En las fábulas, esos relatos de animales civilizados que dejaron de estar de moda, uno se regodeaba en la moraleja a pesar de que muchas veces no estábamos de acuerdo. Como con los refranes, con tanta fama de verdaderos, a uno lo irritaban las moralejas injustas pero ciertas de esas fábulas que te contaban de niño con una sonrisa adelantada de verdad universalmente aceptada, aunque a ti no te gustara. Te gustara o no, el mundo era así. El mundo es así, a pesar de que no todos los zorros sean la mitad de astutos de lo que parecen o de que no todas las hormigas sean tan trabajadoras como se pintan. Cría fama y échate a dormir, decía otro de esos estúpidos pero certísimos refranes.
El tiempo pasó y uno cometió el vicio, como con los libros, de empezar a mirar la vida por la presunta última página. Me temo que es producto de la impaciencia, del estrés, de tanta injusticia global acumulada. Me temo que es el resultado de la saturación de tanta canallada, de tanto mundo al revés, de tanto monta monta tanto de sinvergüenzas retorciéndole la mano noble al sentido común, a la justicia divina o a la honorabilidad de tantos inocentes hasta el gorro de inocentadas. Debe de ser el ansia de contemplar esa vuelta al orden la que nos provoca, supongo que no sólo a mí, husmear la moraleja allá donde esté si es que está en alguna parte. Uno ha oído decir, desde chico, que los malos terminan pagándolo, que nadie se va de este mundo de rositas, que el Señor lo ve todo, que los malvados se envenenan de su propio veneno. Pero uno tiene a veces la insufrible sensación de que son dichos, nada más, mientras el mundo continúa su giro absurdo y sempiterno sobre ese eje herrumbroso que en la escuela nos dijeron imaginario...
Dice Pérez Reverte que lleva un tiempo sin tele ni nada, desconectado, en off, para reciclarse. Esas costumbres anacoretas me han recordado siempre, paradójicamente, el consuelo que me supuso escuchar a mis profesores de la Facultad de Periodismo que a la actualidad nos enganchábamos rápido, que uno podía estar días sin leer periódicos y el día que lo hacía se ponía al día sin más. Me consoló escuchar aquello porque yo empecé a estudiar Periodismo sin la costumbre de leer periódicos y eso me producía un escozor en la conciencia que sólo aquella relatividad sacralizada por mis docentes pudo remediar. Con el tiempo, pude comprobar -como Pérez Reverte y como cualquiera- que es desgraciadamente verdad, es decir, que a la actualidad siempre puede uno engancharse porque la actualidad mantiene unos cuantos tópicos, esos que la hacen normalmente insoportable.
Dicen que la juventud pasa de la política, de la actualidad, que está desencantada. Creo que también eso es un tópico que se ha dicho siempre, pero uno tiende a pensar en ese desencanto desde la perspectiva de que está justificado, porque nunca ha visto uno tantos partidos poderosos, podridos, preocupados mucho más por su supervivencia y porque les siga girando el paripé de su propio aparato alimenticio que por la solución real de los problemas reales de la gente real. Corruptos, aprovechados, cínicos y falsos aquí, allá y más allá. Cada cual contando la película como le viene mejor, para lavar la cara de sus propios cochinos y ensuciar lo máximo las de los cochinos de enfrente. Ese es el juego político, dicen los que entienden de política.
Como uno no entiende de política, al menos de esta política difícil que es la que se escribe con minúscula, uno está siempre atado a la esperanza de la moraleja y al dolor del desencanto de los demás, mientras los pequeños pierden sus casas y sus cosas por la avaricia de los grandes y los más grandes aún hacen lo indecible para proteger a los suyos, preocupados porque alguna vez haya igualdad en nuestro mundo, derechos más allá de ciertos cuentos como nos contaron... A veces lo llaman estabilidad financiera. A veces, regulación de mercados o qué sé yo. Las palabras no sólo construyen moralejas inútiles. También son cómplices del desencanto.
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