jueves, 14 de febrero de 2008

Alimentación. Velocidades y retos



Se trata de un problema tan silencioso como peligroso que va calando sibilinamente en nuestras vidas. La alimentación o, mejor dicho, la mala alimentación, a veces nefasta, no está siendo combatida debidamente a pesar de los programas transversales que sobrevuelan las escuelas, a pesar de todas las campañas gubernamentales y a pesar de todos los consejos de nuestras abuelas. Insisto: la alimentación es uno de los problemas graves de nuestra sociedad de la opulencia. Y esto puede sorprender mientras hay una buena parte del mundo que se muere de hambre. Ambas cosas son ciertas y una no tiene por qué descartar a la otra.
Bajo la fiebre del fast food, hemos asistido a mediáticas denuncias de algunos gordos estadounidenses que, tras haber devorado miles o millones de hamburguesas, se han rebelado contra McDonald y otras superpotencias empresariales. Nuestro Ministerio de Sanidad persiguió durante algunas semanas aquella barbaridad calórica que anunciaba y vendía Burger King y que no sé, la verdad, si lo seguirá haciendo. Pero estos episodios no son más que la punta de un iceberg y la trama espectacular de un problema que afecta a un porcentaje muchísimo mayor de alimentos del que podemos imaginar. El supermercado y nuestro carrito de la compra están llenos de basura alimenticia. Si no, lean los ingredientes y los valores nutricionales de algunas de las cosas que ustedes compran alegremente.
No es tolerable que un sobre de sopa de cocido o de puchero o de espárragos no contenga ni carne ni garbanzos ni espárragos, sino una amalgama de intensificadores del sabor, antioxidantes, conservantes, etc. que constituyen el 95% de su contenido. Sólo así uno comprende que el sobre en cuestión(¡para cuatro raciones!), cueste sólo 29 céntimos de euro. La barbaridad no es tan bárbara; los números cuadran.
Ahora la Unión Europea ha autorizado a la investigación de la nanotecnología en alimentación en aras de la ciencia y sus descubrimientos. Tachan a los adalidades del cambio climático de estar instaurando una nueva religión. Religiones hay muchas y, en los tiempos que corren, la ciencia misma y sus experimentos parecen haberse sacralizado también. A costa de nuestra salud o del riesgo de nuestra salud, siempre. En la UE no hay garantías de que estas investigaciones no conduzcan a una violación de los alimentos, pero aun así, han dado luz verde.
Yo, antes de echarme a la boca tanta porquería, tendré que pensármelo. Yo y todo el mundo. La ciudadanía tendrá que levantarse contra este vil intento de engordar la economía a costa de la experimentación con una masa que traga sin preocuparse de que se convertirá en lo que traga. Somos lo que comemos, entre otras cosas, claro.
Tal vez el Slow food predicado por Carlo Petrini desde 1986 parezca una exageración o una cursi tendencia, pero algo de razón lleva quien reivindica con tan lógicos argumentos la vuelta a la materia prima, a los alimentos que salen de la tierra, el mar y el aire. No respetar esto acabará convirtiéndonos en máquinas cancerígenas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo cuido mucho lo que me llevo a la boca: pollo/gallinas de mi granja, huevos de ellas mismas, frutas de mis árboles y verdura de mi huerta o de los vecinos, con quienes intercambiamos, y en el supermercado, por ahora, hay aún opciones para librarse de la comida basura y de los alimentos demasiado calóricos. El que come cocido de sobre es porque quiere. Pero creo que por poco tiempo.

Saludos

Fae dijo...

Es cierto que los gobiernos deben velar por una alimentación más sana, pero incluso lo que nos venden como más sano está lleno de cositas de laboratorio. Personalmente prefiero no pensar mucho en ello, porque si no, estaríamos perdidos. ¿Cómo se podría controlar, o potenciar, eso de las plantaciones ecológicas? A lo mejor, con subvenciones.