Llevo al menos un par de décadas, que es como decir casi toda mi vida, oyendo que el siglo XXI va a ser el de la mujer, que los movimientos feministas han contribuido decisivamente a la liberación de la mujer y que si el mundo estuviese dirigido por mujeres, nos iría de modo muy distinto. A veces, lo he creído. Pero últimamente lo voy creyendo menos. Entre otras razones, porque el siglo del futuro ya lo estamos viviendo y, como rezaba el título de un libro al alimón entre Felipe González y Cebrián (creo), el futuro no es lo que era: la mujer, al cabo, ha llegado a su futuro por la doble vía errónea de plegarse a los dictados del hombre o de masculinizarse para usurpar los puestos de éste. Y, sustancialmente, no ha habido cambio; no ha existido como tal un fenómeno de feminización de las perspectivas desde las que se contempla y se está en el mundo. A la altura de 2008, un diseñador, Valentino, abandona la pasarela y arroja esta imagen de mujer esclavizada a todas las fotos del orbe. Esto es lamentable, y no sólo por lo que supone en la cosmovisión de las niñas que empiezan a ser mujeres, con enfermedades incluidas como la anorexia, sino por lo que tiene de confirmación en nuestros tristes supuestos acerca del otro género. Esto hay que cambiarlo ya.
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