viernes, 26 de julio de 2013

Descarrilados

No sólo el tren de Santiago. Quien más quien menos anda descarrilado en esta sociedad en crisis de la que nunca acertaremos a precisar el instante en que perdió el carril. Debió de ser en algún momento concreto entre los años 90 y el comienzo de la nueva década, aunque el desvarío total viniera después. Lo analiza muy bien Antonio Muñoz Molina en su último ensayo, 'Todo lo que era sólido', un libro que es en rigor una extensa reflexión sobre lo listos que nos creíamos y la hostia que nos terminamos dando. Después de publicar el libro a principios de este año, Muñoz Molina debe de tener la sensación de haberse apresurado, porque otras muchas cosas interesantes y lamentables han ocurrido después, en los últimos meses, que hubieran sido también ingredientes sabrosísimos en la obra. Debe consolarlo la seguridad de que, perdido el carril, todo lo que ocurra ya son derivaciones de la locura a cuya mecha prendimos fuego entre todos, en proporción a la capacidad de cada uno: quien pudo especular con un terrenito, especuló; quien pudo meter la mano en la caja, la metió; quien pudo endeudarse con un pisito, se endeudó; quien pudo engañarse a sí mismo, se engañó, en esa seguridad tontona de que nadie nos veía y sin acordarnos de que el futuro es un espejo dispuesto a reírse a carcajadas. 

Mientras España llora a sus muertos, mirando de reojo al maquinista sobre el que pesa tan injustamente todo el delirio de la catástrofe, el verano da un respiro a los protagonistas que venían deshilvanando, a su pesar, el complejo tamiz sobre el que se asentaba tan bárbaro señuelo. El tiempo y los espejos risueños del futuro terminarán alguna vez de desnudar, uno por uno, a los mayores artífices del descarrilamiento consentido de esta España nuestra. Pero luego, ¿quién la volverá a encarrilar? 

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