jueves, 22 de mayo de 2008

Comer de diseño


Quién les iba a decir a nuestros abuelos, mientras se rifaban el puesto de cocinero en la mili para llenar el buche o mientras llenaban un saco de tagarninas para volver en bicicleta, que una discusión mediática del siglo XXI consistiría en el combate dialéctico y químico de unos cuantos chefs sobre la llamada cocina de diseño. Hoy se diseña todo, incluso el pan nuestro de cada día, que resulta de lo más chic cuanto más chico y cuanto más destartalado el plato. Por supuesto, diseñan la comida, como las lámparas o los cabeceros de cama, quienes no tienen hambre. La globalización parece consistir en estar informado al minuto de lo que pasa en el globo. Uno puede degustar una de estas diseñadas pijadas mientras oye por el iPod que 850 millones de seres humanos están pasando hambre en el mundo. Noticia de diseño. Porque quienes diseñan estas polémicas, desde la fragua interesada de sus negocios tocados del ala por el ala de la crisis generalizada, saben perfectamente que sus debates tienen muy poco que ver con la alimentación y mucho con la economía de sus desahogadas posiciones. Luego venimos nosotros los periodistas, a los que nos encanta la marcha, venga de donde venga, a avivar los fogones con los titulares sabrosones y los micrófonos a todo gas. Eso son mediaciones y pamplinas del famoseo, en su vertiente culinaria.


Comer bien es otra cosa. Uno, que ya se defiende con la vitro, es consciente de que la buena mesa empieza por las excelentes materias primas y la voluntariosa creatividad tras el delantal y termina por el apetito de veras. Por eso creo que, al margen de las incómodas declaraciones que ha derramado Santi Santimaría -habrá que averiguar si existe tanta química como denuncia o es que espera de la denuncia resultados químicamente rentables-, verdaderamente hay que tener pocas ganas de comer y muchas ganas de posar para enfrentarse a uno de esos liliputienses platos de Subijana, Arzak, Adriá y compañía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que lo mejor que le podría pasar a la cocina española es que mejorase la calidad de las frutas y hortalizas del Mercadona, que son prácticamente de plástico y son las que consumen la inmensa mayoría.

Un abrazo chaval
Manuel

J10 dijo...

Pues cómpralas en mi pueblo, coño, que son productos de la tierra de verdad, del campo a la despensa. Hay un sitio muy bueno que es la cooperativa Virgen de las Nieves, al final de Los Palacios y Villafranca, en la salida hacia Utrera. Los precios, baratísimos. Qué más quieres.
Un saludo, chaval.

Anónimo dijo...

Jejeje, creo que te falta un dato importante, Álvaro. Ya no vivo en Sevilla sino en Sanlúcar la Mayor, y claro, allí compro directamente a la huerta, a un señor que tiene todo ecológico y a precio muy económico, por lo que estoy disfrutando como un niño. He vuelto a saborear de verdad las patatas, los pepinos, los tomates etc... Pero me temo que la gran mayoría sigue acudiendo al Mercadona...
Por cierto, ¿para cuándo una cervecita?