Mañana, 14 de julio, hará 17 años que Marina y yo estamos juntos. La efeméride no pasaría de ser una más de no ser porque este 14 de julio será el único día de nuestra vida común en que habremos vivido tanto tiempo separados como juntos: 17 años sin Marina, y ella sin mí; y 17 años conmigo, y yo con Marina. No volverá a repetirse un momento tal, porque ya a partir de mañana crecerá imparable nuestra vida juntos y quedarán empequeñecidos esos 17 años iniciales de nuestra existencia en que cada cual iba por su lado. Es extraño pensarlo, y hermoso. Pensar que hubo 17 años en su vida y en la mía en que ninguno de los dos supo nada del otro, nada de sus caprichos, de sus manías, de sus grandezas, como ahora, como ya desde hace tanto sin que pueda parecer que alguna vez fue de otra manera. Y sin embargo así fue. Éramos otros antes de conocernos. Hubo un instante en que nuestras miradas se cruzaron y ya todo cambió.
Cambió todo, sobre todo, aquella noche del 14 de julio de 1997 en que yo le hice la pregunta que entonces se estilaba entre los novios, aunque yo la maticé, la pluralicé porque me parecía demasiado áspera en su versión original. Fue en el Rincón de los Lirios, que heredó aquel nombre de un antiguo bar que ya había sido sustituido por otro. Había mucha gente y el mundo giraba al compás de mi corazón, o tal vez al revés. El caso es que le pregunté, como quien no quiere la cosa, o la quiere demasiado como para rodearla de nada más: "¿Quieres que salgamos juntos?". Recuerdo que jamás me ha bombeado el corazón tan deprisa. Jamás. Ella se tomó su tiempo, o hizo como que no se había enterado. Y entonces yo tuve que tomar aire de nuevo y repetir exactamente la misma pregunta: "¿Que si quieres que salgamos juntos?". No nos miramos a los ojos. Supongo que cada uno miró donde pudo, y entonces Marina dijo un "sí" o un "vale" apenas perceptible que me impulsó a mí -como una pequeña venganza momentánea- a obligarla a repetir lo que había dicho. "Que sí, que sí", me dijo entre avergonzada y emocionada. No recuerdo sino que la esperaban sus amigas, a una distancia prudencial. Nos despedimos como cualquier otro día de aquel verano que fue el más distinto de todos los veranos. "Hasta mañana", nos dijimos sabiendo muy en el fondo que el mañana, los mañanas ya iban a ser radicalmente diferentes, pero lo dijimos con toda la naturalidad adolescente con que pudimos, como con un pudor solidario, como quien no quiere ostentar la alegría más inmensa mientras el mundo sigue como siempre, tirando, miserable...
A mí Marina me cambió el arcoiris de todos mis sentidos. Ya nunca más olí ni supe ni toqué ni vi ni oí del mismo modo, sino a través del prisma que supuso su persona en mi vida. Hubo un salto del primer beso a la primera vuelta en coche. Otro salto de la primera cena al primer regalo. Otro más del primer viaje juntos a nuestra boda luminosa. Los años y el amor macerado nos regalaron más tarde al increíble Jaime y a la dulce Marina, que corretean por aquí, ahora, mientras no me cabe en la cabeza haber tenido la suerte inmerecida de que una noche de hace 17 años mi vida se impulsara sobre el corazón de la mejor mujer del mundo para comérnoslo a dentelladas.
4 comentarios:
Que sean muchos, muchos más ...
Felicidades a los dos!!
Que difícil es lo simple y lo natural. Einstein teorizó sobre relatividad , para el que espera, el que hace esperar, las agujar del reloj están pegadas, las agujas de reloj van muy de prisa, el tren nunca llega, el tren se me paso.
Yo para conseguir otros 50 años apelo a la cultura, cultura y mas cultura, raciocinio, paciencia y libertad.
¡¡¡Cuídense el linaje lo merece!!!
Manuel Caramelo
MUCHAS FELICIDADES¡¡¡ OJALA SIGAIS TAN FELICES SIEMPRE!! Y QUE BIEN CONTADO:-)
Muchísimas gracias, amigos!
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