miércoles, 29 de octubre de 2008

Citizenship





La celebérrima asignatura Educación para la ciudadanía, que ha logrado desbancar a todas las demás áreas del conocimiento que se suponen protagonistas de los pupitres a diario, ha terminado por demostrar, con su esperpéntica aplicación en la Comunidad Valenciana, que es, en rigor, un documento más político que académico y que avala tanto el ínfimo nivel ciudadano alcanzado en los albores del siglo XXI como el altísimo grado de antiglobalización deseado por quienes no quieren vivir en una sociedad democrática e igualitaria, pues ello supondría el fin de sus costosos privilegios y sus trabajadas diferencias.

Es un hecho contrastable y contrastado que los sectores que se han opuesto a esta asignatura impulsada por los socialistas son los mismos conservadores que rehúyen siempre cualquier innovación que pueda hacer tambalear su sistema de valores, aun cuando éste se sostenga sobre una epistemología hipócrita de orden injusto. Me refiero, ya lo saben, al Partido Popular, la Iglesia Católica y los medios de comunicación e instituciones que les hacen de satélites perpetuos. De entrada, no. Y de salida, vale pero que se imparta en inglés, para que nadie se entere. Pura canallada. Se salvan inteligentemente los colegios católicos que han sabido retocar y adaptar el currículo de la materia a sus intereses particulares, lo cual no es ninguna proeza si se tiene en cuenta que los aspectos polémicos –susceptibles de debate moral- como la homosexualidad o el aborto no representan ni un 1% del contenido de la asignatura. El resto del currículo, tanto en Primaria como en Secundaria, gira en torno a valores que se suponen aceptados por todos, tanto por la izquierda como por la derecha, incluidas todas las posturas ideológicas intermedias. A la vista del circo montado, la suposición es una falacia.

El temario de Educación para la ciudadanía incluye, en Primaria, conceptos que giran en torno a los individuos y a sus relaciones interpersonales y sociales, como el respeto al otro, la igualdad entre hombres y mujeres y las responsabilidades; la vida en comunidad, con valores cívicos como la tolerancia, la solidaridad, la justicia, la ayuda mutua o la cooperación, así como identificar y rechazar las situaciones de marginación y discriminación; vivir en sociedad, con aterrizajes específicos en ideas como la de la convivencia o la de los servicios públicos. En Secundaria, los libros de texto de la polémica asignatura ofrecen una aproximación respetuosa a la diversidad, con temas como el diálogo y el debate, las relaciones humanas desde el respeto, la participación representativa desde el propio centro escolar o la interdependencia y los conflictos en el mundo actual.

Quién puede oponerse a que sus hijos estudien este temario. Mi madre, que no conocía los latinismos civis o civicus pero que había mamado profundamente sus significados, se llevó toda mi infancia quejándose de que en la escuela nos enseñaran sólo a leer, escribir y a hacer cuentas pero no a comportarnos como personas. Ahora que la escuela emprende el proyecto de apoyar a los padres en la difícil tarea de la educación verdadera, se encuentra con la frontal oposición de los padres que tienen tatas para ello. Esos padres ya saben la educación que quieren para sus hijos: yo soy tu papá, ésta es tu mamá y ésta es tu tata, tres personas distintas y un solo valor verdadero: el dinero, aunque la consigna siempre sea tácita y nunca expresa. Por encima de todo, la hipocresía, otra base socializadora y estructural de imprescindible aplicación.

Si uno se detiene a calibrar cada lección de la asignatura, apreciará el mismo peligro que sus opositores: ¿Cómo van a aceptar unos padres como Dios manda que el maestro enseñe a su hijito la igualdad entre hombre y mujer si en casa mamá es la señora y papá el alto ejecutivo y todo el mundo sabe, además, que mamá salió de una costilla de papá?; ¿Y cómo van a consentir unos padres de orden que el profesor enseñe a su hijito un valor tan peligroso como el de la tolerancia si ya sabemos que en este mundo y con este gobierno hay tantas cosas intolerables?; ¿Y cómo van a transigir unos padres en condiciones que a sus hijos les hablen en clase de convivencia y servicios públicos cuando en casa les advierten a diario contra el vecino moro o latino y ellos, gracias a Dios, van al cole y al doctor de pago? Por la Santísima Virgen, qué cosas plantea esta loca asignatura.

Ese sentimiento de solidaridad con los sufridos padres ha debido de emanar del corazón institucional de la Generalitat Valenciana, que ha decidido impartir la asignatura no en el español de todos los españoles ni en el valencià de todos los valencianos, sino en inglés, el idioma internacional que nuestros chicos no aprenden a menos que se les pueda pagar unas larguísimas vacaciones en el extranjero. Unos lo aprenderán porque sus papás pueden. Los otros –la mayoría-, que ya odian la asignatura del English, terminarán por odiar también la del Citizenship, ese coñazo con traductor. De eso se trata.

Y eso se llama irresponsabilidad institucional y educadora. Al gobierno valenciano, del PP, no le importa que por una de sus batallas políticas contra Zapatero, miles de alumnos de su comunidad autónoma terminen por tomarle asco a dos asignaturas imprescindibles con la misma broma, la de impartir en un idioma extranjero una materia que desprecian por no creer en la globalización democratizadora. Tarde o temprano, lo pagarán. En cualquier idioma.
  • Este artículo lo publico también en el número 1.927 del semanario Cambio16.

sábado, 18 de octubre de 2008

Jorge Manrique nos mintió

Las Coplas a la muerte de su padre se han hecho célebres porque resumían magistralmente el sentir de los nobles de su época y la cosmivisión medieval, pero Manrique y los suyos no murieron nunca del todo. No hay más que abrir un libro de texto o una antología de la poesía culta del siglo XV. Otros muertos sí se murieron para siempre, como casi todos los muertos de la tierra. El fascismo que nos infectó a todos en esta España nuestra durante medio siglo XX nos quiso hacer creer que unos y otros eran como perros y gatos y que la cosa terminó como el rosario de la aurora. Luego, todavía hoy, muchos insisten en que es un tema para olvidar. Pero no es así. Olvida sólo quien puede. Luis García Montero reflexiona de la siguiente guisa, muy didáctico el hombre, para quien no se entere o no se haya querido enterar todavía:
"No es verdad que la muerte lo iguale todo, ni que la violencia se pueda repartir por igual entre los dos bandos de la guerra civil. El Gobierno republicano nunca ordenó perseguir a un sacerdote por sus creencias religiosas. Los representantes de la Iglesia fueron víctimas de personas o grupos que actuaron en una situación descontrolada por culpa de un golpe de Estado y de un enfrentamiento bélico. Los generales golpistas, sin embargo, utilizaron el terror de forma premeditada para imponer su Régimen y ordenaron la ejecución de miles de ciudadanos, víctimas de la impunidad de los amaneceres o de unos juicios caracterizados por la mentira y por la falta de garantías. Tuvieron la desgracia de vivir un tiempo que declaró en rebeldía a los individuos partidarios de respetar las leyes. Después sufrieron el silencio y la humillación. Los familiares de los vencidos debieron someterse a un Estado que mantuvo la crueldad más allá de cualquier frontera inimaginable. Las víctimas de la paz negra del franquismo duelen más que los muertos de la guerra. Mientras se celebraban funerales y homenajes en recuerdo de los mártires golpistas, se cubrió de olvido y de terror la memoria de los demócratas".

jueves, 16 de octubre de 2008

El barco de la muerte

Cuando un servidor contaba tres añitos y pululaba por la primera guardería del barrio, lloraba como un condenado por nostalgia inmediata de su mamá. Más de una vez, una niña algo mayor que yo y sobre todo mucho más espabilada llegó a abrirme la cancela de aquel garaje más apañado para la industria que para la puericultura, pero yo no me atreví nunca a salir corriendo de allí, tal vez porque ya entonces tenía la madurez suficiente para calibrar las consecuencias de mi fuga. La niña me veía llorar, me miraba con cara de pícara justina y abría de un cerrojazo, esperando morbosamente a que yo saliera. Pero entonces yo dejaba de llorar.

El episodio no se me ha olvidado en la vida. Y me acuerdo de él cada vez que contemplo un esquema psicosocial parecido por el que alguien invita a un infeliz a escapar abrupta e incluso ilegalmente de su infelicidad, como si la fuga de este páramo existencial condujera irremisiblemente al paraíso garantizado. Ya sabemos que no, pero la historia se repite a menudo. La he percibido claramente al entararme de que un barco abortista ha atracado, con polémica, en Valencia. Se trata de un barquito de 15 metros de eslora que pertenece a una ONG (?), según se autocalifican sus patrones, llamada Women on waves, que significa "Mujeres sobre las olas" y que se dedica a facilitar abortos farmacológicos (mediante pastillas) de puerto en puerto, como el marinero novelesco del Tatuaje de doña Concha Piquer, que vino en un barco de nombre extranjero... Este barquito holandés llega con sus píldoras abortivas para matar a quien ofrezca su premamá. Si ésta no puede quitarse al feto de encima porque las leyes se lo impiden, se esperanza en la llegada del barquito, un héroe sobre las olas que arriba a la costa y hace posibles los sueños carniceros de algunas mujeres que demandan poca sangre y mucha elegancia farmacéutica. Una pastillita y a mirar el ocaso.

Después de haber hecho un crucero mortífero por los litorales de varios países, algunos colectivos españoles le han dado la bienvenida, como los aldeanos decimonónicos celebraban la llegada de ciertos bandoleros cuando el poder establecido era tan adverso. Otros colectivos, llamados provida y etiquetados de fachas y derechones, quieren echarlo. Y a uno, que no se considera exactamente de ningún bando político pese a las habladurías que oye por ahí, le provoca náuseas toda esta historia.

Nunca me han gustado las pastillas. Hasta hace poco, las machacaba y me las tomaba con azúcar. Un capricho que mamá me permitía. A otros, por desgracia, no les permitirán ninguno. Ni el caprichito de nacer.

lunes, 13 de octubre de 2008

Definición de la dignidad


Lo ha dicho Manuel Ángel Vázquez Medel, uno de los profesores -catedrático de Literatura y Comunicación- que más entusiasmo por la literatura inyectó en mi persona durante los años de la Facultad, en Sevilla.

"Dignidad es calidad (humana, profesional, etc.), es responsabilidad y decencia, es fidelidad a valores e ideales nobles pero concretos y, para mí, es servicio a los demás. Sobre todo, es mantenerse íntegros e insobornables ante nuestras convicciones más profundas".

La definición, inmejorable, deberíamos llevarla siempre en el bolsillo.

viernes, 10 de octubre de 2008

Jean-Marie Gustave Le Clézio


No lo había oído en mi vida, pero las informaciones que me llegan me invitan a leerlo. El Premio Nobel de Literatura 2008, Jean-Marie Gustave Le Clézio, que al parecer firma siempre con la forma abreviada J.M.G. Le Clézio, es un escritor que se confiesa a secas, sin ligazones a corrientes literarias o clubes artísticos, si bien es una tendencia bastante generalizada entre los profesionales de la pluma considerarse seres al margen de la vida, que pasa lenta ante sus miradas. Tal vez sea un defecto profesional derivado de la condición de dioses creadores de mundos posibles y personajes, pero es así. Lo mismo le ocurría a todos los que hoy incluimos en la llamada Generación del 98, excepto a Azorín, que se inventó la etiqueta. Pío Baroja, que escribía a ratos largos en la panadería que había heredado, renegaba de las generaciones; y don Miguel de Unamuno, que era considerado el maestro de todos, se quedaba un poco perplejo mientras pensaba en la trascendencia del ser humano y quizá en su abundante prole. El caso es que las tendencias, las etiquetas y los cuadros sinópticos les sirven más a los profesores y a los estudiantes que a los que tienen la pasión y el vicio de escribir. Casi toda la palabrería etiquetadora es póstuma.

De Le Clézio, en cualquier caso, como de otros autores galardonados por la Academia sueca en los últimos años, me llama la atención su capacidad de despuntar de la noche a la mañana en nuestro ridículo círculo vital y el etnocentrismo que genera en las gentes, donde me incluyo, claro, al decir de viva voz que a este o a aquel autor no lo conocían en su casa a la hora de comer. Cuando oigo tal cosa (y yo mismo la he dicho alguna vez, que conste), me da una risa empachosa de cansado del catetismo ombliguista. ¡Claro que no lo conocíamos! Cómo pretendemos conocer a los autores de máxima calidad si este mundo saturadísimo nos presenta en primera línea a tanto inútil televisivo y a tanta lagarta mediática. Simplemente, no hay espacios para los otros, que son muchísimos e interesantísimos. Siempre están los mismos dando la lata, incluido el mundo cultural, por supuesto.

Y nosotros, que todavía vivimos anclados en el anacrónico siglo XX, conocemos una nómina de escritores de andar por casa, no la agenda variada que nos sería propia como seres digitalizantes y digitalizados. No culpemos a esos autores y ni siquiera a los suecos que dan el premio, sino a nuestra propia incapacidad de observación y conocimiento en un mundo que cada día se nos escapa más.

El francés Le Clézio, nacido en Niza en 1940, se considera de la isla Mauricio, en pleno Índico, desde donde emigraron su madre y su abuela a una Europa destruida por el odio bélico. Luego, ha viajado por el mundo entero y ha construido un concepto de la extranjería que roza la quintaesencia de la propia humanidad como tal. "La condición de extranjero hoy nos define como humanos, pese a que vivimos en sociedades en las que el hogar, las fronteras y las leyes sociales son importantes", señalaba en una reciente entrevista. "Lo que se llama mundialización", continuaba, "es el invento de un ser humano nuevo que supera las fronteras y se comunica de diversas maneras nuevas. Un extranjero es alguien que puede imaginar los otros mundos y puede trasladarse a otras civilizaciones".

Ya ven, bonita forma de hacer del extranjero un atractivo cosmopolita. Qué diría Albert Camus.

Le Clézio es un extranjero que ha escrito casi 50 novelas porque se desvive por los mundos ajenos. Nosotros, que no lo conocíamos a pesar de estrenarse en 1963 con El atestado y de continuar escribiendo hasta su Ballaciner de hace sólo unos meses, deberíamos hacernos un poco extranjeros también. Soy consciente de que los premios literarios, incluido el Nobel, guardan en sus recámaras intenciones y criterios distintos de los puramente literarios. Y qué. La propia literatura se mueve por más intereses que el de la palabra sola. En nuestro globalizado mundo, que convoca extranjeros a base de tambores mediáticos, un premio de este calibre es una divina excusa para seguir aprendiendo.

jueves, 9 de octubre de 2008

Responsabilidad: de los mandamases a los matasanos

Responsabilidad viene de responsable y éste, a su vez, de responsum, supino de respondere, que en latín significaba responder y en sentido común, dar la cara. Es decir, que quien tiene responsabilidad ha de responder ante sus actos y no esconderse como un cobarde. Cuanta más sea la responsabilidad pública (de la res pública), mayor ha de ser la valentía. Esto, que a ustedes puede producirles un galimatías, no es más que pura teoría, porque los usos y costumbres van por la otra orilla.

Es posible que alguno piense en políticos en general o en particular. Y hace bien, porque en esta tropa puede hacerse una tesis bien ejemplificada de lo que digo, pero hay más tropas. Está también el bando sanitario y las noticias últimas sobre el comercio de enfermedades; laboratorios que crean males y soluciones para que el negocio no decaiga, como de toda la vida el que ha hecho la ley ha hecho también la trampa, o eso decían. Las industrias farmacéuticas se gastan algo más del 25% de sus presupuestos en la promoción de genéricos con nombres que, a veces, incluso se vinculan a determinadas universidades. Esto de la promoción, de la promoción positiva, puede ser ya la peste del nuevo siglo; también el cine se gasta más en promoción de sus películas que en la factura de las mismas y hasta determinadas administraciones (politizadas al máximo, claro) se gastan más en imagen de lo que invierten en la ciudadanía.

Llegará el momento en que la saturación de tanta promoción positiva genere el efecto que los promocionados no hubieran deseado nunca: el rechazo o la sospecha. Ya mi padre decía que lo que anuncian tanto en la tele es lo más malo del género, pues el que pregona mucho vende poco y perro ladrador, poco mordedor. Ya sé que exagero y que mi padre es un bruto, pero no crean que todo el monte es orégano. Llegará el día en que si un alcalde, y es un poné, predica sus virtudes y sus proyectos con una matraca que no admite críticas y sin que nadie le pregunte, uno tenderá a pensar que algo raro le mueve. O que si un laboratorio anuncia a bombo y platillo que tal pastillita es buenísima para algún mal cifrado en deslumbrante tecnicismo, también sospechemos. De momento, parece que el truco funciona, pero hay más días que olla.

A un amigo le duele un pie y un médico de la concertada se empeña, a la primera, en que entre en quirófano, del tirón. Otro lo envía rápidamente a que se haga cinco radiografías. Luego, me entero de que en una conversación telefónica, el primero le dice al segundo: "A finales de mes, quedamos para darnos una fiestecita, que tengo ya concertadas varias operaciones". El segundo le responde: "Acabo de enviar a un chico a tu mujer, para que le haga cinco nada menos. No os quejaréis". Esto no es ciencia ficción. Lo que sí parece mentira es que los mendicamentos cuesten su peso en oro y que haya un mundo (el tercero o el cuarto) al que se le niega sistemáticamente. O pagan o mueren. Y mueren como moscas, por supuesto.


sábado, 4 de octubre de 2008

Chivos, borregos y cabronazos



El caso Mari Luz no sólo ha dado para rellenar informativos, magazines y páginas de periódicos durante años, sino macabras inspiraciones para películas de toda calaña y guión. Tiene gustosos condimentos: una familia gitana, un barrio andaluz y decadente, un pederasta con carita televisiva, una niña muy guapa, un abuelo en su papel, una madre desmayada, un padre guerrillero y un sistema judicial como el de las novelas de corruptela cutre. Por encima de todo, está la tragedia -hay una niña que baila en un vídeo y que sonríe en una foto, pero que no volverá jamás, aunque cueste escribirlo. Y más por encima aún, está el público.


El público, la gente, nosotros, los que vemos pasar el noticiario y nos emocionamos o cabreamos más o menos, necesitamos un culpable de todo esto, un chivo (o chiva) expiatorio que nos sirva en nuestra conciencia colectiva como cremita suavizante. Por eso nuestro sistema de tres poderes ilegalmente interconectados llevan meses intentado satisfacernos. Pero cada vez que van a dar con la tecla meten la pata bien metida.


En el fondo del asunto, el juez Rafael Tirado que debió haber encarcelado al presunto pederasta y asesino Santiago del Valle por abusos a su propia hija, se rebela ahora contra la multa impuesta por el Consejo General del Poder Judicial de 1.502 euros. Tiene gracia el pico de dos euritos. Tirado fue negligente en el incumplimiento de su propia sentencia (dos años y nueve meses de cárcel) y Del Valle se paseó por media España como Pedro por su casa. Pero el juez se defiende como gato panza arriba y dice no tener la culpa de nada. Sus colegas, que sienten la furia popular en sus cogotes con toga y sin ella, han impuesto una cantidad de risa hasta para los mileuristas, pero el juez no puede aceptarla porque sería reconocer su mala diligencia y su miseria al soltar la pasta y correr. Así que tiene que seguir sosteniendo su carita (durita) de no haber roto un plato.


El Gobierno, por otro lado, que no debe inmiscuirse en asuntos judiciales pero estaba deseando poner una vela en el entierro para que el pueblo viera su campechanería de políticos sufridores a pie de calle, ha pedido penas contundentes para el juez Tirado, pero ha sido como tirar chinitas en el lago. De modo que cuando ha tenido la oportunidad de castigar a alguien de su obra, de su Ministerio de Justicia, donde sí pone velas (aunque no dinero ni soluciones), ha ido a por todas. Me refiero, claro está, a la secretaria de Justicia, una funcionaria, para la que el fiscal pedía en todo caso seis meses de suspensión de empleo y sueldo. Al Gobierno, patrón feroz, le ha parecido poco y le ha echado dos años. Con el juez no podremos, porque depende del Poder Judicial, pero con esta secretaria nos vamos a hartar. Para que la gente vea.


Y lo que la gente ve es que la división de poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) está vigente en casos de dar el pego como éste, para aplacar la sed de sangre de tanto borrego suelto, pero no en los casos fundamentales de trascendentes nombramientos. Ahí está el cándido Carlos Dívar presidiendo el Consejo General del Poder Judicial -que ha sido tan benévolo con Tirado- y el Tribunal Supremo, por consenso entre los principales partidos políticos -o más bien entre sus principales líderes. Ahí sí se pacta bajo cuerda y en sumarísimo y sacrosanto secreto.


Comprendemos que a la secretaria le hayan caído dos años de suspensión de empleo y sueldo y al juez tan sólo un pellizquito de su monumental salario porque tienen patrones distintos, y en el segundo caso valen todavía las bulas. Y ya se sabe que hay jefes muy cabrones. Pero es que en este caso el juego del jefe se ha convertido en el juego de Wally, de dónde está Wally, ¿se acuerdan?
  • Con distinto título, este artículo lo publico también en el número 1.925 del semanario Cambio16.



jueves, 2 de octubre de 2008

Qué risa, maría luisa

Un portal de anuncios clasificados en Internet que se llama LoQUo.com ha organizado por los madriles una sesión de risoterapia en la calle, una técnica de relajación y felicidad forzada que venden como antídoto a la generalizada crisis que sufre el ciudadano de a pie y que va in crescendo, según los entendidos más pesimistas o mejor informados. Uno ve las imágenes de la gente riéndose de la hipoteca, de la subida de los precios y de los políticos y siente pena. No la pena negra que poetizó Lorca, sino una pena grisácea de día ramplón y sin festejos a la vista.

Si no puedes con tus problemas, ríete. Tiene gracia, pero una gracia tristona de borracho incompetente. La risoterapia, de la que hacen cursos en mi pueblo y he oído hablar en los últimos tiempos, tiene nombre de ciencia cachonda para tiempos revueltos. Tal vez hemos llegado a la resignación precisa para la rendición. Pese a lo divertido de la medida, uno piensa todavía que la risa no arregla los problemas, y menos estos problemas concretos y monetarios. En todo caso, los amortigua. Pero me imagino la risa desacelerada de los participantes carcajeantes cuando vuelven a casa y se agachan en el zaguán o en el rellano para recoger cartas del banco, de Telefónica, de Endesa, de su queridísima Diputación provincial... ninguna de ellas para regalar un viaje al Caribe, claro. Vivimos tiempos difíciles, tal vez no como los de Dickens, pero que precisan medidas más activas que la risa floja.
Reír por no llorar.