El programa de TVE Tengo una pregunta para usted ha abierto una nueva posibilidad sintáctica y propagandística a la clase política y un nuevo motivo de análisis a los que nos gusta observarlo todo. El formato, ideado para que una representación variopinta de la ciudadanía pueda preguntarle cosas que todos quisiéramos al político de turno a la cara, se estrenó en las vísperas de las pasadas elecciones generales, cuando el torneo se disputaba entre dos claros rivales, los comicios se erigían en el gran espectáculo nacional y el país se dividía entre Rajoy y Zapatero, como en la triste preguerra lo hacía entre Belmonte y Joselito.
El formato funcionó espectacularmente con aquellos dos grandes protagonistas que podían convertirse de un momento a otro en presidente de este país. La audiencia aflojó cuando ya no nos jugábamos tanto. Y, finalmente, el programa de Lorenzo Milá ha querido mantener cierto nivel de éxito aun cuando no toca jugarse nada, tal vez aprovechando la inquietud nacional por esta crisis galopante que nos lleva a mirar expectantes las caras teatralizadas de estos profesionales de la dialéctica pública cada vez más mediáticos y necesitados de medios (y mediaciones).
Y aunque la audiencia ya no responde como antes, en números, digo, lo más preocupante es el nivel de eficacia que estas preguntas y respuestas puedan alcanzar más allá de la pura mejora de imagen que pueda cosechar el político si no patina demasiado. Desde una perspectiva mercantilista, uno puede encontrar el programa de la televisión que pagamos todos como el producto más barato que ha hecho nunca esta empresa pública, con un centenar de periodistas aficionados que son, en rigor, amas de casa, médicos, fontaneros, abogados o maquinistas de ferrocarril; que no cobran un euro, sino cinco minutos de gloria fugaz, y un invitado que tampoco cobra pero que se muestra encantado de que lo llamen.
En la última edición del programa, el líder de la oposición, Mariano Rajoy, que pasaba por segunda vez por el plató, se notaba más hábil en su disposición psicomotriz ante el interrogatorio, pero en sus respuestas revelaba a las claras que no tiene ni idea de las cuestiones minúsculas que les afectan a cada ciudadano o de la micropolítica doméstica que se cuece en cualquier provincia que no suela aparecer demasiado en los telediarios. Normal. Una persona, por muy profesional de la política que sea, no puede estar al corriente de absolutamente todos los temas y de todos los territorios. Para eso, candidato o presidente, cuentan con un extenso equipo de técnicos y asesores que son los que saben, cada cual de su parcela. El candidato es, cada vez más, simplemente una cara bonita que sonríe cuando no sabe qué contestar o que construye circunloquios escapistas y vuelve a sonreír. Una ciudadanía madura debería saber esto, a estas alturas de nuestra democracia treintañera. Entonces, ¿cómo es posible que la gente pregunte todavía con esa cara y esas chuletas de estar ante el Mesías?
Seguramente porque la gente necesita creer en alguien, confiar en que hay otra gente superior que es capaz de hacer magia en vez de política. Y ello, en el fondo, es propio de gente que no confía en sí misma, sino en la milagrería de una clase política que cada vez necesita más de la televisión y menos del conocimiento.
[Este mismo artículo lo publico también en el número 1.950 del semanario Cambio16.]
martes, 31 de marzo de 2009
La política y la televisión
martes, 24 de marzo de 2009
Morir en Gernika
Morir en Gernika es morir doblemente, en una tragedia grisácea de crueles trazos. Sobre todo si se muere asesinado. O asesinada, como la última víctima de la inquietante violencia de género, ese género de terror que nos espanta una vez cada dos semanas. La mujer asesinada por su marido en el municipio vasco de Gernika, de un navajazo, es la novena víctima a manos de su pareja en lo que va de año, que es poquísimo aún. Tres meses entre nueve muertas dan como resultado tres muertas cada mes, o sea, una cada diez días.
Cada año se van de esta España por esa senda estrecha del asesinato en el hogar unas 70 mujeres, 70 hijas, 70 esposas, 70 hermanas, 70 madres, 70 amigas... a las que jamás se les pasó por la cabeza que acabarían así, ensangrentadas de odio en el suelo de cualquier arrebato.
Pero morir así en Gernika, símbolo picassiano de la guerra civil en que nos matamos tantos hermanos, es revivir ese cuento triste y gore de la inexplicable crueldad humana. En Gernika no tuvieron piedad aquellos aviones aliados de Franco. Ensayaron a fondo. Se emplearon sin miramientos. Y Pablo Ruiz convirtió aquella pesadilla representativa en arte permanente aunque viajero, de Francia a Nueva York, de Nueva York a Madrid cuando de las bombas no quedaba sino un recuerdo cenizoso.
Esta muerte doméstica y cutre, de posguerra navajera, de marido pringoso y gritos apagados nos recuerda que no estamos tan lejos del horror, que el miedo a nosotros mismos, lupus tremendo, es un bucle peligroso que pega coletazos en el instante más insospechado. ¿Quién nos defenderá de este azaroso demonio?
Cada año se van de esta España por esa senda estrecha del asesinato en el hogar unas 70 mujeres, 70 hijas, 70 esposas, 70 hermanas, 70 madres, 70 amigas... a las que jamás se les pasó por la cabeza que acabarían así, ensangrentadas de odio en el suelo de cualquier arrebato.
Pero morir así en Gernika, símbolo picassiano de la guerra civil en que nos matamos tantos hermanos, es revivir ese cuento triste y gore de la inexplicable crueldad humana. En Gernika no tuvieron piedad aquellos aviones aliados de Franco. Ensayaron a fondo. Se emplearon sin miramientos. Y Pablo Ruiz convirtió aquella pesadilla representativa en arte permanente aunque viajero, de Francia a Nueva York, de Nueva York a Madrid cuando de las bombas no quedaba sino un recuerdo cenizoso.
Esta muerte doméstica y cutre, de posguerra navajera, de marido pringoso y gritos apagados nos recuerda que no estamos tan lejos del horror, que el miedo a nosotros mismos, lupus tremendo, es un bucle peligroso que pega coletazos en el instante más insospechado. ¿Quién nos defenderá de este azaroso demonio?
domingo, 22 de marzo de 2009
Uta Geub
No recuerdo el instante en que la conocí, pero fue en Sanlúcar de Barrameda, en aquellos meses en que yo periodista pasaba del vespino que me había llevado mi padre al Ibiza que pude comprarme y que todavía tengo. Recuerdo que estaba nublado y que yo iba y venía de Chipiona, pues me encargaba por entonces de la información que generaba aquel pueblecito marinero que se masificaba en verano pero que durante el resto del año adquiría una pátina fantasmal, con sus gaviotas y su playa solitaria. Un día, Uta exponía en la sala El Chusco, pues su cartel había sido elegido para anunciar el Carnaval chipionero. Estaba exultante; le habían confiado el pregón pictórico de una fiesta tan importante para aquellas gentes a una alemana que no hacía ni un año que acababa de llegar. Sería el año 2002. Vino conmigo en el coche, posó para las fotos, le hice preguntas que ella contestó en su español barbarizado y tomamos luego una copa en Sanlúcar. Ya en la redacción, como no me habían quedado claras sus declaraciones, me inventé el reportaje, pero salió bonito. A ella le encantó y al público, sorprendido por los colores provocativos de aquella alemana blanca como un ángel del otro mundo, también. Aún recuerdo que tildé su pintura de cubista y pop, y tales calificativos siguen jugando a su favor en las páginas de los periódicos nacionales donde sale ahora, siete años después.
El mérito de Uta es haber conseguido un nombre en la sociedad andaluza en un tiempo récord. Sólo en 2009 ha sido la autora del cartel de las Fiestas de Primavera de Sevilla, del calendario que edita el Ateneo (cuya Cabalgata también anunció el año pasado) y del Salón Internacional del Caballo (Sicab). Además, ha expuesto en decenas de salas, bodegas y galerías de todo el país y ha salido en portada en los principales periódicos que todos conocemos. Y todo ello, ella sola, sin enchufes, sin conocidos, sin amigos, sin papás, sin trampa ni cartón, ni siquiera usa maquillaje. Doy fe de su sencillez semivegetariana, de verduras, aceite y pescado.
Mucho antes de su fama, cuando arribó por Sanlúcar y nos conocimos, estuve varias veces en su casa, con su marido -Joaquín-, otro alemán, simpático en su seriedad aunque menos sociable que ella. Los tres disfrutamos de algunas comidas caseras, con mucha pimienta, y de alguna que otra salida al Barrio Alto, a aquellos bares regados con manzanilla...
Cuando me vine de Sanlúcar, me olvidé de sus puestas de sol, de sus polémicas políticas, cofrades y urbanísticas, de sus carreras de caballos, de sus alfombras de sal, de sus personajes en la plaza del Cabildo, de los pesados que nos daban la lata en el periódico, de las maquetas que utilizábamos para las portadas, de aquéllas que terminábamos a medianoche los viernes, mientras Marina me llamaba antes de irse a la cama... Me olvidé de todo lo olvidable, pero Uta siguió llamándome de vez en cuando, escribiéndome... Incluso me regaló, uno de mis últimos días por allí, un cuadro de un elefante negro que cada día se cotiza más.
Ayer almorzó con nosotros, en mi pueblo, un arroz caldoso con carabineros que nos sirvió para recordar viejos tiempos y soñar con los nuevos. Uta es admirable por su perseverancia a prueba de bodegueros, constructores, políticos y capillitas, a los que nunca les interesó el arte sino la pose con una pintora exótica. Ella, en cambio, aprovechó algo de cada uno de ellos y se impulsó como en un trampolín hasta conseguir un digno puesto en la pintura contemporánea.
viernes, 20 de marzo de 2009
La primavera y Marta
Ahora que hasta los alérgicos reconocen que germina la vida a borbotones -la sabia por los troncos, las flores por las ramas, la sangre por las venas-, el alma de Marta del Castillo otea desde el cielo su cuerpo maltratado. Lo buscan por el río, por el lodo, por las alcantarillas, por los basureros, pero sólo su alma sabe dónde está. La macabra adivinanza de los asesinos sobrevuela la amargura de la familia y de una sociedad entera que no termina el duelo hasta que no entierra el cuerpo, esa cárcel que decían los místicos y que ya no vale nada.
Marta estaba en la flor de la vida y ahora ya es ceniza, pasto de las llamas de la violencia, el rencor, la lascivia y otros desechos peores. La vimos con su ropa rosa, con su sonrisa de invitada a la boda, con su carcajada de parque temático, todo lo que unos asesinos que ella pensó que merecían la pena le arrebataron de un ebrio mordisco. Tanto todo para nada, han debido de pensar los suyos.
Ahora conviene más que nunca creer que la persona es, sobre todo, el alma, una sutil mariposa que escapa del cuerpo cuando éste se deshace definitivamente... Pero a los padres de Marta les costará lo suyo creerlo, ahora que las mariposas y las hadas llenan de azul el aire y arrulla el Guadalquivir desde Cazorla, ahora que las estrellas se amontonan cada noche y ella ya no está en casa.
No lloréis por ella. Marta está en la luna.
Marta estaba en la flor de la vida y ahora ya es ceniza, pasto de las llamas de la violencia, el rencor, la lascivia y otros desechos peores. La vimos con su ropa rosa, con su sonrisa de invitada a la boda, con su carcajada de parque temático, todo lo que unos asesinos que ella pensó que merecían la pena le arrebataron de un ebrio mordisco. Tanto todo para nada, han debido de pensar los suyos.
Ahora conviene más que nunca creer que la persona es, sobre todo, el alma, una sutil mariposa que escapa del cuerpo cuando éste se deshace definitivamente... Pero a los padres de Marta les costará lo suyo creerlo, ahora que las mariposas y las hadas llenan de azul el aire y arrulla el Guadalquivir desde Cazorla, ahora que las estrellas se amontonan cada noche y ella ya no está en casa.
No lloréis por ella. Marta está en la luna.
viernes, 13 de marzo de 2009
Milagros
"Respeto a todos y pido a todos que me respeten. Yo no he hecho nada malo; todo lo que he hecho es salvar la vida a mi hijo", ha dicho Soledad, más acompañada que nunca por su familia al completo, sin que faltase nadie: ni su marido, ni su hijo Andrés, afectado durante sus siete años de vida por una anemia congénita severa incurable, ni su pequeño Javier, un bebé nacido el pasado mes de octubre tras ser seleccionado genéticamente para que la sangre de su cordón umbilical fuera compatible con su hermano, al que acaba de salvar. Hoy han sido portada en muchos medios de comunicación.
Enfrente, esta familia andaluza ha tenido a la Iglesia Católica, cuyo sector más recalcitrante ha demonizado el asunto -no quiero pensar que a ninguno de los niños- por insistir en la teoría de que el ser humano es un fin en sí mismo y no un medio para conseguir otro objetivo, aunque éste sea algo positivo. La sencillez de la madre, en esa declaración -"Yo no he hecho nada malo"- que ha dado la vuelta al mundo, tumba las teorías teológicas de unos señores que no tienen niños, ni se casan y, sin embargo, andan a diario con la matraca del sexo y sus derivados, como si de una obsesión milenaria se tratase desde los tiempos de la pecadora Eva.
Antes de seleccionar genéticamente a su hermano, Andrés, cuya esperanza de vida rondaba los 25 años, tuvo que esperar a que le dijesen que ninguno de entre los 11 millones de donantes censados en el mundo era compatible con él. Mala suerte. Parece ser que la Iglesia hubiera aceptado gustosa su muerte antes que consentir el nacimiento de un hermanito que, de camino, supusiese su salvación. Su única salvación. El argumento ya lo saben, ya lo sabemos: es inmoral la selección de embriones para conseguir un fin, ya que el ser humano es un fin en sí mismo y no un medio para conseguir otro fin... como el recuerda inserto en aquellos cuadritos que nos estudiábamos para el examen de cada lección.
Una cosa es la teoría y otra la vida de veras. La Iglesia, que tanto sabe, debería saberlo. Los expertos moralistas de la Iglesia deberían haberse arrepentido de sus seguridades teologales cuando han oído a esta madre decir que ella no ha hecho nada malo, con esa ingenuidad de niña grande asustada por los cuervos. La mujer ha insistido, para más inri, en que albergaba deseos de tener otro hijo, por lo que el nuevo bebé no ha nacido para curar a su hermano, sino por puro deseo de sus progenitores. Otra cosa es que, para matar dos pájaros de un tiro -o para que vivan todos los pájaros, caray- se haya seleccionado genéticamente el embrión del chiquillo para que sirviera en una causa mayúscula: la de la vida de su propio hermano.
Cuando la Iglesia se empeña en defender la vida, incluso en esos casos tan extremos y delicados de aborto, puede ser entendida. Pero cuando la vida lucha por hacerse un hueco y se encuentra con estos oscurantismos desde el Vaticano, la institución se encarga de perder fieles a mansalva, atónitos ante su apego radical a las teorías y su desapego a los milagros divinos que se obran hoy en manos de los científicos más iluminados. Supongo que los artífices de esta crítica eclesial no esperarán que venga Cristo para imponer las manos. Ya se las impuso, con barro, a los ciegos de su época, y también Cristo fue tachado de hereje por el sistema religioso imperante en aquel momento. Cristo, el mismísimo Dios hecho Carne, que había venido para que los ciegos viesen, los cojos anduviesen y a los pobres se les anunciase el Reino de los Cielos...
Es sorprendente el uso de la lógica y la teoría moral que hace una institución cuyos fundamentos no están en la lógica ni en la moral, sino en la pura fe. Los padres de este superviviente han tenido fe en el Espíritu Santo que en el siglo XXI decide actuar por medio de los médicos, a los que utiliza, por cierto, como instrumentos. Los médicos, encantados de ser instrumentos del bien. Si la Iglesia está en desacuerdo, que venga el Papa de Roma y mire a Andrés a los ojos, fijamente, y le diga lo que le tenga que decir.
- Extracto del artículo que publico también en el número 1.947 del semanario Cambio16.
jueves, 12 de marzo de 2009
El aborto y la Igualdad
La falsa progresía que otras veces hemos denunciado aquí insiste desde hace décadas en vendernos la práctica del aborto como el desiderátum de todas las libertades femeninas encapsuladas en la historia. Pareciera que ser progre hoy es estar a favor del aborto, por principios, aunque no nos cansaremos de tomar prestado aquel viejo argumento de Miguel Delibes, libre de toda sospecha moralizante o mojigata, de que el progreso sólo pasa por la defensa de los débiles. Y aquí, a un aficionado a la caza como el novelista vallisoletano, no le duelen prendas en reconocer que no hay ser más débil que el niño en el vientre de su madre, llámese feto, llámese embrión, pongamos el límite donde queramos, pero convengamos en su evidente latido de vida.
Quien haya visto una ecografía sabrá de lo que hablamos. El aborto, como práctica destructiva y trágicamente irreversible, es una experiencia traumática no ya para el ser que es escupido por las malas de su primera y última morada, sino para la madre, cuyas secuelas biológicas y psicológicas son ineluctables. Claro que la vida está repleta de traumatismos, por lo que sorprendernos por uno más parecería ingenuidad insoportable. En cualquier caso, es fácil reconocer que pocas experiencias nos defraudan tanto como las abortadas antes de comenzar. Ser abortado en la vida antes de que ésta comience en la realidad mundana es un ejemplo tremendo. Ser rechazado por tu propia madre, tu propia matriz naturalmente vivificadora es para morirse del trauma, naturalmente. Por supuesto que aquí no hablamos de los accidentes, sino de las prácticas voluntariamente inducidas porque algún interés tercero suplanta al interés vital del que va a nacer.
Colocadas las picas de principios generales, de evidencias irrefutables, también es preciso bajar a la arena del costumbrismo ramplón para percatarse de que hay tantos casos como personas y de que algunos de ellos nos empujan por el desfiladero de la supervivencia de este bienestar irrenunciable para transigir en casos monstruosos como las violaciones o el peligro inminente de muerte para la madre, por citar dos casos de la clásica casuística. Hay casos en que todo ser humano, sin criterios religiosos superpuestos, convendría en aceptar un aborto, tal vez porque en el fondo de nuestra sensibilidad subyacen los eficientes criterios animales de la evolución darwiniana.
Ahora bien, de ahí a convertir la traumática práctica del aborto en un principio general de libertad sin requisitos, sin excusas, sin argumentos, sino adjuntado simplemente a un plazo temporal, en manos de adolescentes de 16 años que conviertan el aborto en un sucedáneo tardío y radical de la anticoncepción, hay un trecho verdaderamente insalvable. La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que sostiene que si una chica de 16 años es mujer para casarse lo es también para abortar, olvida aspectos que exasperan a cualquiera con dos dedos de frente, a saber, que las chicas de esa edad, niñas para sus padres en la mayoría de los casos, se casan no porque sean mujeres sino por convenciones más o menos tradicionalistas que son perfectamente reversibles; que no son comparables el ejercicio de la unión matrimonial con el de la desunión fetal; que en el primero se parte de una decisión personal y en el segundo se decide por un segundo ser, sin que éste opine evidentemente; y que el nombre de su ministerio pierde todo el sentido en la relación madre-hijo, regido en el caso del aborto por la desigualdad más absoluta.
Focalizadas como están estas edades adolescentes desde la Igualdad ministerial, bien haría el Gobierno, éste o cualquier otro, en promocionar la igualdad de género entre los seres humanos que ya viven, hombres y mujeres libres, para potenciar el principio de responsabilidad que lleva anexo cualquier atisbo de libertad, de esa a la que se teme, según Fromm, y que es incapaz de transformarse vilmente en libertinaje. Si se sustituye desde el Parlamento mismo el valor de la responsabilidad y la libertad bien ejercida por el de la manga ancha con la falsa excusa de una despenalización del aborto, contribuiremos, más aún, a esta generación de jóvenes que desprecian, por hedonismo destructor, el bello ciclo de la vida. Y ese relativismo terminará por alcanzarnos a cualquiera de nosotros tarde o temprano, tal vez cuando seamos viejos y respetables estorbos, sin preguntarnos, por supuesto.
Quien haya visto una ecografía sabrá de lo que hablamos. El aborto, como práctica destructiva y trágicamente irreversible, es una experiencia traumática no ya para el ser que es escupido por las malas de su primera y última morada, sino para la madre, cuyas secuelas biológicas y psicológicas son ineluctables. Claro que la vida está repleta de traumatismos, por lo que sorprendernos por uno más parecería ingenuidad insoportable. En cualquier caso, es fácil reconocer que pocas experiencias nos defraudan tanto como las abortadas antes de comenzar. Ser abortado en la vida antes de que ésta comience en la realidad mundana es un ejemplo tremendo. Ser rechazado por tu propia madre, tu propia matriz naturalmente vivificadora es para morirse del trauma, naturalmente. Por supuesto que aquí no hablamos de los accidentes, sino de las prácticas voluntariamente inducidas porque algún interés tercero suplanta al interés vital del que va a nacer.
Colocadas las picas de principios generales, de evidencias irrefutables, también es preciso bajar a la arena del costumbrismo ramplón para percatarse de que hay tantos casos como personas y de que algunos de ellos nos empujan por el desfiladero de la supervivencia de este bienestar irrenunciable para transigir en casos monstruosos como las violaciones o el peligro inminente de muerte para la madre, por citar dos casos de la clásica casuística. Hay casos en que todo ser humano, sin criterios religiosos superpuestos, convendría en aceptar un aborto, tal vez porque en el fondo de nuestra sensibilidad subyacen los eficientes criterios animales de la evolución darwiniana.
Ahora bien, de ahí a convertir la traumática práctica del aborto en un principio general de libertad sin requisitos, sin excusas, sin argumentos, sino adjuntado simplemente a un plazo temporal, en manos de adolescentes de 16 años que conviertan el aborto en un sucedáneo tardío y radical de la anticoncepción, hay un trecho verdaderamente insalvable. La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que sostiene que si una chica de 16 años es mujer para casarse lo es también para abortar, olvida aspectos que exasperan a cualquiera con dos dedos de frente, a saber, que las chicas de esa edad, niñas para sus padres en la mayoría de los casos, se casan no porque sean mujeres sino por convenciones más o menos tradicionalistas que son perfectamente reversibles; que no son comparables el ejercicio de la unión matrimonial con el de la desunión fetal; que en el primero se parte de una decisión personal y en el segundo se decide por un segundo ser, sin que éste opine evidentemente; y que el nombre de su ministerio pierde todo el sentido en la relación madre-hijo, regido en el caso del aborto por la desigualdad más absoluta.
Focalizadas como están estas edades adolescentes desde la Igualdad ministerial, bien haría el Gobierno, éste o cualquier otro, en promocionar la igualdad de género entre los seres humanos que ya viven, hombres y mujeres libres, para potenciar el principio de responsabilidad que lleva anexo cualquier atisbo de libertad, de esa a la que se teme, según Fromm, y que es incapaz de transformarse vilmente en libertinaje. Si se sustituye desde el Parlamento mismo el valor de la responsabilidad y la libertad bien ejercida por el de la manga ancha con la falsa excusa de una despenalización del aborto, contribuiremos, más aún, a esta generación de jóvenes que desprecian, por hedonismo destructor, el bello ciclo de la vida. Y ese relativismo terminará por alcanzarnos a cualquiera de nosotros tarde o temprano, tal vez cuando seamos viejos y respetables estorbos, sin preguntarnos, por supuesto.
- Este artículo lo publico también en el nº 1.946 del semanario Cambio16.
domingo, 8 de marzo de 2009
En la cocina de 'Don Mendo'
Este fin de semana he formado parte de una ilusión colectiva con nombre de tragicomedia: La venganza de don Mendo, una obra de Pedro Muñoz Seca (1879-1936) que ha sido representada en el teatro municipal de mi pueblo, recién nombrado Pedro Pérez Fernández, su compañero de tantos ripios y tantas carcajadas. Pérez Fernández era de mi pueblo, por cierto, y antepasado de una compañera con la que trabajo actualmente, Mari Carmen. Hay quien sostiene que fue Pérez Fernández y no Muñoz Seca el autor de La venganza de don Mendo, pues eran tantas y tan estrechas sus colaboraciones que es imposible discernir qué escribía uno y qué el otro. Se trata, en cualquier caso, de una de las obras más representadas en la historia del teatro español desde que se llevara al escenario por primera vez en Madrid y en 1918.
La obra, un astracán, tiene por tanto mucho más de comedia que de tragedia, y más aún gracias a la adaptación del director: Antonio Cabello, un juglar de este siglo al que le puede la pasión de la locura escenificada. Cabello, trovador disimulado, ha trabajado la obra durante muchos meses con actores que no son, en su inmensa mayoría, profesionales. Ha matizado sus voces, sus gestos, sus movimientos, y ha conseguido doblegar su timidez, a veces tan bárbara que hoy parecen un milagro determinadas interpretaciones. Gracias a Cabello, gentes del montón se han convertido en actores brillantes, lo que demuestra que, en el fondo, no hay gentes del montón, sino un montón de gentes capaz de hacer cosas maravillosas si encuentran el estímulo oportuno. Entre los actores, hay agricultores, amas de casa, estudiantes, comerciantes, maestras, funcionarios municipales,... o sea, todo lo que se pueda imaginar entre el teniente de alcalde del pueblo y un chaval con síndrome de Down. Sobre las tablas, todos éramos iguales, y esa grandeza igualitaria del teatro, tan democrática, ha emocionado a más de uno a un lado y a otro del telón. A mí también, que me he incorporado muy tarde para hacer un par de papelitos prescindibles pero que me han dado la oportunidad de conocer la cocina teatral, lo cual me parece del máximo interés.
El argumento de la obra arranca del Medioevo español, de don Nuño Manso de Jarama, que tiene una hija, Magdalena, a la que va a casar con don Pero, duque de Toro. Ella tiene amores con don Mendo, noble pero pobre, al que recibe en su cuarto de la torre, pero le atrae mucho más la idea de un matrimonio con el rico don Pero, privado del Rey. Don Pero descubre a don Mendo en los aposentos de Magdalena; éste, para no delatarla, dice que subió a robar, y es enviado a prisión. Pero don Mendo es rescatado por el Marqués de Moncada, y se dedica a planificar minuciosamente su venganza. Y empieza a llevarla a cabo... Entretanto, don Mendo aparecerá con las más estrafalarias pintas para acercarse a Magdalena y matarla. También el duque de Toro, cada vez más cornudo, y el padre, don Nuño, cada vez más deshonrado, intentarán acabar con la provocadora de todo el enredo. Pero Magdalena ha conseguido encandilar hasta al rey de Castilla y León, mientras que don Mendo tampoco se ha quedado atrás, configurando entre ambos las más disparatadas escenas...
Las dos representaciones que hemos hecho el viernes y el sábado han sido todo un éxito. En el teatro no había una butaca vacía. Y el pueblo tiene ganas de más. Cabello había diseñado una coreografía de moras, alumnas de Azofaifa, que ha hecho las delicias del público, tanto ha sido su valor dinamizador en el cenit de la obra. Seguro que habrá más representaciones, incluso en la provincia, a pesar de que las autoridades no parezcan verle la punta del todo.
La punta siempre es cosa nuestra.
miércoles, 4 de marzo de 2009
Vicent, como Ulises
Ayer estuvimos indagando en la historia humana que desde el martes venimos publicando en El Correo de Andalucía, la de Vicent Mosses, su mujer y su hija. Estas últimas viven en mi pueblo, acogidas por una familia solidaria. Él ha recorrido 3.500 Km. desde lo más profundo de la Nigeria africana para reunirse con la única familia que le queda en el mundo, después de que hubieran muerto sus padres y una hermana. Los compañeros del periódico han insistido en la idea del mítico Ulises, que tardó 10 años en volver a ver a Penélope. Y me ha parecido un símil brillante, aunque he pensado luego en cuántos Ulises nos arroja en los últimos años esta cruel modernidad de la inmigración incesante. En este caso, hemos podido ponerles nombres, apellidos, ojos, voces... a una historia que demasiadas veces nos pasa desapercibida. Al contrario de aquel poema de Pedro Salinas en el que el poeta deseaba vivir en los pronombres, en este caso el pronombre se sustituye por el nombre propio y eso nos da la medida exacta de la emoción.
Entrevisté en inglés macarrónico -con la ayuda de una intérprete, mi amiga Amparo- y por teléfono a Vicent, que sigue interno en el centro de inmigrantes de Tarifa. Y sorprende también cómo un chaval de mi edad, pero con muchos más kilómetros a la espalda, probablemente sin la formación académica de uno, es capaz de dominar el inglés, el francés o el árabe con la facilidad que uno jamás tendrá en estas lides idiomáticas por más cursillos por los que transite (es verdad que hace años que no transito ninguno). Que el hambre construye el ingenio es una verdad universal, desde El Lazarillo. Y que más cornás da el hambre, también, desde aquel torero que lo dijo con aquella gracia verdadera...
El Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, ha desvelado una evidencia oculta para la familia: que no es verdad que no exista acuerdo de reagrupación familiar entre Nigeria y España y que a Vicent tendrían que repatriarlo simplemente porque ha llegado aquí ilegalmente, es decir, en patera. Decir que no existe acuerdo de reagrupación familiar con los nigerianos pero sí con los marroquíes, por ejemplo, sería burlarse de los Derechos Humanos. De modo que, en teoría, lo que tendría que hacer Vicent es rectificar: volver por donde vino y solicitar desde su país, formalmente, la reagrupación familiar. Claro que retroceder 3.500 Km. se dice pronto. Por eso queda la vía humanitaria. En mi pueblo hay una negrita con trencitas que lo espera impaciente. Y una mujer que lo ama profundamente. A ver si tiene más fuerza el amor que la burocracia. Él me dijo por teléfono que le quedaban 19 días antes de agotar el plazo para la repatriación forzosa. Yo me acordé entonces de las 500 noches con que Sabina completa la canción.
Entrevisté en inglés macarrónico -con la ayuda de una intérprete, mi amiga Amparo- y por teléfono a Vicent, que sigue interno en el centro de inmigrantes de Tarifa. Y sorprende también cómo un chaval de mi edad, pero con muchos más kilómetros a la espalda, probablemente sin la formación académica de uno, es capaz de dominar el inglés, el francés o el árabe con la facilidad que uno jamás tendrá en estas lides idiomáticas por más cursillos por los que transite (es verdad que hace años que no transito ninguno). Que el hambre construye el ingenio es una verdad universal, desde El Lazarillo. Y que más cornás da el hambre, también, desde aquel torero que lo dijo con aquella gracia verdadera...
El Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, ha desvelado una evidencia oculta para la familia: que no es verdad que no exista acuerdo de reagrupación familiar entre Nigeria y España y que a Vicent tendrían que repatriarlo simplemente porque ha llegado aquí ilegalmente, es decir, en patera. Decir que no existe acuerdo de reagrupación familiar con los nigerianos pero sí con los marroquíes, por ejemplo, sería burlarse de los Derechos Humanos. De modo que, en teoría, lo que tendría que hacer Vicent es rectificar: volver por donde vino y solicitar desde su país, formalmente, la reagrupación familiar. Claro que retroceder 3.500 Km. se dice pronto. Por eso queda la vía humanitaria. En mi pueblo hay una negrita con trencitas que lo espera impaciente. Y una mujer que lo ama profundamente. A ver si tiene más fuerza el amor que la burocracia. Él me dijo por teléfono que le quedaban 19 días antes de agotar el plazo para la repatriación forzosa. Yo me acordé entonces de las 500 noches con que Sabina completa la canción.
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