Azcona ha muerto, pero sus historias siguen vivas e incluso los informativos se encargan de superarlas a cada rato.
A Rafael Azcona no se le hubiese ocurrido una historia así, porque los relatos de Azcona eran tristes pero llevaban la semilla de los antihéroes que somos todos. Pero hay excepciones, seres excepcionalmente miserables de los que todos somos capaces de sorprendernos y de los que luego hay quien saca frases azconianas: "¡Que lo cuelguen de una farola para que se seque como un bacalao!", le ha deseado una mujer anónima al asesino de la pequeña gitanita de Huelva Mari Luz Cortés.
El tipo, cuyo nombre ni otras trazas vamos a publicitar aquí, no merece siquiera el tratamiento de "presunto", pues él mismo ha confesado aunque con el rocambolesco matiz de que no la mató con sus manos, sino que se cayó por las escaleras. O sea, que Mari Luz se mató sola, al caer por las escaleras porque él la llamaba. Incluso en ese hipotético caso, ¿por qué correría tanto aquel angelito? ¿Tal vez porque vio en sus ojos la malicia libidinosa que también apreció su propia hija cuando la violó?
Luego hemos asistido a sus más que esperpénticas declaraciones, con todo eso de que él abusa de su mujer y viceversa y que antes de abusar de su hija abusaría de cualquier otra niña que no le tocase nada, etc., etc. y uno acaba a puntito de asomarse a la taza para vomitar tanta inmundicia. Qué asco.
El caso es que la historia, además de tristísima, parece increíble, pues el tipo estaba en busca y captura al tiempo que reclamaba a la Administración una casa o mientras acudía casi a diario a la consulta del médico. ¿Qué pasó? ¿Era tan listo como El Solitario o la Administración sigue siendo tan tonta o tan negligente como la que nos contaba Larra hace siglo y medio? A ver si nos contestan.
Más allá del argumento, nos quedan las formas: un tío asqueroso que viaja por toda España para encontrar su lugar en el mundo sin darse cuenta de que ese lugar estaba en la cárcel. Y un padre de familia, "ciudadano ejemplar", como lo ha calificado el delegado del Gobierno en Andalucía, su tocayo Juan José López Garzón, que es gitano y anda entre gitanos. El gitano, puro como una varita de mimbre y con una sintaxis que ya quisieran para sí los políticos de esta España nuestra, ha dicho a una nube de periodistas: "No le deseo al asesino de mi hija ni uno solo de los 54 días que yo he pasado sin saber de ella, fíjense". Eso, fíjense bien. He ahí una historia que rompe tópicos y que nos cuenta crudamente la vida, con sus grises tan insoportables.
Lástima que haya muerto Azcona. ¿Quién escribirá ahora este guión descarnado y en bandeja?