Se ha ido sin decir adiós. Cuando nos hemos enterado, ya estaba incinerado. Rafael Azcona Fernández ha muerto a los 81 años con una muerte tan tímida y escurridiza como su vida. Lo más fascinante de todo él, sus guiones cinematográficos, siguen aquí. Desde El pisito que dirigiera Marco Ferreri a finales de los 50 con un guión suyo, los diálogos esperpénticos de Azcona han sido una constante de calidad y españolismo verdadero en la gran pantalla de nuestro país, o al menos en lo que esas pantallas hayan tenido de grande. Títulos como El cochecito (Marco Ferreri, 1960), El verdugo (Luis García Berlanga, 1963), La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985), El bosque animado (José Luis Cuerda, 1987), Belle époque (Fernando Trueba, 1992) o La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), por citar sólo los títulos que me parecen más destacados, colocan a este logroñés de nacimiento en el Olimpo de nuestro cine, si lo hubiera. Tampoco él, de una humildad desconcertante, lo pretendía, pues ya declaró alguna vez, en su tono prosaico y campechano, que el cine había sido para él solamente "una extraordinaria manera de ganarse la vida". Esa frase lo emparenta dialécticamente con quienes ya lo estaba espiritualmente: con la generación descreída de Miguel Mihura o Álvaro de la Iglesia, aquellos artistas del triste humor españolito que escribían por ganarse el pan, según decían, aunque hubieran preferido, en el fondo, escribir su gracia de cada día antes que tragar el pan duro de aquellos tiempos. Azcona, a través del cine, intentó hacer lo mismo que hicieron Cervantes o Valle-Inclán desde la literatura: reflejar la variopinta gama de grises de que se compone la vida, con sus antihéroes vagabundos, con sus miserables personajes en busca de un poco de sosiego, a veces con una sonrisa vaga en sus bocas sin dientes. Azcona, tan al contrario de tanto bobo y tanto comepán como triunfan hoy en pantallas más pequeñas, comprendió las esencias de la vida real y las plasmó en sus papeles de bohemio, en aquellos papeles que luego harían enormes a actores modelados por sus conversaciones imaginadas y, sin embargo, tan a ras de tierra. Azcona entendió la vida de veras, ésa que ahora se le ha ido en un suspiro en esta España nuestra que tropieza tantas veces con la misma piedra.
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