y lógico que sea responsable de la crisis. Porque hablamos de la crisis del ladrillo, de la burbuja inmobiliaria, no de la crisis del bombón de chocolate. Es decir, que el ladrillo ha especulado con un derecho constitucional. Unos se han puesto las botas y otros se lo han permitido.

¡Un abrazo!
Manuel