miércoles, 31 de julio de 2013

Ya ha pasado lo peor

Después de que el banco que preside, el BBVA, haya ganado este año 2.882 millones de euros, un 90% más que el año pasado, su presidente, Francisco González, ha declarado que nuestro país "está saliendo de la crisis". Hace unos meses coincidió con el ministro Montoro -del gobierno cristiano que perdona y olvida las ayudas a los bancos- en lo mismo y además insistió en que España era el país que andaba en mejores condiciones para salir del abismo. Uno mastica mentalmente esa cantidad ciertamente abismal -¡un millón de euros 2.882 veces!- y, aparte de perderse en el laberinto de billetes virtuales, no tiene más remedio que sonreír por la ironía incrédula que le generan estas profecías. Lo mismo dirán otros ricachones de la moda o el fútbol -sectores siempe tan prósperos-, que España va saliendo, que es gerundio, aunque a algunos les cueste un poco más, sin ayudas de caridad gubernamental, pendientes tan sólo de la solidaridad familiar que cada mediodía se presenta en forma de fiambrera que no cierra bien. 

A uno le retumban estas declaraciones tan optimistas de los ministros y los banqueros emprendedores, esos que ganan millones de euros mientras se cambian el boli de mano como mi vecino junta diezmil duros de los antiguos para librarse de la feria en un todo incluido a base de muchas mañanas cortando uva. A uno le retumban estas declaraciones porque esas siglas del BBVA le suenan siempre al banco de la plaza del pueblo, cuando mi abuela me madaba por los avíos para el puchero y en la entidad trabajaba Manolito Carmona, que tocaba la guitarra por las tardes después de renunciar a ser un artista mundial en ruta, y era probable que por allí barriera cualquier hombre llamado como el presidente de la entidad pero conocido como Curro González. Porque entonces, y ahora aquí, en mi calle, la gente no ha juntado nunca 2.882 nada, mucho menos millones de euros. La gente de entonces juntaba muchos botes de zumo La Verja para rellenarlos luego de tomate para el larguísimo invierno. La gente de ahora junta muchos vales del DIA y del Carrefour para ir comprando lo que tenga un 25% de descuento. Pero es probable que esos optimistas declarantes no sepan ni quieran saber nada de esta gente del montón que no representan a España ni a su Marca. Es probable que estos optimistas de la Marca España se refieran sólo a las mejoras de sus acciones en el parqué, mientras los niños de mi barrio sólo conocen el parque, que no cuesta nada. Es probable que estos optimistas de la España va bien lo crean de corazón, ahora que no necesitan dar crédito porque la usura, con tanto pobre suelto, ya no es un negocio tan próspero, como cuando Urdangarín no sonaba tan mal y la Infanta no necesitaba emigrar a Suiza por necesidades de La Caixa, que la necesita mucho allí. 

Los tiempos han cambiado, sí, pero para los ricos de veras, que son los que cuentan -los demás tenemos poquito que contar-, es un alivio ir sabiendo que lo peor ya ha pasado.

lunes, 29 de julio de 2013

Trabajar es lo peor para hacerse rico

No es que lo dijera Marx en su Capital o en ocasiones parecidas, sino que la experiencia de nuestro linaje currante nos lo confirma: trabajar es lo peor para hacerse rico, o dicho de otro modo menos dramático: nadie se hace rico trabajando, al menos en esta España nuestra que no es que consagrara el pelotazo como una de esas horteradas ochenteras, sino que lo traía en su ADN de mezcolanzas pícaras desde que Lázaro de Tormes aprendió de sus mayores cómo vivir mejor sin dar un palo al agua y lo fue desarrollando siglos después a través de la información privilegiada, las recalificaciones y la medra calculada en el aparato del partido que se tercie. Siempre hubo excepciones, como las de mi bisabuelo Galacho, que se pasó la vida trayendo sal de los puertos en cien mulas tordas y cuando los demás decían que se hizo rico, se murió. O sea, que más que se hizo, se deshizo. 

Al margen de excepciones y leyendas, el pan nuestro de cada día es que si el dinero no da la felicidad y el trabajo no da dinero, la felicidad depende sobre todo de lo que no nos enteramos. Tal vez por eso este gobierno, que descartó al poco de entrar mejorar la economía como prometió, se comprometió luego a aportarnos la felicidad que proporciona el engaño de su cosmovisión beata. Debe de estar en complot con los clubes de fútbol, a los que se les perdona deuda por millones de euros a cambio de tanta felicidad como regalan a los que trabajan y sueñan. Y de este modo, ahora que dura el luto por uno de esos accidentes gordos que siempre pintan el ecuador del verano, nos revelan con v de vaselina algunos detalles sin demasiada importancia:  las ayudas que les dimos todos a los bancos, dadas se quedaron, dice el gobierno. La bajadita del paro que nos vendió el gobierno es 'efecto del verano', dice el INE. Que los currantes seguimos siendo los pringados de este país y lo seguiremos siendo no lo dice nadie. Es de perogrullo. Quien no quiera ser pringao, que emigre, que es otra de las fórmulas gubernamentales para conseguir la felicidad.

domingo, 28 de julio de 2013

El papa y las claves de un tiempo nuevo

Si obviamos la participación del Espíritu Santo que en el Vaticano siempre han defendido, pudiera parecer humanamente oportunista la elección de un papa con tanta vocación social y americana en un tiempo de tanta desesperación como el que vivimos, pues la falta de solidez que Muñoz Molina focaliza en su último ensayo no sólo la ha percibido y sufrido la sociedad civil en general, sino también la Iglesia, incrédula ante ese desapego de la gente de a pie que se parece tanto al que se inflige contra una clase política desautorizada. Pero más allá del oportunismo, que tal vez a la propia curia vaticana se le ha vuelto en contra, hemos de quedarnos con la necesidad: el apremio de una voz, desgraciadamente original, que dijera cosas elementales por encima de creencias, ideologías y mundos virtuales, a la altura misma del sentido común que demanda el común de los mortales, a saber, que "el futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política que logre la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza", como ha dicho Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil, pero dicho con la autenticidad que confiere no sólo bajar a sus favelas como al núcleo duro donde se origina el sentido de la evangelización, sino, sobre todo, reconocer la incoherencia de una Iglesia que lleva demasiado tiempo ajena a la lección de la sencillez que él ahora reclama, reconociendo como errores capitales la frialdad, la rigidez y la autorreferencialidad que la Barca de Cristo, que él dirige ahora, se ha acostumbrado a ostentar.

    La autoridad que se le reconoce a este nuevo papa, empezando por los jóvenes -la clientela más difícil de todas-, proviene de su propio carácter contrito. Se desactivan muchas críticas posibles si es uno mismo el primero que reconoce las equivocaciones. Esa autocrítica absolutamente ausente en los poderes de este mundo, verbigracia la partitocracia que siempre ve la mota en el ojo del otro y nunca la viga en el propio, está diseñando las claves de un tiempo nuevo no sólo para la Iglesia, sino también para el mundo en tanto que el objetivo eclesial, en esa vocación por regresar a los orígenes perdidos, radica en convertirse otra vez en luz del mundo o -tal vez la otra metáfora crística sea hoy más recurrente- sal de la tierra. 


    Tienen razón quienes esperan esos cambios primero en las filas del catolicismo. El papa les da esa razón cuando reclama "una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de los que se han marchado" y cuando comprende sus motivos, ante una Iglesia, la suya, que "tiene que cambiar" y ha de hacerlo revolucionariamente, "saliendo a la calle y haciendo lío". Por eso el reto actual de la Iglesia, que con este papa parece colocarse a la vanguardia de un discurso humanista y honesto, es el de toda la vida: cumplir lo que predica. Sería una pena que este discurso del papa, revolucionario por volver a las consignas del Jesús de Nazaret que arremete contra el inmovilismo religioso de su tiempo, se convirtiera en papel mojado o en la opinión de un hombre solo en la cúspide de una organización milenaria.

    En sus dos mil años de historia, la Iglesia ha precisado de un revolucionario interno para alzarse sobre sí misma en sus momentos de peor degeneración. Factores constructivos de la modernidad lo constituyen precisamente la Contrarreforma y las alertas sin acritud de sabios de la talla de Erasmo de Rotterdam. Y más recientemente, los intentos de conciliación y coherencia llevados a cabo por Juan XXIII en el mundo o por Tarancón en España insuflaron la imprescindible dosis de supervivencia a una Iglesia alicaída y maleada, que fue a su vez otra dosis de ilusión humanista para un mundo desesperanzado. Y en todos los casos predominó un discurso valiente, claro y sin complejos por parte de quienes, líderes por la fuerza de su palabra y sus hechos, no han tenido empacho -como el papa hoy- en reclamar el laicismo del estado moderno, la convivencia naturalizada de las opciones religiosas y el seguimiento convencido a un Jesús que satirizaba todo tipo de preceptos en favor del amor fraterno, luego ratificado por la tesis paulina de que es hipócrita amar a Dios, al que no ves, cuando no amas al hermano que está a tu lado.

    Justamente por la fuerza de la coherencia -ahora tan en boca del papa-, deben de estar nerviosos los poderes fácticos de la Iglesia. En el catolicismo actual, por culpa de algunos papas anteriores en los que esos poderes reconocían la voz de Dios -a lo peor ahora matizan asegurando que se trata tan solo de las opiniones de un hombre de Dios-, los pobres de veras no son nadie si no engrosan una de las comunidades de solidaridad centrípeta que pretenden una gloria celeste sin olvidar jamás la terrena, crecidos en la sinrazón de unos privilegios surgidos en los sistemas reaccionarios de la vida bien, ciega y egoísta para con la vida de todos.

    El cambio de rumbo que este nuevo papa, aplaudido hasta por los ateos, pretende para la Iglesia será determinante en un mundo carente de voces comprometidas con los más débiles, pero no porque sustituya en su esencial cosmovisión ecológica el irreemplazable papel del sistema democrático, sino porque con su ejemplo desinteresado contribuya a reforzar el poder del pueblo, es decir, de los que ahora, desde abajo, claman, pisoteados e ignorados. La crítica que Francisco hace a su propia Iglesia, en la que él ha nacido y ahora pretende dirigir, es aplicable igualmente a esta democracia nuestra para los que los indignados reclaman autenticidad: "Quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta", dice Jorge Mario Bergloglio. En el sentido kantiano que los poderes públicos han olvidado, también es indispensable que la democracia siga sirviendo en la mayoría de edad, no como el menos malo de los sistemas de gobierno, sino como el único ecosistema adecuado en el colmo de la civilización, es decir, como dice Francisco, un mundo en el que "a nadie le falte lo necesario y en el que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad". Tendría gracia que en esta crisis global, que etimológica y pragmáticamente significa 'cambio de rumbo mundial', fuera un papa -a falta de líderes terrenales- quien liderara ese salto humanista y humanitario, y no hablándonos como nos contaron que hablaría Dios, sino como nos consta que hablamos los hombres.

  • Este artículo se publica también en la edición del 30 de julio de El Correo de Andalucía

viernes, 26 de julio de 2013

Descarrilados

No sólo el tren de Santiago. Quien más quien menos anda descarrilado en esta sociedad en crisis de la que nunca acertaremos a precisar el instante en que perdió el carril. Debió de ser en algún momento concreto entre los años 90 y el comienzo de la nueva década, aunque el desvarío total viniera después. Lo analiza muy bien Antonio Muñoz Molina en su último ensayo, 'Todo lo que era sólido', un libro que es en rigor una extensa reflexión sobre lo listos que nos creíamos y la hostia que nos terminamos dando. Después de publicar el libro a principios de este año, Muñoz Molina debe de tener la sensación de haberse apresurado, porque otras muchas cosas interesantes y lamentables han ocurrido después, en los últimos meses, que hubieran sido también ingredientes sabrosísimos en la obra. Debe consolarlo la seguridad de que, perdido el carril, todo lo que ocurra ya son derivaciones de la locura a cuya mecha prendimos fuego entre todos, en proporción a la capacidad de cada uno: quien pudo especular con un terrenito, especuló; quien pudo meter la mano en la caja, la metió; quien pudo endeudarse con un pisito, se endeudó; quien pudo engañarse a sí mismo, se engañó, en esa seguridad tontona de que nadie nos veía y sin acordarnos de que el futuro es un espejo dispuesto a reírse a carcajadas. 

Mientras España llora a sus muertos, mirando de reojo al maquinista sobre el que pesa tan injustamente todo el delirio de la catástrofe, el verano da un respiro a los protagonistas que venían deshilvanando, a su pesar, el complejo tamiz sobre el que se asentaba tan bárbaro señuelo. El tiempo y los espejos risueños del futuro terminarán alguna vez de desnudar, uno por uno, a los mayores artífices del descarrilamiento consentido de esta España nuestra. Pero luego, ¿quién la volverá a encarrilar? 

miércoles, 24 de julio de 2013

Espantás cada vez más retorcidas

En nuestro país, este al que yo ayer -al hilo de tanta sinvergonzonería para reír por no llorar- calificaba de chiste, se había convertido ya en tópico eso de que aquí no dimite ni Dios. Todo menos dimitir. Antes muerto que dimitido, porque aquí quien agarra el sillón no se va ni con agua caliente. O se va de un sillón porque le espera otro. Como la oca, tiro porque me toca. Y siempre me toca a mí. A mí y a los míos. Es el lema de esta partitocracia que aquí llamamos democracia, porque se le parece, aunque no sea igual. 

Pues bien: hete aquí que nuestro presidente andaluz, que fue colocado en el sitio porque su predecesor se marchó a mejor vida, es decir, a Madrid de vice-vice-vicepresidente del Gobierno, anuncia de la noche a la mañana que se va. Que se marcha, que pica billete, o sea, que parece que dimite. Parece, insisto, porque sigue siendo verdad el tópico de que aquí ni Dios dimite. Porque en esta España nuestra donde la costumbre es ley, las dimisiones verdaderas son siempre sucedáneos de espantás. Lo de Griñán es una espantá digan los suyos lo que digan. El todavía presidente ha manejado los tiempos con la urgencia fina de ir un paso por delante de la jueza Alaya que investiga tan intempestivamente el caso de los ERE, pero se ha pasado de finura al faltarle meses de disimulo. Es probable que no los tenga, después de que hoy mismo haya declarado el exinterventor que dice que avisó hasta 15 veces de la peste que olía lo de las ayudas a empresas en quiebra. No se concibe que Griñán diga una semana que no se presenta, a la siguiente convoque primarias de paripé con una candidata in pectore y que en cuanto la candidata se convierte en heredera predilecta se le coloque el carguito de nada menos que presidenta del Gobierno andaluz, no mañana, que también podría ser, sino cuando acabe agosto, que es vacaciones como todo el mundo sabe. Este mesecito de vacaciones es el único disimulo que se ha podido permitir Griñán, al que la prisa lo come.

Particularmente en Andalucía, donde la espontaneidad se toma como arte, las espantás no se recriminan con demasiada dureza. Recuerden las de Curro Romero. O las de Camarón de la Isla. Iban con el nombre y el caché. Estos políticos del Sur han debido de contagiarse inconscientemente, pensando que les vamos a aplaudir, como si lo suyo fuera de veras lo que parece, un espectáculo, y no una responsabilidad tan seria y colectiva. 

Griñán se va a toda prisa 18 meses después de no ganar las elecciones pero sí de investirse presidente por obra y gracia de IU, que tenía más prisa -o más mono- aún por mandar. La apuesta del momento también es urgente: ¿quién llegará antes al objetivo final: Mercedes Alaya imputándolo como víctima propiciatoria en esa redada de altos cargos o José Antonio Griñán consiguiendo su pasaporte a la salvación haciéndose senador, por ejemplo? Todo dependerá de quién trabaje más en agosto, que para nosotros los currantes puede ser un mes de vacaciones pero para los mandamases que se precian es otro buen mes para disimular reptiles. Como cualquier otro. 

martes, 23 de julio de 2013

Un país de chiste

Es la conclusión más certera que nos ha deparado la Crisis desde que empezó hace ya no sé cuántos años, allá por la época en que los escayolistas y los de la ferralla dejaron de reunirse los viernes al mediodía para jugar a las cartas sobre el mostrador de cualquier bar con billetes de cincuenta euros mientras se ponían hasta arriba de cacharritos, como decían ellos. La conclusión más certera, digo, es que somos un país de chiste. Todo lo que ha ocurrido a partir de entonces podría complementar chistosamente el tópico del '¿Te imaginas que...?'. ¿Te imaginas que se cargan al único juez que con un par se enfrenta al franquismo? ¿Te imaginas que los niños dejan de utilizar las imprescindibles TIC en el cole y empiezan a recibir meriendas? ¿Te imaginas que se triplica el paro? ¿Te imaginas que el gobierno recorta miles de millones de euros en sanidad y educación mientras les da la misma cantidad a los bancos privados para resarcir sus malas prácticas? ¿Te imaginas que se descubre a las claras que el tesorero del PP de toda la vida es un mafioso que reparte manteca a diestro y siniestro financiándose ilícita, ilegal e inmoralmente? ¿Te imaginas que la infanta y su marido son imputados por pasarse de listos pero luego le sonríen maliciosamente al juez y aquí no pasa nada? ¿Te imaginas que el mismo rey, en la cresta de la crisis financiera, se va a Botswana para cazar elefantes y echar canitas al aire con su querida? ¿Te imaginas que la querida también maneja el cotarro con el listillo del yernazo? ¿Te imaginas que una jueza venida de otro mundo le mete mano al desfalco histórico del gobierno socialista de la Junta de Andalucía y empiezan a caer uno a uno mientras intentan cargarse a la jueza antes de que caiga el último? ¿Te imaginas que ese último se va a todo correr por si acaso? ¿Te imaginas que el Supremo no ve para tanto los delitos de Jaume Matas y le perdona sus diabluras? 

La lástima de este país es que nada de ello tenga que ser imaginado y por tanto nos ahorremos las carcajadas. 

Sólo en clave de humor, aunque sea de humor negro, terminamos entendiendo la realidad. Por eso los humoristas terminan siendo aquí los grandes sabios que nos dan lecciones, aunque sea a toro pasado. Aquí jamás triufaron de verdad la épica ni la fábula ni la novela. Aquí el único género respetable es el chiste. Por eso lamento no saber contar ninguno.

viernes, 12 de julio de 2013

Desencanto y moraleja

En las fábulas, esos relatos de animales civilizados que dejaron de estar de moda, uno se regodeaba en la moraleja a pesar de que muchas veces no estábamos de acuerdo. Como con los refranes, con tanta fama de verdaderos, a uno lo irritaban las moralejas injustas pero ciertas de esas fábulas que te contaban de niño con una sonrisa adelantada de verdad universalmente aceptada, aunque a ti no te gustara. Te gustara o no, el mundo era así. El mundo es así, a pesar de que no todos los zorros sean la mitad de astutos de lo que parecen o de que no todas las hormigas sean tan trabajadoras como se pintan. Cría fama y échate a dormir, decía otro de esos estúpidos pero certísimos refranes. 

El tiempo pasó y uno cometió el vicio, como con los libros, de empezar a mirar la vida por la presunta última página. Me temo que es producto de la impaciencia, del estrés, de tanta injusticia global acumulada. Me temo que es el resultado de la saturación de tanta canallada, de tanto mundo al revés, de tanto monta monta tanto de sinvergüenzas retorciéndole la mano noble al sentido común, a la justicia divina o a la honorabilidad de tantos inocentes hasta el gorro de inocentadas. Debe de ser el ansia de contemplar esa vuelta al orden la que nos provoca, supongo que no sólo a mí, husmear la moraleja allá donde esté si es que está en alguna parte. Uno ha oído decir, desde chico, que los malos terminan pagándolo, que nadie se va de este mundo de rositas, que el Señor lo ve todo, que los malvados se envenenan de su propio veneno. Pero uno tiene a veces la insufrible sensación de que son dichos, nada más, mientras el mundo continúa su giro absurdo y sempiterno sobre ese eje herrumbroso que en la escuela nos dijeron imaginario...

Dice Pérez Reverte que lleva un tiempo sin tele ni nada, desconectado, en off, para reciclarse. Esas costumbres anacoretas me han recordado siempre, paradójicamente, el consuelo que me supuso escuchar a mis profesores de la Facultad de Periodismo que a la actualidad nos enganchábamos rápido, que uno podía estar días sin leer periódicos y el día que lo hacía se ponía al día sin más. Me consoló escuchar aquello porque yo empecé a estudiar Periodismo sin la costumbre de leer periódicos y eso me producía un escozor en la conciencia que sólo aquella relatividad sacralizada por mis docentes pudo remediar. Con el tiempo, pude comprobar -como Pérez Reverte y como cualquiera- que es desgraciadamente verdad, es decir, que a la actualidad siempre puede uno engancharse porque la actualidad mantiene unos cuantos tópicos, esos que la hacen normalmente insoportable. 

Dicen que la juventud pasa de la política, de la actualidad, que está desencantada. Creo que también eso es un tópico que se ha dicho siempre, pero uno tiende a pensar en ese desencanto desde la perspectiva de que está justificado, porque nunca ha visto uno tantos partidos poderosos, podridos, preocupados mucho más por su supervivencia y porque les siga girando el paripé de su propio aparato alimenticio que por la solución real de los problemas reales de la gente real. Corruptos, aprovechados, cínicos y falsos aquí, allá y más allá. Cada cual contando la película como le viene mejor, para lavar la cara de sus propios cochinos y ensuciar lo máximo las de los cochinos de enfrente. Ese es el juego político, dicen los que entienden de política. 

Como uno no entiende de política, al menos de esta política difícil que es la que se escribe con minúscula, uno está siempre atado a la esperanza de la moraleja y al dolor del desencanto de los demás, mientras los pequeños pierden sus casas y sus cosas por la avaricia de los grandes y los más grandes aún hacen lo indecible para proteger a los suyos, preocupados porque alguna vez haya igualdad en nuestro mundo, derechos más allá de ciertos cuentos como nos contaron... A veces lo llaman estabilidad financiera. A veces, regulación de mercados o qué sé yo. Las palabras no sólo construyen moralejas inútiles. También son cómplices del desencanto.

martes, 9 de julio de 2013

La infoxicación, el whatsapp y otras guasas


Resulta extraño que, siendo como es la comunicación la condición humana por antonomasia, apenas cambiemos nosotros mientras que sí lo hacen, y a un ritmo vertiginoso, los mecanismos y los ritos comunicativos merced a estas tecnologías que hace unas décadas empezaron a llevar el epíteto de nuevas y cuyo grado de la novedad nos resulta mareante a estas alturas. También resulta extraño que se llamen tecnologías de la comunicación cuando su efecto secundario más extendido termina siendo, paradójicamente, la incomunicación, en un tenebroso bucle hacia el vaticinio de McLuhan de que el medio era el mensaje y, por tanto, de que no hay mensaje sin medio, es decir, que apenas tenemos nada que decir si no tenemos el aparatito. De ahí la sorpresa de nuestros jóvenes cuando les contamos que, antes, los ordenadores no tenían conexión a la red; o la sorpresa de los móvildependientes cuando se topan con alguien todavía libre de celular; o la muletilla exculpatoria de muchos de mis conocidos para avisarme de algo con eso de que como yo no tengo whatsapp... Como tú no tienes whatsapp... me dicen, en inacabada frase sonriente, como si no existieran las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los timbres, los aldabones, los intermediarios o los anacrónicos sms... Además, desde mi burladero de solitario sin whatsapp, llevo meses observando que el whatsapp no sólo genera conversaciones, sino risas automáticas, y no sus mensajes, sino el whatsapp mismo, es decir, el mecanismo; el medio. Hasta ahora, no he presenciado una sola conversación en la que quien se haya referido al whatsapp no haya acompañado la palabreja con una sonrisita detrás, con esa picardía tontona, cuasi escatológica, de niño cateto tapándose los dientes. Por la calle, o en un velador, o en la cola del médico o del supermercado, basta con que alguien pronuncie whatsapp -en cualquiera de sus guasonas modalidades fonéticas- para que venga la risita detrás. Incomprensible pero cierto. Observénlo y verán.


    La Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla prepara para el próximo otoño un congreso sobre otro de los palabros que amenazan con envolvernos en un trabalenguas de acrónimos tan estúpido como asfixiante: la infoxicación. Es cierto que estamos intoxicados de tanta información. Vivimos rodeados, aplastados por ella cada vez que miramos una de tantas pantallitas como nos hacen compañía en la soledad hipercomunicada de esta nueva era de la amistad en red, que no deja de ser una amistad virtual, o sea, un porrón de amigos en potencia de ser ciertos pero que no terminan de cuajar y con los que nos unen frasecitas crípticas que todos lanzan al aire de la red para gastar el tiempo de nuestra virtual y endémica aproximación que tampoco cuajará mientras medien los medios como barreras cursis de la incomunicación.

    Antes se hablaba de información -con saturación o sin ella- y todo el mundo entendía que nos referíamos a la información de los medios de comunicación de masas tradicionales, pero ahora no; porque ya la información la da cualquiera. Contrastada o no, es lo de menos. Y en la crisis de los medios, no sólo subyace una crisis del Periodismo, sino una crisis de la Comunicación. Tal vez el Periodismo se haya dejado arrastrar por ese vicio de dar mucha información sin preocuparse de mucho más, en absurda competencia con ese continuo e indiscriminado flujo informativo de las redes sociales que en rigor no tiene nada que ver con la información, sino con la plática o la cháchara a la que ya hacía alusión Umberto Eco hace unas décadas en referencia exclusiva al deporte. La cháchara deportiva es hoy también cháchara política, cháchara económica y cháchara social, porque todo el mundo opina de todo, dictamina, decreta, sentencia desde la atalaya de su muro virtual, por supuesto no asentado sobre piedra sino sobre el negocio ingente de varias compañías que facturan en miles de millones de cualquier divisa.

    Como también la crisis financiera ha empujado a muchos medios de comunicación tradicionales a prescindir del papel, la red se ha inundado de periódicos que intentan dar información y de plataformas de toda índole que también prometen darla, con lo que el usuario común, en ese desordenado ecosistema donde sobran significantes y faltan significados, adolece de un criterio que le ayude a discernir la información verdadera de la pura cháchara. Y ni siquiera los medios, distraídos con sus propias crisis internas, se han preocupado por establecer tales criterios. De modo que la nueva realidad -esa cosmosvisión de la virtualidad a través de las pantallas con calas en la realidad de siempre- no cuenta ya ni con una dimensión auténtica ni con unos mensajeros rigurosos que construyan un relato de la misma, sino que realidad y relatores se confunden en un maremágnum de datos, relevantes o no, que sólo pueden conducir a esa infoxicación que ahora, en un intento de aprehensión para comprenderla, protagoniza hasta congresos universitarios.

    Intoxicados de mensajes sin jerarquía racional ni emocional, el saturado ecosistema comunicativo nos inmuniza contra todo, incluso contra lo fundamental, que no advertimos. Nos pasa en las relaciones personales y en el conocimiento del mundo, porque el bombardeo de la intrascendencia no conoce pausas ni cambios de formato. Los twits, sin vocación poética -que podrían tenerla-, se transmutan en diálogo cotidiano solapado a sí mismo, igual que los asuntos públicos envejecen mucho antes en el periódico web, presionados por los nuevos.

    Hace 70 años, mientras el poeta Pedro Salinas se tomaba un respiro de la urbe en el Puerto Rico donde había de descansar para siempre pocos años después, reflexionaba en su "Defensa de la Carta" en estos términos: "¿Porque ustedes son capaces de imaginar un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin esas otras almas terceras que las lleven de aquéllas a éstas, es decir, un mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros? ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte y sin gracia?". La profecía de Salinas se ha cumplido, porque vivimos ya en un mundo que no concreta al remitente ni al destinatario ni al cartero y en el que, en cambio, se sacraliza al medio. Tal vez por eso, cuando aún había ordenadores gratis para todos los niños, algunos ignorantes pensaron que nuestros niños saltarían por encima del analfabetismo a través de la mágica digitalización. Pero todo fue un mito. También lo es la fiebre de la infoxicación, porque, al fin y al cabo, necesitamos enterarnos de unas cuantas cosas, decirnos unas cuantas cosas, que queremos vernos, que nos queremos, que nos duelen cosas. Poco más. Pero para todo ello no basta con la guasa del whatsapp.

  • Este artículo se publica también como tribuna en El Correo de Andalucía, en su edición del 8 de julio de 2013 -edición impresa del 9 de julio-.

jueves, 4 de julio de 2013

Experiencias del Aula

Ayer clausuramos en mi pueblo, Los Palacios y Villafranca, el primer curso del Aula de la Experiencia de la Universidad de Sevilla, que en el estreno de este año ha contado con más de medio centenar de alumnos y un entusiasmo que, según dicen por ahí, supera todas las previsiones. La prueba más evidente no es la interminable lista de espera que crece para el curso siguiente, sino las estrellas de ilusión que rezumaban los ojos de quienes ayer recibían su Diploma en el salón de plenos del Ayuntamiento, de manos del alcalde, Juan Manuel Valle, y del conjunto de profesores que hemos tenido el privilegio de inaugurar esta experiencia de enseñar a quienes tienen mucho más que enseñarnos a nosotros, gente bregada en la vida que tendría para escribir varios libros y que, sin embargo, guarda un insólito y respetuoso silencio cuando se les va a contar lo que uno ha aprendido en esos sitios que la sociedad que a ellos les tocó les negó: la escuela, la universidad, los libros... 

Todo lo suplen con entusiasmo. Parece realmente milagroso cómo gente tan variada y, en ocasiones, tan alejada del mundo académico, es capaz de aprehender tantos conocimientos en tan poco tiempo, un curso en el que han tenido la oportunidad de relacionarse con la Historiografía general y local, la Enología, la Poesía, la Nutrición, la Economía o el Cine, entre otras materias. Y uno, que les impartió lo que pudo sobre algunos de los principales poetas andaluces del siglo pasado, comprobó no sólo las ganas de aprender de estos alumnos rejuvenecidos precisamente por su amor a la vida y por esa fórmula mágica que es el amor a aprender eternamente, sino su respeto por el conocimiento y por quienes han creado para disfrute de la humanidad aunque ellos no hubieran sido conscientes de todo ese esfuerzo hasta ahora. Justamente las ansias de aprender y el respeto por el conocimiento es lo que uno echa en falta tantas veces en las otras clases del academicisimo más reglado aún: las del instituto o la universidad, donde las clases masificadas rezuman a veces tanto hastío y rutina que a uno le entran ganas de gritarles a esos alumnos con todas las posibilidades regaladas que aprendan de esos otros alumnos cuya posibilidad, a veces última -teniendo en cuenta que hay personas con 80 años-, han tenido que trabajarse durante toda una vida. A uno le entran ganas muchas veces de preparar un encuentro entre la chiquillería del instituto y la respetable bancada del Aula de la Experiencia. Yo creo que de tal encuentro los jóvenes podrían llevarse la sorpresa de la atención de sus padres y abuelos y la mala conciencia de cómo ellos desaprovechan tanto conocimiento, y que ambas cosas nos servirían a todos para mejorar. 

Anoche, después de un acto solemne en el Ayuntamiento, nos fuimos a una placita del pueblo a tomarnos unas cervezas, en convivencia veraniega y distinta a la que ya hemos disfrutado a lo largo de tantas clases entre noviembre y junio. Yo alterné con todos, distribuidos lánguidamente en grupos de interés. Había quienes esperaban con ansias la reunión en la que van a formalizar la creación de una cooperativa, quienes planeaban una obra de teatro, quienes hacían cábalas para un corto, quienes imaginaban el curso que viene, en este verano sofocante no sólo por el calor sino por la falta de clases, que para muchos supone ya un mono insufrible, el mono del saber, que no ocupa lugar, como reza el refrán y recordó ayer el alcalde. 

Les dije adiós, sabiendo que era un hasta luego, y de camino a casa me reconfortó la idea de que el mundo y la vida merecen la pena, porque la sabia nueva que nos vivifica no sólo procede de los jóvenes, sino de quienes se sienten volutariamente jóvenes.