las ficciones sobre las que Gerardo Diego y otros ‘colaboradores’ sustentaron el grupo literario más famoso del siglo XXEl último libro del profesor e investigador Manuel Bernal, sevillano
nacido en Los Palacios en 1962 y residente en Jerez (Cádiz), ilumina
con rigor y sin complejos la génesis del grupo literario más
trascendente del siglo XX, la llamada Generación de 1927, henchida de
mitos y medias verdades que se hicieron oficiales en los libros de
texto que han estudiado ya tantas generaciones. Sin negar la
importancia de tal grupo de poetas, una nómina nunca cerrada del todo,
Bernal escudriña en el origen del invento y finalmente demuestra
claros indicios de que ni todos los famosos poetas estaban convencidos
del homenaje a Góngora que supuestamente los aglutinó ni los actos de
Madrid o Sevilla tuvieron tanta trascendencia como se cuenta y ni
siquiera la famosa foto de la generación se tomó como se ha contado.
De ahí la razón de ser de
La invención de la Generación del 27,
subtitulado “La verdadera historia del nacimiento del grupo literario
de 1927”, convencido únicamente de su necesidad "de existir".
El libro se lee de un tirón porque desde el principio engancha con la
prehistoria folletinesca del torero mecenas de la generación, el
sevillano Ignacio Sánchez Mejías, que en 1920 mata el toro que acabó
con Joselito, su cuñado, y acoge en su casa a la novia viuda, la
bailaora La Argentinita. Sánchez Mejías, que con su cogida y muerte 14
años después, facilita la creación de la elegía en español más famosa
del siglo XX, la que le escribe García Lorca, inicia por aquellos días
la urdimbre lírico-taurina que acabará atrapando en la misma red al
poeta de Granada, a Rafael Alberti, a José María de Cossío, a Manuel
de Falla y a otros nombres fundamentales del 27. Precisamente este
año, cuando Sánchez Mejías preparaba unos actos de homenaje
por el séptimo aniversario de la muerte de su cuñado, ‘secuestró’ a
Alberti en el hotel París de la sevillana plaza de la Magdalena y le
advirtió: “Ni comerás ni beberás hasta que escribas un poema dedicado
a José”. Y así fue como Alberti tuvo que escribir “Joselito en su
gloria”. El compromiso sirvió, no obstante, para que los actos sobre
Góngora celebrados dos meses antes en Madrid y que se saldaron, según
el propio Alberti, como “un gran fracaso”, tuviesen una segunda
oportunidad en Sevilla días antes de Navidad, a expensas de Sánchez
Mejías, y con el entusiasmo de los jóvenes sevillanos de la revista
Mediodía de Joaquín Romero Murube, Alejandro Collantes de Terán y
Adriano del Valle.
Si el dinero del torero tuvo su importancia logística, la imaginación
del poeta santanderino Gerardo Diego, el único volcado desde el
principio con Góngora, hizo el resto. El trabajo de Bernal insiste en
el interés de Diego por magnificar unos actos en torno a Góngora en el
que pocos creían, hasta el punto de que la revista más influyente del
momento, ‘La Gaceta Literaria’, dirigida por Ernesto Giménez
Caballero, se niega a publicar una crónica del autor de
Manual deespumas con más dosis de inventiva que de realidad. Antes de los
actos, Diego no encuentra el apoyo de casi nadie; Unamuno, Juan Ramón
y Valle-Inclán, por ejemplo, echan pestes del poeta cordobés. Antonio
Machado pone una excusa diplomática. Lorca ni contesta. Sólo Alberti
parece acompañarlo. Pero justamente por ser nombrado secretario de la
comisión del homenaje y ninguneado luego por Ortega y Gasset, que
ofrece su “Revista de Occidente” para la publicación de trabajos en
torno a la efeméride, el de El Puerto exagera el desprecio de todos,
incluido del filósofo.
En su soledad frente a la organización, Alberti no duda en
falsificar las firmas de Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso y
Federico García Lorca en una circular destinada a invitar a todos los
literatos para que participen en el homenaje a Góngora. Pero comete el
desliz de remitir una de estas misivas al propio Lorca, que
evidentemente no sabía nada ni de su firma ni casi del homenaje.
Incluso publica en ‘La Gaceta Literaria’, para comprometer al
granadino, un romance contrahecho titulado “Romance apócrifo de Don
Luis a caballo” con la firma de Lorca que durante años se tendría como
tal.
El libro de Bernal, que indaga asimismo en la participación de
algunas mujeres en una generación masculina como la sevillana Amantina
Cobos, aclara la autoría de la famosa foto inmortalizadora, que fue
una sino dos: una con menos calidad de Serrano, para los periódicos
ElNoticiero sevillano y
El Liberal, y otra, mejor, de Dubois, para
LaUnión, que la historia, sin embargo, había silenciado. En este
capítulo, por cierto, se echa por tierra otra mentirijilla, la de
Pepín Bello cuando cuenta que fue él quien pidió la cámara a un
fotógrafo que pasaba por la calle.
- Esta reseña la publica también el semanario Cambio16 en su número 2.084.