sábado, 12 de enero de 2008

Ángel González, el poeta que pasa...


Coño. No desayuna uno un día tranquilo. El bocado de tostada se me atraganta cuando me entero de que se ha muerto otro. Otro de los mejores: el poeta Ángel González, asturiano de nacimiento y miembro, aunque él no dijera ni fu ni fa, de la llamada Generación de los 50. Las generaciones son organizadas en los despachos de las editoriales y los poetas mueren solos, como parece mostrar esta fotografía de Santos Cirilo. Cuando explico de pasada la poesía de postguerra en los Bachilleratos, siempre menciono a Ángel González y leo algo suyo. Los bachilleres de hoy no están para profundizar en nada, sino para recibir resúmenes facilitos de nombres y fechas antes del viaje de fin de curso, en marzo. Es lo que hay. Yo, aquí, recuerdo su palabra, su Tratado de urbanismo (1967) y el Áspero mundo (1955) que lo vio nacer, como niño de aquella guerra de la que los niños de hoy ni saben ni quieren saber nada. Su barba de nieve, más doméstica, me gustó siempre mucho más que la de Whitman. Hoy releo, para compartir con ustedes, este poema suyo:


"A veces, en octubre, es lo que pasa..."

Cuando nada sucede,

y el verano se ha ido,

y las hojas comienzan a caer de los árboles,

y el frío oxida el borde de los ríos

y hace más lento el curso de las aguas;


cuando el cielo parece un mar violento,

y los pájaros cambian de paisaje,

y las palabras se oyen cada vez más lejanas,

como susurros que dispersa el viento;


entonces,

ya se sabe,

es lo que pasa:


esas hojas, los pájaros, las nubes,

las palabras dispersas y los ríos,

nos llenan de inquietud súbitamente

y de desesperanza.


No busquéis el motivo en vuestros corazones.

Tan sólo es lo que dije:

lo que pasa.


La cuesta de enero, empinada como todas pero no tan fría, se está llevando a otro puñado de los mejores. A ver qué trae la bajada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y la nada que también pasa por aquí, cuando mueren tipos como Ángel con quien tuve el gusto de conversar hace ahora justo un año, gracias a Luis García Montero. Primero vineron los poemas, luego el saludo y después la muerte. Aunque no siempre ocurre así.