La noticia ha recorrido el primer mundo, el que ya no se conforma con subirse a los aviones, sino que además exige un epicúreo plus de carnaza azafatil. Ya lo sabrán: Raynair, una compañía de vuelo, vende almanaques con sus señoritas azafatas en paños menores. Pero no se escandalicen: esto no es machismo ni mobbing ni un atentado contra la dignidad de la mujer. Esto es simplemente un proyecto simpático que se les ha ocurrido a las propias azafatas con la sagrada e intocable excusa de la modernidad: los fondos son para una ONG. Ah. Con las ONG hemos topado. Como la idea es de ellas mismas y los fondos son para una causa noble, ya no pasa nada, claro. O sea, que yo, pasajero, me acomodo en mi sitio, compro uno de estos calendarios para el año que entra, lo miro y lo remiro y luego me fijo en la azafata que me ofrece caramelos. Y no pasa nada. Ella es una digna trabajadora y el almanaque un artificio para una buena causa. La máxima maquiavélica de que el fin justifica los medios se critica unas veces y otras no, en función del interés de cada momento y de los pareceres de los predicadores posmodernos. Uno no va a escandalizarse, pero tampoco se va a dejar engañar. Estos calendarios con las azafatas a cien son un atropello a la dignidad de todas las azafatas y, por extensión, de la mujer en su conjunto. El fin puede ser ayudar a los niños pobrecitos de no sé dónde, pero en el medio se pisotea a la mujer como oscuro objeto de deseo sexual. Si unas cuantas mujeres se dejan no quiere decir que la idea sea fenomenal. Para defender unas cosas no hay que machacar otras. Aunque luego vengan los curas guapos del Vaticano haciendo lo mismo. Alguien debería contarles a los niños beneficiados de estas campañas cuando pase tiempo que un día recibieron un dinerito porque unas azafatas se convirtieron en iconos sexuales para regocijo del mercado.
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