La repelente niña de Rajoy, la pequeña Victoria cuyo nombre gritaba desquiciada Rita Barberá desde su feudo valenciano, no fue alumbrada el domingo, y como el feto no aguanta cuatro años en el vientre de nadie, el aborto involuntario causó tristeza en Génova. Habrá que hacerse la idea de concebir a otra niña, tal vez con amor y no con tanto odio. Predican patria y recogen cuervos.
Aunque la victoria en minúscula de Zapatero no le da para gobernar con mayoría absoluta, lo cierto es que se trata de un triunfo desahogado que el PP no se esperaba. Sus radiopredicadores, pese a los evidentes resultados, se acordaban ayer de la mayoría de Aznar, hace ya tanto. Alguno de ellos, de cuyo nombre no quiero acordarme, llegó a afirmar que la derecha es madrugadora para votar y que la izquierda va a última hora a cargarse las elecciones. El telepredicador ha amanecido el lunes como si nada.
Llamazares, coherente, ha dimitido. Rajoy estuvo digno en su aparecida a medianoche, aunque no tanto el rescoldo fascista que lo jaleaba desde abajo. No todo el PP es así, afortunadamente.
Ahora se abre un período nuevo que se avecina con menos crispación por no sobrevolar sobre la legislatura la sombra del 11-M, que tantas mentiras y especulaciones generó entre los profesionales del engaño. Hablando de Roma, Pedro Jota salió ayer nervioso por la tele intentado montar un titular que abre hoy su periódico: "España encarga a Zapatero que la saque de la crisis". El país siempre está en crisis cuando gobierna el adversario. Claro.
Zapatero habló de errores, aunque no los especificó. Todo el mundo los intuye: ingenuidad, principalmente. El triunfo de CiU desde Cataluña hace previsible un intento escalador de esta coalición de nacionalismo moderado en Madrid. Esperable, pero también sorprendente; como ha dicho Juan Luis Cebrián, el mandamás de Prisa, no es normal que los partidos que propugnan la independencia de España tengan que jugar un papel tan decisivo en el gobierno de ésta. Pero ocurre. Ocurrió con Felipe, con Aznar y ha seguido ocurriendo. Habrá que intentar cambiar la ley electoral, aunque, mientras, es conveniente seguir manteniendo esos equilibrios civilizados, tan lejos del catastrofismo sísmico que le gusta profetizar a la derecha.
Y hablando de profetas, ¿qué dirá la Iglesia ahora, después del marcado posicionamiento junto a Rajoy y los suyos? ¿Seguirá martirizando a sus fieles desde el púlpito? ¿Habrá broncas por no haberle hecho caso? Rouco Varela tendrá que suavizar su lenguaje cuando se siente con Zapatero, porque lo hará, claro. Y volverá a intentar arrancarle otro pellizco de dinero al Bamby. El presidente del Gobierno, espero, no es ya el que era; ha crecido. Y es posible que esta vez se acuerde de sus puntos sobre la íes, esos que no le gustan a algunos periódicos pro-Rajoy pero que le está exigiendo desde hace mucho su electorado laicista. Todo se andará.
La única nota triste de estas elecciones ha sido el marcado bipartidismo, aunque me lo esperaba por pura necesidad. Nada importaba tanto como no volver a ver a Acebes sonreír con su cara de radical bien peinado.
La vida sigue.
Aunque la victoria en minúscula de Zapatero no le da para gobernar con mayoría absoluta, lo cierto es que se trata de un triunfo desahogado que el PP no se esperaba. Sus radiopredicadores, pese a los evidentes resultados, se acordaban ayer de la mayoría de Aznar, hace ya tanto. Alguno de ellos, de cuyo nombre no quiero acordarme, llegó a afirmar que la derecha es madrugadora para votar y que la izquierda va a última hora a cargarse las elecciones. El telepredicador ha amanecido el lunes como si nada.
Llamazares, coherente, ha dimitido. Rajoy estuvo digno en su aparecida a medianoche, aunque no tanto el rescoldo fascista que lo jaleaba desde abajo. No todo el PP es así, afortunadamente.
Ahora se abre un período nuevo que se avecina con menos crispación por no sobrevolar sobre la legislatura la sombra del 11-M, que tantas mentiras y especulaciones generó entre los profesionales del engaño. Hablando de Roma, Pedro Jota salió ayer nervioso por la tele intentado montar un titular que abre hoy su periódico: "España encarga a Zapatero que la saque de la crisis". El país siempre está en crisis cuando gobierna el adversario. Claro.
Zapatero habló de errores, aunque no los especificó. Todo el mundo los intuye: ingenuidad, principalmente. El triunfo de CiU desde Cataluña hace previsible un intento escalador de esta coalición de nacionalismo moderado en Madrid. Esperable, pero también sorprendente; como ha dicho Juan Luis Cebrián, el mandamás de Prisa, no es normal que los partidos que propugnan la independencia de España tengan que jugar un papel tan decisivo en el gobierno de ésta. Pero ocurre. Ocurrió con Felipe, con Aznar y ha seguido ocurriendo. Habrá que intentar cambiar la ley electoral, aunque, mientras, es conveniente seguir manteniendo esos equilibrios civilizados, tan lejos del catastrofismo sísmico que le gusta profetizar a la derecha.
Y hablando de profetas, ¿qué dirá la Iglesia ahora, después del marcado posicionamiento junto a Rajoy y los suyos? ¿Seguirá martirizando a sus fieles desde el púlpito? ¿Habrá broncas por no haberle hecho caso? Rouco Varela tendrá que suavizar su lenguaje cuando se siente con Zapatero, porque lo hará, claro. Y volverá a intentar arrancarle otro pellizco de dinero al Bamby. El presidente del Gobierno, espero, no es ya el que era; ha crecido. Y es posible que esta vez se acuerde de sus puntos sobre la íes, esos que no le gustan a algunos periódicos pro-Rajoy pero que le está exigiendo desde hace mucho su electorado laicista. Todo se andará.
La única nota triste de estas elecciones ha sido el marcado bipartidismo, aunque me lo esperaba por pura necesidad. Nada importaba tanto como no volver a ver a Acebes sonreír con su cara de radical bien peinado.
La vida sigue.
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