La campaña política en la que los políticos se arañaban dialécticamente para llegar desollados y jadeantes al 9-M ha terminado de la peor manera posible: quienes han acabado muertos no son políticos ni tienen escolta. Uno, Isaías Carrasco, renunció a ella porque ya no era concejal; la otra, la guapa niña Mariluz, la gitanita de Huelva que ha sonreído durante los dos últimos meses desde las ventanillas de muchas furgonetas, no tenía ni ángel de la guarda.
Al primero se lo ha cargado ETA y a la segunda, algún malnacido, no se sabe... todavía.
Y cuando uno malpasa las últimas horas de este viernes de crespón con un nudo en la garganta, los políticos cantan ahora la melodía de la paz: vamos a luchar juntos contra los terroristas, debemos mantener la unidad de los demócratas y las polladas de siempre.
Ha muerto un hombre libre y una niña con ángel despistado. Han muerto para siempre como todos los muertos de la tierra, que dijo Lorca, y los políticos continúan su espectáculo hacia el domingo, al son de los informativos. No hay otra; tampoco sirve de nada echarnos a llorar o no ir a votar de desesperación, rabia y desconsuelo. Eso es peor aún. Hay días en los que uno estaría mejor evadido. Pero huir es de cobardes, claro. Y sin embargo... Quedan hombres malvados para los que amanecerá mañana y una repelente niña que no existe, pese a Rajoy.
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