jueves, 31 de diciembre de 2009

No me gustan los balances

Los balances me suenan a despedida, a cerrojazo, a crueles adioses. Ya sé que me deberían sonar a una puerta que se cierra para que otra se abra, a poner en claro, a saludo del año que llega. Pero uno es como es. El balance me connota siempre algo económico, de remota balancita con pesas jerarquizadas, como la que tenía mi abuela Modesta en aquella cocina hiperbólica que incluía pozo profundísimo y una pila que parecía un pesebre... Con aquella balanza jugaba yo cuando no era más que un renacuajo. Ya sé que una cosa es una balanza y otra un balance, pero éste puede hacerse poniendo todo en los dos platillos de aquella para ver el resultado entre el debe y el haber... ¿ven ustedes como me pierde el sentido económico? Tal vez por ello no me guste hacer balances, porque la vida y los años van mucho más allá del dinero y porque 2009 no ha sido un año -ejercicio, dirían los economistas, con un lenguaje paradójicamente escolar- para hablar de parné.

Los balances personales son para interiorizarlos, en mi opinión; y los balances públicos resultan inútiles porque cada uno siente el año según le ha ido. De modo que quién necesita un balance. Sin embargo, todos los medios de comunicación de masas se empeñan en hacerlos, aunque ya sé, por experiencia, que detrás del mismo se esconde más una necesidad de rellenar en este páramo informativo que son las fiestas que un verdadero interés de balancear el año para aprender de cara al próximo. Nadie aprende de un año porque empiece otro nuevo, y ni siquiera el año es frontera, en la práctica, de nada. Ni del curso académico, ni del político, ni del litúrgico siquiera. Lo del ejercicio administrativo, fiscal, contable, etc. ya sabemos todos que es, en buena medida, un paripé para llevarse bien con Hacienda. Así que los balances podrían hacerse en cualquier momento, o no hacerse jamás.

En este final de 2009, por ejemplo, año de crisis para muchos y de bonanza a costa de la crisis para otros, qué balance hará el padre de Marta del Castillo, la niña desaparecida el pasado 24 de enero en un barrio de Sevilla. Y qué tendrá que ver ese balance con el que pueda hacer Chaves, que se fue a Madrid, u Obama, que se instaló en la Casa Blanca. El año comenzó con el chiste sin gracia de la malhadada Montserrat Nebrera, ex pepera que ya no encuentra su lugar en el mundo después de despotricar contra nuestro acento andaluz. Luego el año estuvo para menos chistes con noticias deslumbrantes como el fin del gobierno nacionalista en Euskadi o aciagas como el interés repentino de los socialistas por reformar la ley del aborto, con hipócritas escándalos por parte del PP includios. La tragedia del aborto no es para tomársela a coña partidista por parte de los de siempre, pero este es el balance que uno puede sacar de esta clase política profesionalizada que soportamos.

De este sitio web que iniciamos en noviembre de 2007 para escribir pensando o pensar escribiendo no es 2009 el mejor año para hacer balance, pues ya ven las entradas que dio de sí 2008 y las que ha dado este año: la mitad. Tal vez en mi haber interno me queda la satisfacción de que si he producido menos reflexiones en estos doce meses será porque la balanza se inclina de otro lado. Quienes me quieren saben de dónde.

lunes, 28 de diciembre de 2009

John Donne y la DGT

John Donne fue en Inglaterra algo así como nuestro Quevedo por Madrid, el polémico metafísico que gusta y cuesta escuchar simultáneamente. Uno de sus fragmentos poéticos más célebres, extraídos de su libro Devociones para ocasiones emergentes, de 1624, es el siguiente:

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.


El escritor Ernest Hemingway se sirvió de esta cita no sólo para colocarla en una de sus novelas más famosas, sino incluso para ponerle título: Por quién doblan las campanas (1940), en la que narra la experiencia de un dinametero norteamericano en la Guerra Civil española.

Ya en el siglo XXI, y de nuevo en España, la Dirección General de Tráfico (DGT), consciente de que la sangre y el gore automovilístico no tienen demasiado efecto en las conciencias de los conductores, ha elaborado este invierno una campaña más inteligente, en la que pide a los ciudadanos un minuto de silencio no por los 500 muertos en carretera que se nos van cada año sino por los que están por caer en 2010. En el spot televisivo aparece gente diversa en situaciones diversas, guardando silencio. Al final, una voz en off sentencia: "Si vas a conducir después de haber bebido, este minuto de silencio es por ti".

Y que luego nos pregunten para qué sirven los clásicos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mi 'Lazarillo' emprende el vuelo


Apenas hace tres semanas que está en la calle y ya va sola. Mi edición de El Lazarillo de Tormes, con unas magníficas y atrevidas ilustraciones de Miguel Parra, se vende en librerías, institutos y rincones dispares donde este clásico imperecedero sabe encontrar su hueco de pícaro siempre actualizado. Lo terminé en febrero, pero no ha sido hasta noviembre cuando el libro estuvo listo para salir de la imprenta de la editorial AE, que se ha aventurado en el terreno de los clásicos con dos títulos más: La Celestina, de Fernando de Rojas, y las Rimas de Bécquer. La vida de Lázaro González Pérez, con sus fortunas y adversidades, se ha asomado al mundo con unos colores envidiables, un aparato crítico claro y riguroso a la vez y un precio innegociable y sin competencia. Observaremos su evolución.

Pistas para interesados:

Editorial AE
Av. Tomás García Figueras, 1 local 20
Jerez de la Frontera - Cádiz
Tel 902 50 71 50
info@editorialae.com

sábado, 5 de diciembre de 2009

La cultura nuestra de cada web, dánosle hoy


Los libros son caros. Pero se puede también decir que los libros no son caros. Se puede decir que lo único caro del mundo son los libros. Todo lo demás es baratísimo. Los zapatos son baratos; la vivienda es barata; la barra de labios es muy barata. Todo barato. Sólo son caros los libros. Quienes critican son normalmente los que no leen. Y además encuentran en esa supuesta razón el argumento para decir que no leen. Sí, los libros son caros. Pero es que todo es caro. Y ¿por qué tienen los pobres libros que sufrir todos los días la monserga de que son caros? La verdad es que los libros no nacen, no caen del cielo como la lluvia. Se hacen. Se componen de papel, tinta, la sensibilidad del autor, la competencia técnica del tipógrafo -si es que aún se llama así-, necesitan de un distribuidor, una librería. Y cualquiera de ellos ha de ganarse su salario. En este proceso sucesivo parece que todos tiene que estar bien pagados menos el que en primer lugar hacen los libros, o sea, los autores. Esos no. Los autores deben vivir como misioneros del libro: sin comer, sin casa, sin caprichos, así los libros serán baratos. Pues bien, si los libros han de ser baratos y no lo son, ¿qué haremos?

José SARAMAGO: "Nuestro libro de cada día", Pregón de la Feria del Libro de Granada, 1999.


Esta reflexión del Premio Nobel portugués es extensible a cualquier producto de la cultura que ahora se debate entre la vida y la muerte por la moda digital de que todo lo cultural debería estar al alcance de la mano para todo el mundo, como las estrellas del cielo. ¿A que el papel que Saramago reserva al autor en este irónico pregón se parece demasiado al que los pobres agricultores desempeñan cada vez más en este mercado nuestro de los tomates por las nubes?

martes, 24 de noviembre de 2009

Sánchez Ferlosio, Premio Nacional de las Letras 2009


Rafael Sánchez Ferlosio, que el próximo día 4 cumplirá 82 tacos por haber nacido también el año de la fabulosa Generación del 27 (tan sólo dos semanas antes de la célebre reunión en Sevilla), se ha visto galardonado con el Premio Nacional de las Letras, uno de los que todavía tienen prestigio. Es uno de esos autores muy estudiados y poco leídos. Debe su fama entre los estudiantes que no lo leen a El Jarama, una novela de realismo social que muestra el aburrimiento congénito de una generación de jóvenes de la posguerra en sólo unas horas de merienda en la ribera del río que da nombre al libro. En su familia, mamó siempre la literatura, pues su padre fue el escritor y político Rafael Sánchez Mazas, y su mujer, al menos durante un tiempo, fue la también escritora Carmen Martín Gaite. Su realismo radical se aproxima al neorrealismo italiano, aunque no creo que tuviera nada que ver que naciera en Roma, sino más bien su personalidad analizante en una época tan irritantemente estéril como la que le tocó vivir. Lo he oído en más de una ocasión anunciar el cierre de su producción, pero siempre escucho títulos nuevos. De entre sus novelas, más que la famosa ya mencionada, recomendaría la deliciosa Industrias y andanzas de Alfahuí, entre la picaresca y el realismo mágico; y entre sus ensayos, la colección de artículos publicada en 2002 bajo el atractivo título de La hija de la guerra y la madre de la patria. Yo la leí en la editorial Destino en unas cuantas noches obligadas en la biblioteca de mi pueblo. Y guardo un regusto gratísimo de su inteligente escritura.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Los hambrientos y su crisis perpetua


Acaba de concluir sin conclusiones la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria, celebrada en Roma como un picnic de mandatarios que llegan, se echan la foto y se van mientras los niños famélicos del África profunda siguen siendo carne, o hueso, comodín de telediario. Puro relleno informativo para épocas de crisis noticiera. El propio director de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Jacques Diouf, ha reconocido el fracaso estrepitoso del congresito por el hambre, y hasta la próxima vez. Qué se le va a hacer. Acabar con el hambre, en la práctica, que no en la teoría, sigue siendo una quimera para soñadores. En teoría sería sencillísimo si uno atiende a cifras comparativas. Harían falta poco más de 30.000 millones de euros anuales para eliminar este hambre global enquistado en la modernidad desde que al Primer Mundo se le ocurrió explotar y abandonar eso que calificó de Mundo Tercero. Con los años, lo que ha crecido sine die es la desigualdad. Pero los verdaderos responsables del reparto de riqueza en el mundo, los políticos de altos vuelos y baja visión, están en otras cosas, ya saben, en el extinguible petróleo, la inútil presidencia de la UE, las ayudas a los bancos o las velinas de cada cual. Inventaron aquella cifra ya tan cateta del 0,7%, pero nunca la aplicaron con seriedad. El mundo civilizado se ha gastado en los últimos dos años más de un billón (con b) de euros en armamento; más de medio billón (con b) en subvenciones para agricultores igualmente civilizados; y sólo su mercado de videojuegos, por ejemplo, movió en el último año -millón arriba, millón abajo– los 30.000 millones de euros que hacen falta justamente para exterminar este hambre del que hablamos, nosotros que podemos hablar.

El hambre, esa sensación –o esa condena– tan básica, tan instintiva, tan desconocida para quienes comemos tantas veces al día (y otras tantas pagamos por el diseño de absurdas dietas) nos parece un concepto bíblico, remotísimo de castigos prehistóricos, y sin embargo es una realidad cotidiana para más de 1.000 millones de personas en este planeta que produce, de sobra, alimento suficiente para todos sus habitantes. Este manejo de las cifras resulta siempre demasiado demagógico para convencer a quienes están habituados a escucharlas sin resultado alguno, pero nos muestra muy a las claras el lugar que ocupa el hambre global en las agendas de preocupaciones de los mandatarios igualmente globales.

El dinero necesario para acabar con el hambre en el mundo circula por el mundo, incluso no sería ninguna exageración peregrina asegurar que sobra por el mundo, diseminado sin rumbo en forma de esa calderilla que, incluso en tiempos de crisis financiera, desprecia cualquier desempleado del primer mundo. Lo único que no sobra, sino que falta a raudales, es la voluntad política de acabar con este problema. Piensen, si no, que hay voluntad para acabar con guerras incómodas, con el llamado cambio climático (problema modernísimo cuyas soluciones ya parecen encauzadas), con el excesivo gasto energético y hasta con la financiación de creencias religiosas con estudiados y minúsculos porcentajes en la declaración de la renta. Para todo ello basta con un líder de masas y una campaña bien planificada. Tal vez no surjan ni líderes ni campañas en este sentido hasta que el mundo civilizado no sienta la misma necesidad que sintió EEUU cuando acabó la gran Guerra y se sacó de la manga su célebre Plan Marshall, es decir, hasta que Occidente no descubra que los países africanos, Afganistán, Bangladesh, India y Vietnam constituyen demasiados kilómetros cuadrados como para no hacer rodar también por ellos las gracias del capitalismo.

  • Este artículo aparece también en el nº 1.983 del semanario Cambio16.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Delibes o cuando los premios resbalan


Si no recuerdo mal, descubrí a Miguel Delibes en la temprana adolescencia y gracias a una edición de Los santos inocentes que me prestó mi prima Aurelia en un tórrido verano en el que yo andaba buscando lecturas para aguantar el sopor de las tres de la tarde que se repetía hasta el infinito día a día. Aquella edición, que ya no tengo (no sé si la perdí porque dudo de que la devolviera, aunque sé que no era de mi prima, sino de una amiga suya), mostraba en la portada el fotograma de la película homónima que había hecho Mario Camus en 1984, tres años después de aparecer la gran obra del vallisoletano. Allí se veían, con sus caras de pobres irremediables, a Paco el Bajo, a la Régula y al Azarías, posando tal vez para el único retrato que iban a hacerles en sus vidas. Eran los actores Alfredo Landa, Terele Pávez y Paco Rabal, respectivamente, los que daban vida en la pantalla a esas criaturas de sufrimiento tan a flor de piel que había conseguido crear Delibes en la Raya, cualquier frontera extremeña entre este mundo y el desamparo total. Recuerdo que de aquella novela me quedó la sorpresa por la disposición de los diálogos y el regusto de la escritura que aprovechaba la magia de la oralidad. Desde entonces, me gusta la literatura con vocación oral, como la que tan bien sabía hacer el ya fallecido chiclanero Fernando Quiñones.

Después de devorarla en un par de días, con aquel par de frenos y marcha atrás con que se leen las novelas en verano que gustan mucho y uno no quiere acabar jamás, me fui a la biblioteca de mi pueblo en busca de más tesoros de Delibes. Encontré un libro de relatos que luego no he vuelto a ver que se titulaba Viejas historias de Castilla la Vieja, y todavía guardo de sus páginas el recuerdo de unas deliciosas lecturas en cualquier sillón de la biblioteca en la que tanto leí. Los cuentos eran breves y en todos aparecía un personaje de esos que tan bien sabe construir Delibes, con las manos encalladas y los pies bien metiditos en el terrón. Leí al poco tiempo La mortaja, una joya literaria que no sabría si definir como cuento largo o novela corta y de la que me quedó la muletilla elegante de sustituir "en realidad" por "en rigor". Luego vinieron Mujer de rojo sobre fondo gris, el homenaje a su esposa muerta; El camino, esa inolvidable novela que todo adolescente debe leer antes de empezar realmente a serlo; El príncipe destronado, El disputado voto del señor Cayo, Las ratas, ... y un largo etcétera que debería llegar hasta El hereje, que no he leído, a mi pesar. Miguel Delibes ha influido en mí mucho más de lo que pudiera pensar ligeramente. Y me alegro.

Siempre me pareció un hombre con los pies en el suelo. Me sorprendió que hubiera tenido siete hijos y hubiera estudiado tres carreras: la literaria, Periodismo y Derecho Mercantil. Aunque la primera ha sido la más fructífera, la segunda nos ha dado a un sabio director de El Norte de Castilla, un periódico que jamás he leído pero que siempre imaginé con la austeridad machadiana con que imagino las cosas de Castilla la Vieja, la de Delibes y la del cura y el barbero de Don Quijote.

Ahora el Gobierno de Castilla y León le ha concedido a don Miguel, con 89 años, la Medalla de Oro. Reconocimiento tardío para quien ya tiene tantos premios. Gana más el gobierno castellano que él mismo, porque don Miguel siempre tuvo bastante con un pliego y un bolígrafo, con su escopeta de caza y sus historias demasido humanas como para que pudieran entenderlas quienes ahora van a su casa a echarse la foto. Pero estas cosas suceden.

Desde esta pequeña plataforma digital que es mi blog, propongo con entusiasmo definitivo un reconocimiento para don Miguel a la altura de su calidad literaria: el Premio Nobel de Literatura.

Todavía estamos a tiempo.

sábado, 31 de octubre de 2009

La otra Bernarda

Casi todo nombre propio, en su variedad casuística y humana, tiene un ejemplar por antonomasia que tapa a los demás. Así, Arturo es el rey, Juan Pablo es el papa o Juana es la Loca. Tal vez por esa razón cueste tanto decidirse por uno cuando se tiene un hijo y se quiere para él lo mejor, hasta la mejor huella histórica que pueda haber dejado la etiqueta de su apelativo para siempre. En el caso de Bernarda, se trata del nombre de un personaje de ficción –pese a las consideraciones positivistas más o menos ciertas que rastrean a la persona real– que García Lorca convirtió en mito de la revolución teatral tan sólo dos meses antes de que le pegaran un tiro en la cuneta de Víznar. Bernarda Alba y su casa configuran un drama único que ahora, por cierto, los cerebritos de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía han sustituido por otra obra lorquiana pero menor como es Bodas de sangre. A lo que iba: que cuando uno escucha Bernarda se acuerda de inmediato de aquella dominanta granadina que amargó la juventud enlutada a sus cinco hijas hasta que la menor de ellas, Adela, se reveló heroína rebelándose con una soga al cuello. Pero hay otra Bernarda, no sé si más grande pero sí más real: Bernarda de Utrera, cantaora flamenca. Es curioso que en la adaptación cinematográfica del drama de Federico que lleva a la pantalla Mario Camus sea su hermana, Fernanda, quien ponga voz musical a los títulos de crédito con una soleá como un cuadrito de tristeza pegaíto a la paré.


Bernarda Jiménez Peña, Bernarda de Utrera, nos dejó el pasado 28 de octubre para cantar bulerías en el cielo. Ella era la reina de este palo como su hermana lo fue de la soleá. Cuando en Utrera (Sevilla) se dice Bernarda, a nadie se le ocurre acordarse de la lorquiana, sino de esta emperadora del cante que con su cuerpecito menudo de tía chacha también sabía abrir el azogue de los espejos. Nació en marzo de 1927, el año de aquella maravillosa Generación y ha muerto con 82 años y una tímida discografía que le basta y le sobra para estar entre las más grandes. Toda su carrera estuvo reprimida por ese valor machista que le cortaba las alas a ciertas féminas en una era sobre la que habría que reflexionar mucho en torno al binomio flamenco y mujer. Tal represión, como ejercida desde la lejana magia de la maldición literaria de su nombre, por la otra Bernarda, no le ha impedido, desde luego, fosilizarse incluso en vida para la historia universal del flamenco como una voz imprescindible de su catálogo más selecto. Acompañada siempre por su hermana, que murió en 2006 y que había nacido cuatro años antes, no grabó su primer disco en solitario hasta el año 2000. Aquel álbum llevaba el significativo título de Ahora, adverbio que sólo fue posible por la enfermedad irreversible de su compañera del alma y de las calles utreranas.

Bernarda y Fernanda, cuya pareja de nombres siempre se ha mencionado al revés, habían sido niñas prodigio en el patio de su casa, que era sin duda
particularísimo, ágora sin par al que acudían consagrados sabios del cante tan sólo para escucharlas. Su padre, José el de Aurora, sin embargo, puso mil y un reparos cuando Edgar Neville requirió a sus niñas en 1952 para intervenir en la película Duendes y misterios del flamenco. Las niñas de Utrera participaron finalmente, tal vez porque en caso contrario hubiera habido que cambiar el título del filme. Tras su paso por la Feria Mundial de Nueva York, Manuela Vargas las llevó por medio mundo y los mejores guitarristas se peleaban por tocarles. Pero todo aquello se concentró fundamentalmente en la década de los sesenta. Después, Bernarda y su hermana se convirtieron en referentes flamencos sin demasiada juerga, ni humana ni financiera. Eran, sobre todo, dos nombres imprescindibles. Nada más, y nada menos.

Ahora que nos ha dejado Bernarda, esta otra Bernarda también por antonomasia, queda en el aire el regusto de su cante, el grito salvaje de su bulería clásica por haberse convertido en clase superior. Por tanto, tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, una utrerana tan clara, tan rica de aventura. Y yo hoy canto su torrente de oso con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por la campiña.

  • Este artículo lo publico asimismo en el nº 1.980 del semanario Cambio16.

miércoles, 28 de octubre de 2009

A vueltas con Camarón

José Monje Cruz (1950-1992) se convirtió en leyenda con su último suspiro. "Omaíta, ¿qué es lo que tengo?", dicen que dijo al amanecer de aquel funesto 2 de julio en el que entregó su espíritu al marasmo de afición bestial que ya había creado. Tras el escándalo de su multitudinario entierro en La Isla, sobrevinieron las camisetas, las barbas, la estela de porros y heroína que seguía dando coletazos, los imitadores y la bronca por la herencia de sus derechos. La Chispa y los De Lucía, a la gresca con el discreto encanto de los mass media. Ahora el tiempo ha pasado y nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, como dijo el poeta. Todo ha cambiado tanto, y sin embargo, la estampa de José, con su aire de gitanito desamparado pese al almíbar de su canto, no ha variado nada. Está tal cual. Por detrás del luto por el apagón de su voz y por la desaparición de aquel tímido flamenco, resuena imperecedero el compás que parecía serle innato, el timbre que tanto nos acaricia en ratos de desconsuelo y esas letras lorquianas que decía sin entender con exactitud y que de ese modo nos regalaban la medida exacta de la inexacta emoción poética. El menudo cantaor ha sido el más grande entre los grandes. Se lo llevó la enfermedad, y tal vez el vértigo de vivir para convertirse en mito. Hubiera sido preferible decir que se lo llevó el carajo, como hubiera sentenciado cualquier escritor del boom.


Al menos ha quedado para siempre memoria y prueba de su virtud más inolvidable: su voz, como ocurre con los poetas. José, que apenas había ido a la escuela, transformó en relámpago de emoción literaria la tradición juglaresca de encandilar a las masas con el poder de la oralidad. Sabía decir los cantes como nadie. Superó a sus maestros desde su constreñida posición en la silla de enea; a Sellés, al Loco de Camas, al Chaqueta, a La Perla, al Mellizo,... a toda esa parentela de célebres artistas que murieron a medio camino entre el anonimato y la miseria y de la que Camarón mamó la quintaesencia de lo que él entendió por flamenco de ley.

Este año, la inauguración del In-Edit Beefeater (festival de cine documental que ya lleva varias ediciones en Barcelona) será presidida por la figura del que fuera galardonado post mortem con la Llave de Oro del Cante, con el estreno mundial del documental Tiempo de Leyenda. Un documental sobre el disco de Camarón La Leyenda del Tiempo .

Ese disco (La Leyenda del Tiempo), producido en Sevilla por Ricardo Pachón al calor de una revolución flamenca que recorría las venas del pueblo gitano desde Las Tres Mil a Barcelona, salió a la luz el mismo año en que yo nací, 1979, y no sólo supuso la apertura del flamenco al gran público, sino el maridaje más elegante entre la poesía culta y el cante popular en un siglo XX que ya empezaba a parecerlo. Recuerdo que cuando en el instituto devoré los textos de Lorca y de toda la Generación del 27, nada me inspiraba más ni me producía más satisfacción y más interés por la Literatura que indagar en los poemas a través del prisma que me suponía la garganta solidaria de Camarón de la Isla cantando cosas como: "Mi niña se fue a la mar / a contar olas y chinas / pero se encontró de pronto / con el río de Sevilla"; o "El veiticinco de junio / le dijeron al Amargo / ya puedes cortar si gustas / las adelfas de tu patio".

Veré el documental, dirigido por José Sánchez-Montes, y ya daré mi veredicto personal. De entrada, aplaudo cualquier iniciativa para ensalzar este disco que es más que una leyenda.

domingo, 18 de octubre de 2009

Sobresaliente Cum Laude (por unanimidad)



Este pasado viernes defendí mi tesis doctoral en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Por fin. La tenía lista desde el pasado mes de mayo, como ya adelanté por aquí, pero la burocracia del Tercer Ciclo hace cierto ese refrán del palacio y la lentitud. Fueron más de dos horas intensas, con un debate intelectual entre un servidor doctorando y el tribunal, entre quienes se encontraban Rosario de Mateo Pérez, catedrática en la Autónoma de Barcelona; Francisco Esteve, catedrático en la Complutense de Madrid; María Jesús Casals Carro, catedrática en esa misma universidad; y José Álvarez Marcos y Antonio López Hidalgo, profesores míos durante la Licenciatura de Periodismo. Más o menos viejos conocidos. El almuerzo en Casa Modesto no hizo honor a su nombre. Por fortuna.


La tesis se titula El artículo periodístico de Joaquín Romero Murube como base fundamental de su obra. Ahora se convertirá en libro para quien quiera hincarle el diente.

Y ya soy doctor. Doctor en Periodismo. Sin ser médico, a mi gente le parece muy raro, pero todos están exultantes.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Muñoz Rojas, qué grande y qué cercano

Ha muerto José Antonio Muñoz Rojas, un poeta de Antequera (Málaga) al que le han faltado apenas diez días para ser centenario. Últimamente se nos están yendo tantos sabios centenarios a los que descubrimos hace apenas unos días, unos años, porque un premio nada oficioso sino muy oficialista los puso de moda...


Desde el 10 de octubre de 1909 en que naciera, este poeta antequerano, poeta de la Rosa, de lo cotidiano, de las esencias del 27 y el drama trágico del 36, se ha desgranado grano a grano, pétalo a pétalo, verso a verso. Apenas nos lo nombraron en la escuela. Nosotros lo descubrimos charlando con la gente a la que le gusta la poesía. El descubrimiento de su poética que a él le hubiera gustado, por supuesto.

Premio Nacional de Poesía en 1998, los grandes reconocimientos le llegaron tarde, pero aguantó para sobrevivirlos, ya lo creo que aguantó. Y eso que en los últimos tiempos sólo esperaba la muerte, como le confesó a su amigo Juan Benítez hace sólo unas semanas. Juan Benítez insiste en que no padecía ningún mal físico; simplemente estaba harto de vivir. Muñoz Rojas venía de vuelta del vivir y es posible que esa circunstancia lo hastiara hasta tal punto. No es extraño en un poeta que transita por Antonio Machado y la Vanguardia; que, enamorado eternamente de la poesía inglesa, fuera traductor de John Donne, del romántico Wordsworth y hasta de T. S. Eliot; y que, con Cantos a Rosa en 1954, cerrara la etapa que podríamos considerar del optimismo. Ese mismo año, con Pueblo Lejano, cerró su herida del pasado mi paisano Joaquín Romero Murube, quien, muchos años antes y desde Sevilla, había acogido a Muñoz Rojas en las páginas de la revista Mediodía, aquella cala sureña de la Generación del 27. El ahora fallecido lo recordará en su libro de memorias, muy recomendable, La gran musaraña.

De la poesía de Muñoz Rojas soy capaz de recomendar fervientemente sus Sonetos de amor por un autor indiferente (1942) y Consolaciones (1955-1965). Fíjense qué manera de tener clara su función (su oficio) en el mundo:

Me dicen que os diga

Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien quiere mirarse, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
"a mí me pasó algo semejante".
Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por el cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.


jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Lo recibirá también Zapatero?



Manuel Romero, autónomo dedicado a la construcción afincado en Chiclana de la Frontera (Cádiz), emprendió el pasado 5 de agosto un periplo insólito entre la gente de su sector: una caminata desde su pueblo a Madrid para pedirle al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que modifique las leyes que considere para que él y los suyos, es decir, los casi tres millones de autónomos que hay en España, tengan al menos la posibilidad de sobrevivir a sus deudas si tienen la mala suerte de embarrarse en ellas. La gesta suponía recorrer a pie, cual devoto peregrino, la friolera de 650 kilómetros.

Lo ha conseguido. El 9 de septiembre llegó a la puerta del Congreso de los Diputados y se sorprendió de que los leones fueran iguales que en la tele. Tras varias gestiones con la Asociación de Autónomos Andaluces, logró ser recibido por la portavoz del PP en la Cámara Baja, Yolanda Sáenz de Santamaría, y por un diputado de CiU, Carles Campuzano. A partir de entonces, llegaron otras promesas y otras entrevistas con políticos más relevantes: Gaspar Llamazares, de IU, y, precisamente hoy, Mariano Rajoy, el líder de la oposición, a la sazón jefe del PP. Todos le han dicho que sí, que tiene más razón que un santo, que los autónomos están maltratados desde el punto de vista fiscal y que no hay derecho a que los acuerdos de concertación social no cuenten con la opinión o el parecer de estos profesionales que se lo guisan y se lo comen como Juan Palomo, con menos ayudas que nadie.

La semana que viene vendrán más entrevistas con líderes políticos, mientras su deuda crece salvaje e imparable, con un sistema que en nada ampara a los que, como él, no pueden hacer ERES ni cobrar el paro ni decir yo no tengo nada que ver con ésto, sino apechugar y ver cómo sus hijos heredan sus errores y desgracias.

Al principio del camino, Manuel tenía una meta: La Moncloa, porque allí mora el presidente del Gobierno. Ni Zapatero ni nadie del PSOE (al menos relevante) han dicho esta boca es mía. Está muy bien el apoyo de los demás pero, hoy por hoy, en España manda el PSOE y no estaría de más que alguno de ellos, de los Zerolos, Pajines o Blancos de la primera plana, se tomara un café con este hombre. Al menos un cafelito.

martes, 15 de septiembre de 2009

Ya soy papá

Aún no me lo ha dicho, porque nació el pasado 3 de septiembre y sólo mantengo de él su olor profundo de recental recién bañadito, con las cremitas que su mamá le pone, la ropita que le sobra, la leche que rebosa por su boquita de rosa... Pero ya me resuena por adelantado, en lo más profundo de mí: "Papá, papaíto". Lo vi salir de las entrañas de su madre hace doce días, con sus manitas equilibrantes, su ceño fruncido –como el mío– y su llanto de gatito recién llegado a un mundo que le aplaude sin que él sepa por qué. Le corté el cordón umbilical que lo unía a aquel mundo placentero (de placenta). Hoy se le ha caído, reseco en este otro mundo en el que ya no es preciso porque le dedicamos todas las horas del día y de la noche a que no le falte ni gloria. Mama mejor y llora menos cuando lo bañamos. Abre más los ojos y a cada rato nos despista con el parecido. Se parece a sí mismo.

Llevamos casi dos semanas apartados del mundanal ruido. Todo importa muchísimo menos. Nunca imaginé que Jaime iba a influir tan decisivamente en nuestras vidas. Basta una mirada suya para dejar lo demás para luego.

La felicidad era esto. Y estaba tan cerca.

sábado, 29 de agosto de 2009

El Quijote de los autónomos

Del pasado 8 de agosto, tenéis ahí abajo una entrada en la que me hice eco de la reivindicación de un autónomo constructor de Chiclana de la Frontera (Cádiz) llamado Manuel Romero porque emprendía la hazaña de ir andando hasta el palacio de La Moncloa y hablar con Zapatero de la crítica situación de su sector, el de los autónomos. Sólo así podía llamar la atención de los medios de comunicación y, por ende, de los políticos para que al llegar a Madrid tuviera un nombre y no le dieran con las puertas en las narices. Hablé con él y publiqué su historia en El Correo de Andalucía cuando pasaba por aquí, por la provincia de Sevilla. Una semana más tarde lo llamé por teléfono y andaba por La Carlota, un pueblo de Córdoba. Hoy mismo ha dictado una carta desde un pueblo de Ciudad Real para que alguien se la escribiese en los comentarios de aquella entrada. La subo aquí por su valor reivindicativo. La copio literalmente:

"Soy Manuel Romero, algunos medios me han bautizado como el chiclanero o el quijote de los autónomos. Salí de Chiclana el 5 de agosto hacia Madrid, me encuentro ahora mismo a la altura de Valdepeñas. Escribo esta carta para todo aquel que le interese y en especial para el colectivo de autónomos. Anoche vi en un telediario que en la primera quincena de septiembre se vuelve a reunir el gobierno, patronal y el sindicato; como siempre el colectivo de autónmos se queda fuera de toda negociación. Nos regimos por las leyes de los años 70 y para colmo nuestro gobierno subirá los impuestos, supongo que será para derrivar a los pocos que quedan en pie. Por eso desde aquí os pido que en cada pueblo, ciudad o rincón de España os manifestéis pacíficamente, por nuestros derechos.

Un saludo.

Manuel Romero Gómez

Valdepeñas, 29 de Agosto de 2009

carta redactada por telefono".

viernes, 28 de agosto de 2009

política con minúsculas

Alejadísimos del concepto Política que emana de aquella polis griega en la que este ejercicio público se emparentaba con la res de todos, la res-pública, ahora vemos a los políticos de andar por casa como profesionales de lo que son, como otros señores valen para cirujanos, mecánicos o peluqueros. El antiguo concepto se nos antoja no ya como el resabío nostálgico de aquella carga de responsabilidad de lo común, sino como el retrato carca de algo imposible de recuperar, acostumbrados como estamos a esta pérdida de valores en cuya cúspide asoma la reflexión de que quien anda con miel y no se chupa los dedos es rematadamente tonto. De este estadío del político como profesional que tanto chirría con el noble principio que impulsa el oficio hemos llegado incluso al de profesional incompetente, pues al menos un profesional en condiciones resolvería problemas y no marearía la perdiz a diario con el exclusivo propósito de mantenerse firme en el sillón de mando. Y esta crítica a los políticos es general, pues no podemos focalizar sólo a los irresponsables que ostentan el poder, sino también a los que aspiran a ostentarlo, es decir, a la oposición, tan sólo preocupada por conseguir la vara de mando.

Cualquier sociedad mínimamente responsable y preocupada seriamente por la galopante crisis que nos acecha tendría en sus políticos (tanto los que gobiernan como los que aspiran a hacerlo) a unos creativos de riqueza para la imprescindible recuperación, y no a un grupo de madamases sin preparación que se obstinan cada día en inventar ayudas sine die para las personas que han tenido la desgracia de caer en paro. Si ahora damos 420 euros a los que perdieron su paro y dentro de seis meses volvemos a hacerlo, como ya se hizo, por cierto, hace un año, la rueda de la fortuna del Estado se convertirá en un bucle sin sentido capaz de arruinar al Arca de Noé. Eso que nos enseñaban con respecto a los negritos de África de que era mejor enseñarles a pescar que darles un pez podríamos aplicárnoslo ahora a nosotros mismos, en nuestro país y con nuestros parados. Un gobierno responsable (y una oposición que aspire a gobernar) no pueden limitarse a discutir sobre la cantidad que se va a dar a quienes hayan perdido su prestación por desempleo, sino a idear fórmulas productivas para que la maquinaria del capitalismo (la única que conocemos con capacidad generativa) no se atasque. Tantos técnicos que pululan por las administraciones... ¿a ninguno se les ha ocurrido otro plan que el de las obras pueblo por pueblo? Todos hemos visto obras innecesarias, cuyo objetivo es sólo el de dar trabajo durante diez, veinte días al parado de turno, que lo agradecerá evidentemente como agua de mayo pero que se preguntará con la misma evidencia: ¿y luego qué? Pan para hoy y hambre para mañana.

La Política con mayúsculas debería delegar muchísimo más en la aristocracia profesional, es decir, en los expertos de veras para que éstos buscasen salidas alternativas, fórmulas distintas que no sean otra vez la del ladrillo, para sacarnos de esta crisis en espiral. Como siempre, habrá que bucear en la demanda del mercado para encontrar qué podemos ofrecer. Si no hay demandas, habrá que inventarlas. El mercado publicitario hace tiempo que lo aprendió.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Soflama de tanto cuerno a estas alturas


Cada verano, tan cíclico como los cuarenta grados de los que siempre nos sorprendemos, aparece el rojo sangre que derraman los cuernos de toros y cabestros por toda esta geografía que a algunos nos duele de diferente manera. La España roja ha de ser entendida bajo distintos prismas de ideología, y hay daltónicos incluso del alma que ni eso. Esta sangre derramada, hasta por menores de edad, sacrificados para mayor gloria de estas fiestas rancias de la España más granate, exasperan a cualquiera que aspire a una España que no embista. Pero es lo que hay, lo que muge o lo que nos echan por la tele. Tal vez porque la imagen manda y no la palabra.

Desde las carreras bárbaras de San Fermín que TVE se ha encargado de vender tan modernamente con sus cuchifletas publicitarias hasta los últimos astados negros del veranillo de San Miguel, nuestro tórrido verano se encharca de sangre de despistados, resbalados, deslizados, caídos y atolondrados a los que la masa embiste antes que la fiera. La reacción de cada tragedia de usar y tirar es de chiste macabro: consternación momentánea, pena penita pena y otra vez a las faenas. Que cada muerto aguante su entierro. Como mucho, algún político curándose en salud al declarar a los cuatro vientos que todos los dispositivos de seguridad funcionaban como dios mandaba. Los toros pinchan, desgarran y matan pero aquí no pasa nada. El negocio es el negocio y la tradición, la tradición. Abajo la cultura y la evolución.

¿Quién puede explicarse que en un país de los más desarrollados del mundo mundial, en pleno siglo XXI, siga existiendo un vacío legal en cuanto a la asistencia de menores a estos espectáculos que Goya volvería a pintar como caprichos de la negritud y Belmonte contemplaría con bobalicona sonrisa de sorprendido por el permanente apego a la cornamenta de sus paisanos? Al parecer, cualquiera de nuestros gobernantes, que no dicen nunca esta boca es mía, temerosos de molestar a esa masa que corre sobre la barbarie porque es la misma masa que vota. La clase política no sabe aún que nuestra masa es ya una masa fragmentada y que hay gente pa tó, como dijo el torero. Y si lo sabe, hace como que no, para no perder un voto por el camino, ahora que la abstención hace tanto de las suyas y el modelo pide a gritos un cambio sustancial.

Sólo en una sociedad que continúa equiparando al matador con el héroe se entienden estos usos de muertes inútiles sin que ocurra nada ni nadie salga con una pancarta. El arte de pasarse al toro por el forro de la chaqueta, o de la muleta, es un arte de gran prestigio entre quienes entienden todavía el concepto de arte no sólo como creación, sino también como destrucción; entre quienes viven de tal cuento falsamente romántico; y entre quienes, sin entender nada de nada, se disfrazan de torerillos silvestres con ropa de marca para subir por su estrecha escala social lo que no pueden subir de otros modos arribistas. El humanismo queda tan lejos...

Más allá de que la ley de protección de animales debería abandonar sus hipócritas excepciones, incluidos los tratos que todo bicho cornudo recibe en lo más oscuro de los pueblos y ciudades a los que, a su pesar, hace tiempo que llega el wifi, el escándalo de estas muertes sucesivas sin consecuencia penal necesita de una revolución educativa sin paliativos, que doblegue a tanto resentido envalentonado contra el toro lo que no puede contra el jefe. Sólo una mirada ecológica en el más amplio sentido podrá liberarnos de estos charcos de sangre veraniegos.

  • Este artículo lo publico también en el nº 1.970 del semanario Cambio16.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Morenatti


Me enteré de la noticia esta mañana en la SER y me quedé frío, congelado con el pijama aún y la tostada en la mano. Emilio Morenatti ha sido alcanzado por una bomba en Afganistán junto a otro colega indonesio mientras trabajaba empotrado con un contingente de soldados estadounidenses. Morenatti trabaja para la agencia AP desde que pidió en 2003 una excedencia en EFE de Sevilla para ampliar el panorama que recoge tan certera y artísticamente el objetivo de su cámara. Maño de nacimiento, hijo de un policía, se ha criado de toda la vida en Jerez de la Frontera (Cádiz), ha trabajado primero en medios más modestos y luego en grandes agencias de fotografía, oficio en el que se volcó apasionadamente desde que se iniciara en él de forma autodidacta a los 19 años. Llegó a Sevilla para la Expo'92 y ya se quedó durante muchos años. Yo lo conocí en una rueda de prensa de no recuerdo qué. Me llamaron la atención sus movimientos imposibles delante del gachó que daba la charla. Como yo era un novato total (estoy hablando del año 2000 o 1999 como mucho), me quedaba parapetado en mi silla escuchando y me parecía de una valentía inimaginable moverme como pez en el agua en aquella sala mientras hablaba el presidente de no sé qué o cualquier político de turno. Todavía no me había sentenciado Nicolás García Becerra con aquella fórmula que no se me ha olvidado ya: "Acuérdate de que cuando pase cierto tiempo, tú ya no estarás ahí, pero yo seguiré haciendo mi trabajo". Era la frase-bala que Nico tenía preparada para cuando los politiquillos daban mucho la vara.

El caso es que relaciono a Morenatti con esas primeras imágenes que guardo en mi memoria de ruedas de prensa de aquella época. El tipo era simpático y guapo, y hablaba con todo el mundo. Se notaba que ya era popular entre la canallesca. Cuando me enteré en 2006 de que había sido secuestrado en Gaza me dio un salto el corazón. Como esta mañana.

Luego me ha dado una rabia enorme saber que ha perdido un pie, según dicen los medios de comunicación. Hay una foto de cuando fue liberado de aquel secuestro y llegó a Jerez en la que su madre (que es la Morenatti; su padre es Fernández y él ha asumido el apellido materno como apelativo artístico) le da un beso bajo un paraguas. La instantánea se me repite ahora imaginando el futuro inmediato de este héroe del periodismo actual, que se juega el pellejo cada minuto para que nosotros nos asombremos con fotos como éstas, que me permito enseñar aquí como prueba de su grandeza. Viva Morenatti.



sábado, 8 de agosto de 2009

Autónomo y peregrino


Se llama Manolo Romero, tiene 49 años, una mujer, una hija y un negocio de la construcción muerto pero insepulto desde hace más de un año. Debe 73.000 euros pero a él le deben 88.000. Esta última cifra da igual. La importante es la primera, que se reproduce sin piedad cada día que pasa, fertilizada por los recargos que, como a todo autónomo, no dejan que la criatura (ni Manolo ni su empresa) tengan un rato de desahogo.

El caso sería uno más de entre los miles que asolan este país desde que esta crisis galopante empezara a dar sus terribles coletazos. Pero ha saltado a los medios de comunicación, y yo lo saco dentro de unas horas en El Correo de Andalucía por la inusitada hazaña que Manolo ha emprendido: ir andando desde Chiclana de la Frontera (Cádiz) hasta el palacio de La Moncloa, en Madrid, para hablar cara a cara con Zapatero y pedirle soluciones para el sector. El de los autónomos es un sector especialmente maltratado, más aún en los tiempos que corren: no tienen derecho a paro, apenas reciben subvenciones y, lo peor, no están en la preocupada retina del Gobierno para alcanzar el afamado diálogo social, que es cosa exclusiva de empresarios fuertes y sindicatos, fuertes también.

Esta tarde entrevisté a Manolo en la venta El Paisano, a medio camino entre El Cuervo y Los Palacios (Sevilla). Concertamos la cita en un kilómetro concreto de la Nacional IV, por cuyo arcén me lo encontré luego como un peregrino antiguo o como un maleante de la actualidad: barba, sombrero, mochila, bastón. Creo que no hubiera frenado si me llega a hacer auto-stop en otras circunstancias. Después, en la conversación, descubrí a un tipo valiente, que de perdido al río, con gran dosis de sentido común. Le quedan casi 600 kilómetros para llegar a la capital del reino, pero tiene la esperanza intacta. Lo que más me sorprende es que los tres millones de autónomos que hay en nuestro país no salgan a acompañarlo, contrariados contra el Gobierno por un sistema que los condena a un laberinto sin solución en crisis como ésta.

Manolo quiere hablar con José Luis de hombre a hombre. Y con Mariano. A ver con qué cara lo reciben.

viernes, 31 de julio de 2009

Cometas contra bombas



La iniciativa tiene tal carga metafórica que a uno se le inundan los ojos de lágrimas. Los niños de la Franja de Gaza, en Palestina, han intentado un récord maravilloso: el de llenar su cielo de cometas de colores. Testigos presenciales afirman que lo han conseguido, pero no hay juez del Libro Guinness de los Récords que lo confirme, dadas las restricciones para entrar en la Franja, de modo que el récord no es oficial. Los observadores dan la cifra de 3.000 cometas volando en el aire simultáneamente, lo cual deja muy lejos el récord oficial de esta índole, conseguido al parecer en Alemania el año pasado.

Tres mil cometas como tres mil esperanzas. Seguramente habría más, porque eran casi 6.000 los niños palestinos que lanzaron sus esperanzas caseras al firmamento para que volasen libres. Las echaron a volar en la playa de Beit Lahiya. Las habían fabricado ellos mismos, con toda la ilusión que jamás podrá tener uno de nuestros niños frente a su play. Y, sin embargo, no había juez que verificase la hazaña. Por fortuna hay una foto de la agencia Reuters (esa que ven) que puede aproximarse a la imagen que han grabado en sus corazones estos chiquillos testigos de una matanza de 1.500 compatriotas sólo entre enero y febrero de este año tras una ofensiva israelí.

Yo siempre quise volar cometas en la playa. Pero nunca me puse. Ahora prometo hacerlo cuando tenga a mi hijo.

sábado, 25 de julio de 2009

El novelista David Trueba


David Trueba, director de cine y guionista, ha ganado este año el Premio de la Crítica con su tercera y última novela, Saber perder, de la que ya apunté por aquí hace unos días que la leía con el interés de un libro poblado de perdedores reales, es decir, de antihéroes de la actualidad. Ya la he terminado y se me ha quedado un sabor agridulce en la retina y en el pecho, después de transitar por ese paréntesis vital que Trueba ofrece de cuatro o cinco personajes ajustados al molde intransigente del mundo de hoy, con todas sus miserias cruelmente expuestas. Como su cine, también su novelística está nutrida de personajes paradigmáticos en cuyo vaciado cabrían muchas personas que pululan por tu barrio o por tu televisión. Creo que ése es el mayor mérito de Saber perder, que constantemente tiene uno la sensación de reconocer en ciertos personajes secundarios y anécdotas varias realidades concretas de la semana pasada.

La novela pivota sobre cuatro personajes principales relacionados de la siguiente manera: Sylvia es una adolescente prematuramente decepcionada con su estrecho círculo vital y es hija de Lorenzo, fracasado cuarentón al que su mujer abandona por un ejecutivo de éxito y al que persigue la conciencia fatal de un asesinato irresoluto. El abuelo de Sylvia y padre de Lorenzo, a su vez, es Leandro, un viejo encerrado en el último torbellino de la enfermedad terminal de su esposa y la llamarada autodestructiva del sexo viciado. Al margen de esta familia, está Ariel Burano, argentino recién llegado y estrella del fútbol que juega en un equipo de Madrid y que, por accidente, conoce a Sylvia para hacerla saltar de invitada a un mundo paralelo y vacío, lleno de excentricidades al lado mismo de la afición aborregada que todos conocemos.

Estos cuatro personajes activan a otros cuantos en una novela que, como el cine, va ofreciéndonos alternativamente secuencias en la vida de todos ellos, sin pretensiones redentoras ni finales alucinantes, sino como notaria literaria de un fragmento al azar, representativo de la incomunicación que sufre el ser humano postmoderno en el que, más o menos, cualquiera de nosotros se ha convertido ya.

Saber perder nos ofrece lecciones sin moralina acerca del amor, la amistad, el matrimonio, la televisión, el fútbol, la publicidad, la inmigración, el mercado laboral, la educación, el sexo, el arte, la vejez, la culpa, la religión, el periodismo y la trascendencia a corto plazo que toda persona busca incansablemente, a pesar de tantos pesares, en este mundo ramplón pero irrepetible para cada cual. Recomiendo la novela, que se lee bien a pesar de su más de 500 páginas, pero con un purgante o cáscara sobre nuestras sensibilidades. Absténganse, pues, quienes pasen por una mala racha.

miércoles, 22 de julio de 2009

Juan Peña, profeta en Lebrija


De El Lebrijano, cantaor flamenco abierto donde los haya, guardo un difuso recuerdo de mi infancia entre la magia de las casetes que guardaba mi padre en el mueble-bar y la coincidencia de que toda su ascendencia, la de mi abuelo paterno, provenía del histórico pueblo en el que también naciera Elio Antonio, el padre de nuestra gramática española: Nebrixa, en el remoto castellano. Tal vez fueron las galeras, ese palo de remo castigado que inventó romanceado para su disco más célebre y vehemente, Persecución (1976), lo primero que oí de su voz redonda y febril. Luego, no recuerdo cuándo, me familiaricé con el disco completo, con las letras de Félix Grande, con el drama histórico del pueblo gitano desde el comienzo de su eterna condición errante allá por la Baja Edad Media, con esos sonidos mezclados y espíritu andalusí... y continué degustando su obra con Reencuentro (1983), Casablanca (1998) o los más recientes Yo me llamo Juan (2003) o el garciamarquiano Cuando Lebrijano canta, se moja el agua (2008). Opiné en los últimos años que Juan Peña Fernández, como cantaor, estaba prácticamente acabado, y no sé si debería mantener el juicio, porque la emoción le hace a uno perder objetividad. Y ya se sabe que esa furcia periodística ni siquiera existe.

Ayer me volví a emocionar al encontrarme con él en el Ayuntamiento de su pueblo. Más viejo, más delgado, pero con la dignidad intacta de un gitano rubio que puede mirar de frente a quien se le ponga por delante. Le concedían, por unanimidad, el título de Hijo Predilecto de la ciudad de Lebrija, seguramente la distinción más difícil de conseguir para quien ha llevado su cante y el nombre de su pueblo por los cinco continentes a lo largo y ancho de medio siglo. Volver a que te reconozcan por fin tiene un valor de desmedida proeza.

Mientras lo miraba y lo fotografiaba para la crónica que hoy publico en
El Correo de Andalucía (http://www.correoandalucia.com/cultura.htm), me acordaba de la primera vez que hablé con él: correría el verano del año 2001. Yo trabajaba en el Chipiona Información y, aunque aquel quincenal estaba acostumbrado a rellenarse a base de teletipos maltrechos, yo aterricé en su redacción con la firme ilusión de convertirlo en un periódico local interesante. De modo que buscaba siempre la forma de incluir en él entrevistas con todas las personalidades del folklore que veraneaban medio anónimas en aquella playa multitudinaria. Y ocurrió así: cuando salía yo mismo de la playa en un día de descanso, oí que alguien decía a la altura de las duchas de enjuague: 'Mira, ése es El Lebrijano'. Era cierto. Al mirarlo, me percaté de sus profundísimos ojos azules bajo su cetrina piel dorada, empapadísimo como un pollito. Entonces, sin soltar la hamaca ni la sombrilla me acerqué a él y, ni corto ni perezoso, le propuse allí mismo la entrevista para mi periódico local. Él me contestó que sí mientras se echaba agua fresca en los pies, con una cola de domingueros esperándolo. Y yo me marché contento de tener ya a un personaje para la próxima edición. Creo recordar que lo entrevisté en un hotel de Chipiona. Casi dos años después, lo volví a entrevistar en la Plaza del Cabildo de Sanlúcar de Barrameda, cuando yo era ya redactor jefe de aquel otro periódico que era un semanario sabatino y él acababa de grabar un disco titulado Sueños en el aire que se presentó en La Merced. De aquella segunda entrevista recuerdo más pericia por mi parte y más sinceridad por la suya. Hablamos de lo humano y lo divino, de cante antiguo y cante moderno, de la literatura, de la vida y hasta de su coqueteo con las drogas, hasta que su mujer, Pilar, vino a recogerlo. Recuerdo que ella tenía el pelo negro, y no rubio como anoche, cuando se acercó a la presidencia del salón de plenos lebrijano a recoger un ramo de rosas bajo el tópico de que detrás de todo gran hombre hay siempre una gran mujer.

Anoche me alegré de volver a escribir de
El Lebrijano porque me sentía testigo directo de una justicia histórica. No era justo que este artista nada endogámico no fuera Hijo Predilecto de su pueblo, sobre todo cuando jovencísimos artistas de nuevo cuño, como el cineasta Benito Zambrano, ya lo son. No es que me parezca mal lo de Zambrano, pero todo debería tener un orden y el puesto de Juan Peña en la Historia, también en la de su pueblo, hacía décadas que palpitaba por ser señalado.

lunes, 20 de julio de 2009

La violinista de Valencia

En Valencia capital, patria chica del petardeo musical, de las fallas melódicas y las tracas armónicas, el Ayuntamiento que preside Rita Barberá ha multado con 700 euros a una mujer que hacía ruido en la calle con un violín. Lo tocaba; interpretaba partituras sin autorización en mitad de la rúa, pero está visto que las interpretaciones sonoras cambian en el reino mimado de la trama Gürtel, pues entre ruido y música hay una relación nada clara que algunos, como es obvio, confunden dramáticamente. No se puede tocar el violín así como así, sin licencia comprada o sacada, sin caja B, sin contratos o amistades. Qué se creía esta mujer.

El asunto tendría su gracia en otras circunstancias, pero hablamos de Valencia, de multas y de arte callejero, que son cosas demasiado serias. Por la capital mediterránea y buena parte de su comunidad se han filtrado las dádivas más sonoras –pues suenan mucho aunque no bien– del llamado 'caso Gürtel', que traducido del alemán significaría 'caso Correa'. No sabe uno si el interés de los investigadores de Garzón por la fonética alemana se debe a la necesidad de tapar el apellido sin culpa del empresario Francisco o a una asociación inconsciente entre la dureza de las acusaciones y el acento germano. El caso es que el caso Correa o Gürtel, sostenido sobre muchos miles de euros sin destino limpio, sigue sin resolver después de que la investigación se abriera en febrero de 2009, el mismo mes en que la violinista de Valencia fue pillada haciendo ruido en plena calle. Es natural la rapidez de la multa contra la violinista si se tiene en cuenta, en cambio, la silenciosa tarea de los gürtelianos, que han actuado siempre sin banda sonora y de puertas para adentro.

Está claro que Valencia vive un segundo Renacimiento. La multa a esa violinista sin licencia, que sería calderilla para los gürtelianos, lo confirma a la luz de la historia de nuestro Mediterráneo sinfónico. Cuando en el primer Renacimiento había trovadores italianos que tocaban el violín, la exquisita créme de la créme se revolvía contra el instrumento y su sonido. El benjamín de la familia de las cuerdas no contaba con el más mínimo prestigio. Y hubo que esperar al Barroco para que algún iluminado como Claudio Monteverdi descubriera en el violín todas las posibilidades de sus calidades sonoras. Tantas encuentra, que lo usa para complementar las voces corales en su célebre ópera Orfeo, en 1607. A partir de entonces, el prestigio del violín empezó a crecer, paralelo y simultáneo a las oscuridades del Barroco. Quattrocentos años después, y con la pátina de luz que Sorolla regaló a su tierra, el Ayuntamiento valenciano se muestra alérgico a esas oscuridades violinísticas y entusiasta, en cambio, con las claridades sonoras de sus petardos; de sus explosivos, quiere uno decir. Así que la multa de 700 euros corta me parece. Por aquí las multas a quienes incordian la melodía feliz del bienestar siempre suman más ceros.

  • Este artículo aparece asimismo en el nº 1.967 del semanario Cambio16.

lunes, 13 de julio de 2009

Panegírico de la talega y la papa


Ha empezado la cuenta atrás contra la bolsa de plástico. En 2006 se habló del tema, de la nube plástica que cada ciudadano forma en su cocina cuando llega de hacer la compra mensual, del coste ecológico de cada plástico y de la factura mediambiental que les espera a las futuras generaciones, pero la bronca se la llevó el viento, zizagueando por los basureros morales de las empresas que se dedican en nuestro país a hacer bolsas de plástico. Un negocio al que cuesta 12 euros cada millar de bolsas, de media. España es precisamente el primer productor europeo de estas bolsas que tan alegremente nos ofrecen en el súper, con autopubli pintada. Si uno llena el carro hasta arriba, necesita más de una docena de bolsas para traer la compra en el coche. Y he dicho uno, no el centenar de clientes que puede acompañarlo a uno cada vez que hace su tourné por las calles de esa ciudadela de la alimentación, el consumismo y el caprichito. Ya han ajustado las cifras: España genera 10.500 millones de estas bolsas volanderas al año; y cada español usa una media de 238. La inmensa mayoría de ellas terminan asfixiando tortugas marinas o contaminando el campo durante un siglo. No sirven para otra cosa, pues ni siquiera se ajustan al cubo de la basura.

Irlanda experimentó la reducción de su consumo hace unos años cobrando 15 céntimos de euro por cada una, cinco veces más de lo que cobra hoy la cadena Dia. La medida hizo que descendiera su uso hasta en un 90%, lo cual pareció un logro radical. Sin embargo, la utilización de las bolsitas volvió a aumentar en cuanto se acostumbraron los bolsillos, que a todo se acostumbran. Así que las voces ecologistas, cada vez más atronadoras, han conseguido que por fin se conciencien gobiernos, ciudadanos y hasta empresas. Una de ellas, viéndolas venir, ha dado con lo que parece ser la tecla: bolsas de almidón de patata. Ya las utilizan, por ejemplo, en Alcampo. Al parecer, una vez en la basura se degradan por completo en tres meses. Nuestro gobierno tiene ya en su poder el borrador de un plan que pretende aniquilar la bolsa de plástico de la faz de España antes de 2011. O sea, ya.

Como parece que el odio a la bolsita no tiene marcha atrás, a uno se le ocurre proponer, para las compras no masivas, reivindicar la memoria de la histórica talega que no sólo sirve para el pan. La talega. El vocablo procede del árabe y tanto su significante como su significado han sido aprehendidos por nuestros abuelos con toda la gracia del buen yantar, hasta el punto de que la talega ha conseguido la digna metonimización de provisión de víveres. Era fundamental para los antiguos jornaleros del sol a sol llevar la talega, aunque algunos la trajesen intacta para el regocijo de sus churumbeles al atardecer. Cosas del hambre.

Las abuelas de antes, incluida la mía, tenían por lo general un par de talegas: una pasiva, para el pan de retén en casa y otra activa, más decentita para la compra. Yo vi a la mía remendarlas en su máquina Singer. Ahora que asistimos a otro relumbrón estético del Cuéntame no estaría de más que nos hiciésemos con una talega para la compra diaria. Para la del mes, ya vendrá en nuestro auxilio el almidón de patata. Ya revolucionó la alimentación en los Siglos de Oro como contenido, cuando desembarcó de allende el Atlántico. Ahora la volverá a revolucionar como continente. Dios bendiga a la papa.

  • Este artículo aparece asimismo en el nº 1.964 del semanario Cambio16

domingo, 12 de julio de 2009

Poemas del tiempo

Aunque todavía no me lo creo, me he refrenado el ritmo de trabajo y ando viviendo desde hace días un verano como el de la gente con vacaciones, aburguesada y lenta, con desayunos sin prisas y largas horas con pijama. Esto me está permitiendo leer, en el sofá de casa o frente al mar, dependiendo de donde me arrastre el oleaje suave de este estado sabatino. Tras haber terminado la biografía novelada de Juan Belmonte que comenté aquí hará un mes –el resto no me ha defraudado, todo lo contrario– he seguido con novelas de autores más o menos actuales, como Saber perder, del cineasta reconvertido en escritor David Trueba, que publica Anagrama. Me está gustando, tal vez porque es una de esas novelas de personajes entrelazados en las que uno puede recrearse también en el lenguaje y no sólo en las mil hazañas que se cuentan en una página como acostumbran algunos best sellers insufribles. Pero lo que más me ha sorprendido ha sido el descubrimiento de un autor que conocía como columnista de periódicos pero no como maestro de la poesía: el malagueño Manuel Alcántara (1928). Este malagueño de toda la vida ha escrito, y no exagero, casi 20.000 artículos y columnas periodísticos y desde hace años lo sigo de vez en cuando en el grupo Joly (Diario de Sevilla y sus derivados). Lo que nunca imaginé es que fuera al mismo tiempo un poeta machadiano de los que se entiende a sí mismo en el verso conciso y sabio que escribe para sí y para los demás, para que todos nos entendamos mejor. Tengo una antología suya que recoge lo mejor de su producción poética de entre los años 1955 y 2004. De lo que he leído, me apetece compartir con los lectores de este blog este "Soneto para pedir tiempo al tiempo":

El tiempo es un camino para andarme.
(No te engañes. Morir, ay, para ver. Te
quedarás solo, a solas con tu suerte).
Yo me he echado a morir para vengarme.

Porque sé que no debo entusiasmarme
con cosas que se acaban en la muerte,
estoy soñando. Cuando me despierte,
no sé si habré hecho bien en despartarme.

El tiempo, con su escaso presupuesto,
se nos va a cada paso, mientras arde
como una rama seca todo esto.

Siempre un reloj aprieta, nos ahoga,
nos coge por el cuello un día y tarde
o temprano nos cuelga de una soga.


Este poema, de sorprendente madurez, está incluido en su segundo poemario, El embarcadero, de 1958. Tenía entonces Alcántara sólo 30 años. Curiosamente, los que voy a cumplir yo a la vuelta del estío. A mí, sin embargo, no me parecen pocos.

domingo, 21 de junio de 2009

La fórmula del éxito


Hay quienes tienen una desgraciada fijación en empezar la casa por el tejado y en creer que las lujosas mansiones que ven a su alrededor han conseguido su halo mágico con un par de cortinas y una baranda en la puerta. Y esto es porque la frivolidad y la cultura del no esfuerzo imperantes han hecho trizas la antigua percepción que teníamos de la progresión y la voluntad diaria. Los adolescentes de hoy en día, cuya edad se alarga inexplicable e inquietatamente hasta más allá de los treintaytantos, ven sólo los productos finales del capitalista mercado del espectáculo pero no las estrategias, medios, casualidades y trabajos sin fin que hubieron de pasar para convertirse en tales. Un ejemplo que ilustra esto que digo es el galáctico futbolista Cristiano Ronaldo y la pasión que levanta en las masas, hasta el punto de costar en el mercado 94 millones de euros. Lo ha pagado el Real Madrid, y mientras para unos hipócritas moralizantes supone el colmo de la desvergüenza en los tiempos que corren, para otros ha contribuido a engrandecer el mito del chulo con pendiente que es este niño salido de una chabola de la portuguesa isla de Madeira. El club con más necesidad de restablecer su imagen vapuleada por el eterno rival catalán ha pagado tal cantidad de euros porque espera firmemente recuperarla con creces, de modo que en un sistema capitalista como en el que nos seguimos moviendo no hay cantidad desproporcionada si genera una cantidad mayor. El riesgo de perderlo todo es el clásico riesgo de este clásico sistema. Por otro lado, el mito se engrandece para los boquiabiertos admiradores de Cristiano porque no se paran en estas consideraciones, sino que piensan que la capacidad futbolística del muchacho es pura magia irrepetible.

Ni una cosa ni la otra. El futbolista puede lesionarse o echarse a perder en un Madrid posmoderno que le tiente con sus frescos racimos. De hecho son dos posibilidades probables. Y el club blanco puede maldecir su apuesta, que intentará salvar en todo caso por medio de los milagros de la publicidad y otros juguetes de la imagen, como ya hizo con Beckam, que por poco que jugaba ingresaba mucho. El hecho de que cueste muchos euros su traspaso no es directamente proporcional con su duradera proyección futbolística.

En cualquier caso, más allá de estas fórmulas que los directivos del fútbol se saben bien para no perder en ningún caso, me llama la atención la falaz fórmula del éxito que la chiquillería anónima vislumbra en el jugador. No saben hasta qué punto un jugador de este tipo hoy en día es un producto fugaz, que se entiende por las conveniencias de la política futbolística -un mercado que genera más dinero que cualquier otro- y también por el continuo afán de superación del muchacho que viene de abajo y atisba la posibilidad cierta de convertirse en el mejor porque sus facultades físicas y su coraje lo acompañan. Lo hemos visto en el Ronaldihno que se dejaba acompañar por su mamá, en el Ronaldo que vino de lo más profundo de las favelas brasileñas y en aquel Maradona que se hechizó a sí mismo con su capacidad de regate fulgurante. Y no sólo en fútbol. Manolete también subió con su madre, Angustias, hasta tocar el cielo de la tauromaquia en aquellos años de la miseria superada en los ruedos; Rocío Jurado iba con su madre a las interviús de las radios españolas en los cincuenta; Carmen Amaya hizo una candela en la suite del mejor hotel neoyorquino; y los creadores de Google empezaron con un ensayo entre amigotes. La fórmula del éxito es también la fórmula de la suerte, y por eso no está escrita. Pero esta fórmula, aunque se resuelva en casos como los citados, no supone tampoco la felicidad de un ser humano, que se basta con la salud, algunos caprichitos y un corazón que viva también por ti, como adivinó Pedro Salinas. Ahí está Villa, diciendo que lo está pasando mal porque no se resuelve la fórmula de su fichaje. Yo he visto a muchos pasándolo bien con una birra y viendo sus golazos.

  • Este artículo aparece también en el nº 1.963 del semanario Cambio16.

domingo, 7 de junio de 2009

Alivio

Ya sé que algunos de los seguidores de este blog habrán pensado durante las dos últimas semanas que me ha debido de ocurrir algo gordo como para que no me dejara caer por aquí con artículos sobre esta actualidad que cada día parece más acuciante. Los habrá, entre los seguidores del blog, digo, que hayan echado de menos mis escritos; que hayan sentido alivio por mi silencio; o que se hayan interrogado por las causas del mismo. Para todos tengo una misma respuesta, con razón o sin ella: el final de mi tesis doctoral me ha ocupado todos los segundos de mi tiempo libre (de ése que me queda tras las ocupaciones laborales y personales). Por fin tengo sobre la mesa el tomo de 538 páginas de la tesis doctoral que leeré cuando me pongan fecha. Seguramente entre septiembre y octubre. Me hubiera gustado leerla ya, pero la logística que obliga a reunir en la Facultad de Comunicación de Sevilla a varios catedráticos de Madrid y Málaga, además de otros profesores de aquí, hace que las cosas de esta índole sean como las de palacio, es decir, que van despacio. Al menos yo ya siento el alivio de la obra acabada. Mi tesis se cubrirá ligeramente de polvo durante el verano a la espera de ser leída en público. Pero ya no le cambiaré una coma. Se titula El artículo periodístico de Joaquín Romero Murube como base fundamental de su obra.
Y ahora, a otras cosas, mariposas.

martes, 19 de mayo de 2009

La aventura de Belmonte

Estoy leyendo estos días, a salto de mata pero con entusiasmo singular, la biografía novelada que el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944) escribió sobre su paisano el torero Juan Belmonte, el hijo de un quincallero pobre de Triana que se alzó sobre su miseria a base de capotazos nocturnos a las vacas y que terminó encumbrado a la categoría de mito por el pueblo mismo. Juan, que acabaría suicidándose de un escopetazo en su finca de Utrera cuando ya rondaba los setenta y llevaba décadas retirado, era un hombre de pocas palabras. De modo que es fácil advertir que el proceso de elaboración de esta biografía que se lee como una novela consistió en cuatro comentarios sueltos del Pasmo y de una imaginación portentosa y aupada en la verosimilitud, el antirretoricismo y el sentido común que le sobraba al reportero.

Aunque ni siquiera he llegado aún a la mitad del libro, ya tengo un par de cosas más claras que nunca, a saber: que el nuevo periodismo que vendieron décadas después los norteamericanos liderados por Tom Wolfe como la alquimia genial de unos cuantos de los suyos había sido inventado al menos medio siglo antes en nuestro país, y no sólo por Chaves Nogales; y que mis razones para ser antitaurino no son tan descabelladas. Para ambas cosas no hace falta más que sumergirse en la lectura de Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas.

La aventura vital de Belmonte, enclenque chiquillo en la calle San Jacinto que terminará por revolucionar el toreo y por partir en dos la historia misma de la tauromaquia, es la aventura de un antihéroe de novela moderna, de un Lázaro hambriento que constata en efecto que "más cornás da el hambre", como sentenció un colega. Belmonte es protagonista en carne propia de la falta de oportunidades, de la miseria, de la desgracia, del desamparo, pero también del tesón, de la voluntad, de la imaginación y del coraje para triunfar. Si no hubiera sido torero, habría encontrado el éxito en otra parcela, porque desde su tierna infancia se enfrenta a la insoportable realidad prosaica que se empeña en aniquilarlo. Él mismo confiesa, en la década de los años treinta del pasado siglo, que en su infancia los niños jugaban al toro como luego lo hacían al fútbol.

Son inolvidables las páginas de Chaves Nogales en las que cuenta el primer recuerdo del niño Juanito, la muerte del Espartero, un torero de principios de siglo al que mata un toro; su insaciable sed de aventuras en lecturas interminables; su periplo desde Triana a Cádiz, bajo soles maleducados, dehesas interminables y gente inmisericorde; o sus primeros intentos de sobresalir por encima de ridículos señoritos que pisoteaban a torerillos cuya dignidad era más grande que sus cuerpecillos vapuleados por los cuernos.

Hoy me van a traer las Obras Completas de Chaves Nogales. Continuaré.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La res pública

El chulo del barrio, el más pegón, el que chapurreaba más palabrotas y más iba de gallito, nos enseñó en nuestra tierna infancia aquella setencia barriobajera de que lo que es de todos no es de nadie. Paradoja sin gusto que se ejercita en las malandanzas vespertinas de los niñatos que van dando patadas sin ton ni son y en las fechorías de otros mayorcitos a los que la noche confunde más de lo que todos quisiéramos. Todos los que hemos comprendido, definitivamente, que la res de todos, la cosa pública, es aún más propio que lo particular, pues en ella confluimos socialmente con uso individual y repetitivo. Sólo en la medida en que cuidemos lo de todos podremos convivir cómodamente, con garantías de bienestar auténtico, ese concepto que se tambalea cada vez que soplan vientos de crisis gruesa. Esta misma reflexión han debido de hacer los mandamases del municipio alicantino de Novelda, cuyo Ayuntamiento ha colocado los precios a cada pieza del mobiliario urbano. Una palmera, 1.800 euros; una papelera, 250. Etcétera.

Cada año los destrozos en el mobiliario urbano cuestan a estas arcas municipales 85.000 euros. Poco me parece para lo que estoy acostumbrado a ver por Sevilla y provincia. Ahora se confía en que los destrozones lean, pero es probable que esta gente no sepa leer, o no quiera, porque no mola o no hay ganas. O porque no es obligatorio fuera de las clases de Lengua. La Literatura es para algunos un coñazo pedante o un rato de sopor algunas mañanas en el aula. Así que dudo de la eficiencia de la medida, que, además del precio de cada elemento, ha ideado frases como éstas: "Bancos: en ellos te diste tu primer beso" o "Farolas: nos devuelven los colores que perdió la noche". Greguerías a prueba de bomba.

domingo, 10 de mayo de 2009

La vergüenza nacional

Cedo con gusto esta entrada al maestro Manuel Vicent (El País, contraportada, 10/05/2009).
Y esta vez, ni pincho ni corto.

"Freír buñuelos ¿es un arte o un oficio? Llamar arte a la destreza de pasarse a un toro por la tripa manipulando una tela es un despropósito, por mucho que los aficionados valoren esos lances, y al despropósito se añade la degradación e incluso la ignominia si el ministerio de Cultura equipara ese oficio a la labor de los poetas, pintores, músicos, bailarines o actores insignes, premiando cada año con una medalla similar al torero de turno. Recientemente ha habido un pique entre matadores. Dos de ellos, que se creen ese cuento, han devuelto la medalla al ministro de Cultura, al sentirse agraviados en su arte porque también le ha sido concedido a un colega mediocre cuya fama se debe sólo a la prensa del corazón. A lo largo de la historia la cultura en España ha sufrido una continua humillación a través de la incuria popular, la falta de medios y el desinterés de los políticos, pero ninguna caída es comparable al hecho de que el ministerio haya elevado oficialmente a la categoría de arte la tortura de un animal, que se ofrece al público como espectáculo. No son estos toreros celosos, sino los pintores, músicos, actores y poetas premiados quienes deberían remitir a la ministra de Cultura la medalla ahora degradada al tener que compartirla con el oficio de sacrificar toros diestramente a navajazos."