Tiene gracia la iniciativa de una papelería madrileña: aceptarán durante los dos próximos meses que sus clientes paguen en pesetas. Como lo leen: pesetas y duros de los de antes. Cuadernos a 20 duros. Sin reconversión, colocando aquella moneda de la que hemos olvidado el tacto encima del mostrador. Quién dijo que el vil metal estaba reñido con los sentimientos. Uno ve ahora una moneda de veinte duros o un billete de quinientas, con aquella cara masculina y azul de Rosalía de Castro, y se le saltan las lágrimas de nostalgia. Aquellos duros de Franco, aquellos billetes verdes de Galdós, rojos de Juan Ramón, azules y exageradamente grandes del rey -más joven-, nos llevan a una época en la que tener mil duros en el bolsillo era una fiesta, no como los 30 euros de hoy, que no dan para gasoil de ida y vuelta.
El envés de la historia, de esta melancolía monetaria, nos devuelve la certeza del dinero negro, la evidencia de los fajos bajo el colchón. El Banco de España intensificó en los años posteriores a 2002 una campaña para que la gente cambiase pesetas por euros. Se formaron colas, cada vez más cortas, en las sucursales. Viejas con billetes rotos, con chatarra en el pañuelo. Pero, poco a poco, aquel reguero de gentes se extinguió. Seis años después de la entrada definitiva del euro, las autoridades dicen que la gente no ha terminado de cambiar las pesetas por desidia. Pero a uno le extraña muchísimo esa extraña pareja de vocablos: desidia y dinero. Es raro, raro si se tiene en cuenta que en España hay todavía, vivitas y coleando sin que nadie sepa dónde, 300.000 millones de pesetas. La librería de la que hablamos -Papelería Losada se llama- aceptó pesetas durante una semana hace cuatro años y se hinchó de vender. Ahora espera hacer lo mismo. La gente no encuentra sus pesetas por desidia, hasta que llega una ganga, claro. Entonces aparecen relumbrantes o pringosas por todos los rincones.
A mí ya no me ocurre. Tengo billetes de colección. Aunque a veces, a final de mes, me roza la tentación. Espero que a ninguna tienda de por aquí le dé por hacer esa locura. Porque entonces es posible que todos volvamos a encontrar calderilla. Nada del otro mundo, ya sabe usted.
El envés de la historia, de esta melancolía monetaria, nos devuelve la certeza del dinero negro, la evidencia de los fajos bajo el colchón. El Banco de España intensificó en los años posteriores a 2002 una campaña para que la gente cambiase pesetas por euros. Se formaron colas, cada vez más cortas, en las sucursales. Viejas con billetes rotos, con chatarra en el pañuelo. Pero, poco a poco, aquel reguero de gentes se extinguió. Seis años después de la entrada definitiva del euro, las autoridades dicen que la gente no ha terminado de cambiar las pesetas por desidia. Pero a uno le extraña muchísimo esa extraña pareja de vocablos: desidia y dinero. Es raro, raro si se tiene en cuenta que en España hay todavía, vivitas y coleando sin que nadie sepa dónde, 300.000 millones de pesetas. La librería de la que hablamos -Papelería Losada se llama- aceptó pesetas durante una semana hace cuatro años y se hinchó de vender. Ahora espera hacer lo mismo. La gente no encuentra sus pesetas por desidia, hasta que llega una ganga, claro. Entonces aparecen relumbrantes o pringosas por todos los rincones.
A mí ya no me ocurre. Tengo billetes de colección. Aunque a veces, a final de mes, me roza la tentación. Espero que a ninguna tienda de por aquí le dé por hacer esa locura. Porque entonces es posible que todos volvamos a encontrar calderilla. Nada del otro mundo, ya sabe usted.
1 comentario:
Ojalá se pudiera comprar todo en pesetas y al precio de antes, porque el euro nos ha vaciado los bolsillos. Para ganar 60 euros hay que trabajar mucho y para gastárselos basta sólo con salir de casa un par de horas.
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