miércoles, 9 de enero de 2008

Pollos (en masculino, plural)


Ahora, a buena hora, parecen darse cuenta los chefs británicos de que, a pesar de sus platos de vanguardia vacía y de sus cursilerías sin migajón suficiente, la materia prima de nuestra alimentación no es demasiado buena. Han salido en defensa del pollo, que incluye a toda carne crecida bajo plumaje y cresta en condiciones perrunas. Los pollos que compramos en el súper son sacrificados con apenas 50 días de edad y durante su corta vida no ven nunca el sol. Ni los lunes. Crecen frenética y artificialmente para no faltar ni a la cita colectiva del matadero ni a la de la estantería, plastificados ya. La defensa de los cocineros parece inclinarse más por la defensa de los derechos de los animales, pero a uno se le ocurre que, más allá, está la defensa de los derechos de los consumidores, que consumimos lo que sea. No sólo el pollo, sino los tomates, la leche, los huevos y hasta el pan se producen ya tan vertiginosamente que hacerlo de manera natural cuesta un huevo de los gordos. Hacerlo ecológicamente era, hasta hace un rato, lo corriente. Pero hoy es ya un lujo; no hay sitio para corrales ni arriates en los minipisos de 30 metros cuadrados, ¿cómo vamos a cederle más espacio a la gallina enjaulada? ¿quién no anda enjaulado con la que está cayendo? No sólo el pez muere por la boca; también nosotros lo haremos antes de que el clima cambie tanto, como vaticinan los otros pollos.

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