El titular del periódico en el que escribo es hoy tan escandoloso como cierto: "Los alumnos andaluces de 15 años son los que menos leen de toda Europa". En cambio, podría añadir la información, destacan en el uso de los teléfonos móviles, de los ipodes y de las consolas de última generación. Saben manejar todos estos aparatejos sin leer el manual de instrucciones. Menos mal. Los más pequeños parecen haber nacido ya con un gen cargado de información digital, de modo que navegan con una pericia insólita, chatean con maestría y asesinando la ortografía y llevan miles de megas de información pegados al oído. El problema de la educación actual no es de cantidad de información (en tiempo remoto lo fue), sino de gestión y uso de la misma. Aunque los profesores impartiésemos diez horas diarias de clase, nunca podríamos competir, en cantidad, con el ingente número de páginas variopintas que ofrece la red. El problema del alumno tipo actual es su falta de interés y curiosidad y su torpeza en el manejo de la información infinita de que dispone. No sabe asimilar tanta información y acaba saturado y al margen de los conocimientos básicos y estructurales en política, cultura, economía y expresión de todo ello. No leen la prensa ni les interesa; no sienten curiosidad por la política ni por el mundo empresarial y, frente a la tele, son seres pasivos sin capacidad de juicio crítico. Penosa situación para una generación que será gobernada por una élite sin brillo pero con cierta capacidad embaucadora. No leer o no saber entender lo que se lee es una de las carencias más graves que puede sufrir la ciudadanía que se avecina.
Para solucionar esta lacra, no ayudan precisamente ni el sistema educativo ni los cambios de leyes repentinos y electoralistas ni mucho menos unas familias cada día maś mojigatas e hiperprotectoras de sus niñitos de hasta veintitantos. Se dice que se han perdido la capacidad de superación, de esfuerzo, de disciplina. Se dice y es verdad. El sistema educativo se ha encargado de nivelar por lo bajo y sólo parece esforzarse por tapar las carencias formativas de la juventud. Las pruebas de diagnóstico en la ESO son unas pruebas evidentes del paripé referido. La asignatura de Lengua y Literatura, desde donde se supone que ha de fomentarse la lectura principalmente, pierde horas en el currículo. Un ejemplo elocuente: en el COU antiguo, el alumno de Letras tenía cuatro horas semanales de Lengua y otras cuatro de Literatura. Ahora, con el 2º de Bachillerato que lo sustituyó, ya sea de Letras o de Ciencias -conceptos que ya se encargaron de destruir-, el alumno sólo tiene tres horas semanales de Lengua y Literatura juntas. Y el temario es el mismo. Y una porra. Pues eso. Qué vamos a decir más. Y para qué. Con este panorama, cada alumno -individuo intransferible de la masa- deberá preocuparse seriamente de su propia formación. Lo que le interesa a la competencia es que no lo haga.
Para solucionar esta lacra, no ayudan precisamente ni el sistema educativo ni los cambios de leyes repentinos y electoralistas ni mucho menos unas familias cada día maś mojigatas e hiperprotectoras de sus niñitos de hasta veintitantos. Se dice que se han perdido la capacidad de superación, de esfuerzo, de disciplina. Se dice y es verdad. El sistema educativo se ha encargado de nivelar por lo bajo y sólo parece esforzarse por tapar las carencias formativas de la juventud. Las pruebas de diagnóstico en la ESO son unas pruebas evidentes del paripé referido. La asignatura de Lengua y Literatura, desde donde se supone que ha de fomentarse la lectura principalmente, pierde horas en el currículo. Un ejemplo elocuente: en el COU antiguo, el alumno de Letras tenía cuatro horas semanales de Lengua y otras cuatro de Literatura. Ahora, con el 2º de Bachillerato que lo sustituyó, ya sea de Letras o de Ciencias -conceptos que ya se encargaron de destruir-, el alumno sólo tiene tres horas semanales de Lengua y Literatura juntas. Y el temario es el mismo. Y una porra. Pues eso. Qué vamos a decir más. Y para qué. Con este panorama, cada alumno -individuo intransferible de la masa- deberá preocuparse seriamente de su propia formación. Lo que le interesa a la competencia es que no lo haga.
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