Las Coplas a la muerte de su padre se han hecho célebres porque resumían magistralmente el sentir de los nobles de su época y la cosmivisión medieval, pero Manrique y los suyos no murieron nunca del todo. No hay más que abrir un libro de texto o una antología de la poesía culta del siglo XV. Otros muertos sí se murieron para siempre, como casi todos los muertos de la tierra. El fascismo que nos infectó a todos en esta España nuestra durante medio siglo XX nos quiso hacer creer que unos y otros eran como perros y gatos y que la cosa terminó como el rosario de la aurora. Luego, todavía hoy, muchos insisten en que es un tema para olvidar. Pero no es así. Olvida sólo quien puede. Luis García Montero reflexiona de la siguiente guisa, muy didáctico el hombre, para quien no se entere o no se haya querido enterar todavía:
"No es verdad que la muerte lo iguale todo, ni que la violencia se pueda repartir por igual entre los dos bandos de la guerra civil. El Gobierno republicano nunca ordenó perseguir a un sacerdote por sus creencias religiosas. Los representantes de la Iglesia fueron víctimas de personas o grupos que actuaron en una situación descontrolada por culpa de un golpe de Estado y de un enfrentamiento bélico. Los generales golpistas, sin embargo, utilizaron el terror de forma premeditada para imponer su Régimen y ordenaron la ejecución de miles de ciudadanos, víctimas de la impunidad de los amaneceres o de unos juicios caracterizados por la mentira y por la falta de garantías. Tuvieron la desgracia de vivir un tiempo que declaró en rebeldía a los individuos partidarios de respetar las leyes. Después sufrieron el silencio y la humillación. Los familiares de los vencidos debieron someterse a un Estado que mantuvo la crueldad más allá de cualquier frontera inimaginable. Las víctimas de la paz negra del franquismo duelen más que los muertos de la guerra. Mientras se celebraban funerales y homenajes en recuerdo de los mártires golpistas, se cubrió de olvido y de terror la memoria de los demócratas".
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