miércoles, 28 de agosto de 2013

La vida como la oca

Culpar a la II República Española del millón de muertos (de la guerra civil, quiero suponer) -como ha hecho ese menda sin desperdicio que es Rafael Hernando, portavoz adjunto del PP en el Congreso- es como decir que la culpa del asesinato que cometa cualquier hijo de puta no la tiene él, sino la puta. Por haberlo parido. Y eso que cuando en esta vieja España malhablada se suelta tal insulto se hace considerándolo palabra compuesta, de un solo sema, como hijo de perra o, simplemente, hijo de su madre, es decir, sin pensar en la puta ni en la perra ni en la madre.

Sólo los historiadores serios, los que estudian el pasado con esa imparcialidad de quien mira como si con ellos no fuera la cosa, pueden dar fe de la gran afición al juego de la oca que hay en nuestro país. Eso de tiro porque me toca o de saltarme las casillas de tres en tres es algo que a los españoles en particular nos cautiva. Puede más que nosotros. Es el único milagro en el que creemos, porque depende de nuestra enorme capacidad de recordar con lagunas o de olvidar sólo a trozos. 

Pero que el vicio de la oca llegue a infectar a un responsable público de la talla de Hernando, al que su partido ha puesto en el Congreso -la Cámara que nos representa a todos, o eso dicen- para ejercer de portavoz, es un problema de Estado. Porque la vida -eso que ocurre mientras vivimos, que ocurrió cuando vivían nuestros antepasados y que seguirá ocurriendo cuando ya no estemos aquí- no funciona como el juego de la oca, sino que hay que pasar por todas las casillas, una a una. Voy al caso concreto. Cuando los españoles nos dimos legítimamente la II República, que funcionó de aquella manera y fue un guirigay de vanidades y de torpezas y acabó como el rosario de la aurora, pero que fue legítima y democrática, digo, cuando conseguimos los españoles ese régimen de gobierno entre 1931 y 1936, el resultado sería todo lo catástrofico que se quiera desde el punto de vista sociopolítico, vale, pero desde luego no provocó un millón de muertos, como dice este señor -y la cifra creo que está un poco inflada, pero para quien lo dice, visto lo visto, bien está un limón o medio limón-, que se salta tres casillas porque probablemente en su colegio de curas no le distinguieron nunca entre sagradas escrituras, parchís y matemáticas. Las tres casillas van de 1936 a 1937, de 1937 a 1938 y de 1938 a 1939. Ahí, justo ahí, por abril más o menos, es cuando pudieron contarse todos los muertos que a él no le dolieron con casi toda probabilidad, pues si los buscara no tendría un problema leve de ubicación de fosas, sino un problema grave de ubicación temporal. Y ya se sabe que la desorientación temporal es peor que la espacial. Claro que quien pudo contarlos, es decir, el golpista que a continuación se convirtió en dictador prefirió olvidarlos.

A mí me preocupa seriamente que el portavoz del partido de mi gobierno haya estudiado poca Historia, o a saber quién se la explicó. Porque si el portavoz, es decir, quien habla en nombre de los demás dice estas barbaridades, cómo serán los chistes que se cuentan en la intimidad. Después llegan los chiquillos, que lo hablan todo, y se fotografían haciendo chiquilladas, creyendo que a todo el mundo, incluso fuera de sus círculos, le hacen gracia sus chistes. 

Qué vamos a esperar de un país donde todavía se distingue a las ciudadanos por colores, así, con brocha gorda: tú azul, tú rojo, y no hay mucha más gama... Me gustaría vivir en un país donde fuera más popular el ajedrez que la oca. Pero es lo que hay: ganan los tontos con suerte en vez de los inteligentes, para los que no hay tablero. 

Recortes, de cortitos, ya se sabe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

buenisimo comentario hijo como todos tus ariculos.Alvaro un salud

J10 dijo...

Gracias, Josefina. Ya falta menos para vernos. Un beso.